En las últimas horas, se ha hecho viral en internet un vídeo bastante desagradable que compromete a Rosalía y a otras artistas como Lizzo o Dua Lipa: después de los Premios Grammy, las jóvenes acudieron a celebrar sus éxitos a un famoso club de striptease en Hollywood, donde fueron grabadas con un móvil, bailando bajo las luces azules del local, y tirando billetes a los traseros desnudos de las bailarinas, que se movían pomposamente en el suelo.
Pueden verse las medias de rejillas de las trabajadoras y cómo los asistentes, disfrutando del jolgorio, les meten billetes en la ropa interior. Ellas tres participan del festejo y ahora andan recuperándose del rapapolvo de los usuarios de redes sociales: “Rosalía sube fotos con abrigos hechos con piel de animal, utiliza aviones privados que contaminan el planeta, se junta con otro ricos con una ideología igual o más repugnante que la de Vox y ahora se difunde un vídeo en un prostíbulo”, escribe un chico.
“Rosalía, la nueva ídolo del antifascismo, celebrando su premio Grammy en un prostíbulo mientras disfruta viendo cómo lanzan billetes a mujeres semidesnudas. Abolición de la prostitución y penas de cárcel para sus clientes ya” escribe otro.
Lo que se ha criticado especialmente de la artista catalana es que se haya vendido como un icono empoderador, como una hembra subversiva capaz de poner patas arriba un texto del siglo XIII -en el que se inspiró El Mal Querer, que trataba sobre el amor entre un caballero y una mujer casada con un hombre posesivo; y que critica la dependencia femenina hasta llegar a la liberación-; y ahora sus actos no concuerden con el imaginario con el que había conquistado al público.
Recuerden también la canción que cierra su disco, A ningún hombre: “A ningún hombre consiento / que dicte mi sentencia / sólo dios puede juzgarme / sólo a él debo obediencia. / Hasta que fuiste carcelero / yo era tuya, compañero”, cantaba. Todo en ella -o, mejor dicho, en su producto de márketing- sonaba emancipador.
Sus puestas en escena, sus coreografías, hasta sus canciones con J. Balvin, tanto la de Brillo -“dentro de poco va a ser demasiado tarde, mira niño, si tú sigues por ahí… me he tomado la molestia de avisarte, un día despiertas y ya no me ves aquí”- como la de Con altura: “Esto es pa que quede, lo que yo hago dura”.
Bagdad, una oportunidad perdida
En Bagdad, otros de los temas de su disco, desarrollaba el videoclip en el club de alterne Bagdad, célebre en Barcelona. Se trata de una sala porno que ofrece espectáculos de striptease y sexo en vivo. Como aseguraron sus propios dueños, “el límite lo pone el espectador”, porque los usuarios del club incluso se levantan de su butaca y pueden entrar en la escena.
En el vídeo, una Rosalía con peluca larga y rubia y una malla roja con cremallera -que recuerda a la de Britney Spears en Oops! I did it again- sonríe mientras se balancea en la barra del poledance. Mueve las caderas, unos tipos la devoran con los ojos. En una esquina del local, una prostituta tiende un cigarro y un cliente se lo enciende. Era una canción, como ella misma dijo, dedicada “pa’ todos a los que les rompieron el corazón y se ahogaron de pena”.
Los más esperanzados quisieron leer entre líneas un mensaje contra la prostitución -“solita en el infierno, en el infierno está atrapá”-, pero lo cierto es que la artista perdió la oportunidad para tirar un dardo abolicionista -ahora entendemos por qué-. El conflicto aquí no parecía ser el trabajo de la chica, sino el desamor.
En abril de 2019, durante su primer concierto en México, la joven salió a escena con un pañuelo verde en el brazo, un gesto a favor del aborto legal. En el festival de Glastonbury del año pasado también dedicó un emocionante alegato a favor del Orgullo Gay, recordado que hay que sentirse orgulloso “ames a quien ames y seas quien seas”.
A finales de 2019, tras las elecciones, Rosalía le dedicó al partido de Abascal un “Fuck Vox” para demostrar que se alegraba por su fracaso en las urnas; teniendo en cuenta también que este grupo pretende eliminar las medidas de protección específicas contra la violencia de género.
Feminismo radical vs liberal
Por todo lo anterior, el público mantiene muy altas sus exigencias con Rosalía, no sólo con la artista, sino con el referente que inevitablemente es. El debate teórico está servido: el feminismo llamado “liberal” sí que defiende la libertad de la mujer para cosificarse, ya sea en la publicidad, en los clubs de striptease o en los prostíbulos.
Defienden la “libertad” de “comerciar con el cuerpo”, aun reconociendo que estas demandas son mayoritariamente masculinas -por lo que, inevitablemente, llevan un sesgo sexista-.
En ocasiones incluso lo venden como algo “empoderador” o “emancipador”: autoras como Camille Paglia o Virgine Despentes sienten que las mujeres han de negociar con su “capital sexual”, porque es lo único con lo que pueden doblegar al hombre. En un mundo donde ciertos hombres observan a las mujeres como trozos de carne, su mensaje es “aprovéchate de ello”.
Por otro lado, el feminismo mayoritario, el llamado “radical”, se define como abolicionista -del porno, de la prostitución, etc.-, basándose, más allá del drama de la trata, en que son industrias explotadoras de la mujer y que su libertad para elegir esa vida no es tal, porque se sustenta en la precarización. Un ejemplo: si a una mendiga le pagas dinero para que se tatúe algo horrible en la cara y lo hace, ¿era esa mujer libre para elegir; o su libertad estaba ferozmente condicionada por su pobreza? Es decir, aquí estamos hablando de mujeres empobrecidas que se den obligadas a dejarse arrollar por el sistema y a desempeñar oficios que las degradan para sobrevivir. Lo cuenta la filósofa Ana de Miguel en Neoliberalismo sexual: el mito de la libre elección: porque una mujer decida hacer algo, no significa que ese “algo” ya sea feminista.
En el feminismo liberal, el primero, hay un culto al cuerpo, a la sexualización, al ascensor social y al dinero: es un presunto feminismo aspiracional al que no le importa usar palabras como “puta” o “zorra” para referirse a sus líderes. Ejemplos musicales de feminismo liberal: La Zowi Puta o Bad Gyal.
El feminismo radical, por su parte, cuestiona esta venta del cuerpo y cree que si nos desnudamos, no se nos oye: por mucho que muchas mujeres sientan que se están “liberando sexualmente”, lo que están haciendo, en el fondo, es servir al deseo masculino.
Según estas dos corrientes, podríamos identificar a Rosalía como una “feminista liberal”, quizá porque aquí también interviene la cuestión de clase. A sus ojos, parece que no es denigrante que haya mujeres desnudándose y viendo cómo les tiran billetes al cuerpo -¡como si pudieran comprarse!, la cosificación y la mercantilización más absoluta-; pero, además, tampoco le importa que esas mujeres no pertenezcan a su clase social.
Sus amigas y ella pueden jactarse y disfrutar de un show donde las que se rebajan son otras, porque ellas pueden pagarlo. En este caso, la discriminación es doble: de género y de clase.