La identidad del muchacho enfundado en una brillante armadura medieval y que empuña su lujosa espada en una colorida y poblada campiña sigue siendo un misterio, y ese es uno de los motivos que hacen de Joven caballero en un paisaje uno de los cuadros más magnéticos de la colección del Museo Thyssen-Bornemisza, uno de los grandes tesoros de sus fondos. Lo pintó el renacentista italiano Vittore Carpacio hacia 1505, aunque hasta hace un siglo exacto estuvo atribuido a Alberto Durero. Ahora, desde este jueves, el lienzo se somete a un cuidadoso proceso de restauración no en el taller, sino a la vista de todo el público, en la sala 11 de la pinacoteca.
Es la segunda vez que se lanza un proyecto así. En 2012 y en el salón central del edificio, las restauradoras Alejandra Martos y Susana Pérez, junto al resto del equipo, condujeron un estudio técnico y de recuperación de El Paraíso de Tintoretto. Un montaje expositivo que ahora se repite dentro del recorrido permanente, en una estancia exclusiva. "Queremos que el visitante se lleve una sorpresa, se encuentre con algo diferente, chulo", cuentan las expertas, encargadas de las labores de limpieza, retoques de pintura y del cuidado de la tela de la obra de Carpaccio.
Tardarán en torno a un año y luego, por primera vez desde que el Thyssen abrió sus puertas en 1992, el lienzo saldrá del museo: se prestará a la National Gallery de Washington, donde está prevista para 2021 una exposición monográfica sobre el artista italiano. Joven caballero en un paisaje fue adquirida en 1935 por el barón Heinrich Thyssen-Bornemisza y restaurado en 1958 por el mal estado que presentaba. Sin embargo, los primeros análisis de este nuevo estudio ya revelan que el cuadro fue intervenido con anterioridad.
"Estamos ante una obra con la que vamos a ir descubriendo nuevas cosas según vayamos avanzando en la restauración", aventura Alejandra Martos. Ella y su compañera del Área de Restauración van a estar, como siempre, rodeadas de focos, pinceles, microscopios y una especie de bastoncillos con los que limpiar el óleo, pero también serán observadas desde detrás de un cristal por el público. Contestarán las preguntas de los más curiosos, dicen, aunque en la sala se proyectará un vídeo explicativo sobre el método de trabajo y los avances realizados que también permite contemplar los detalles con mayor precisión.
La misión de las restauradoras, además de recuperar el esplendor de los colores como el del cielo azul, hoy verdoso por el paso del tiempo, y consolidar la pintura del cuadro, es la de reconstruir la historia de su ejecución técnica. Para ello se apoyan en tres análisis diferentes: uno de rayos ultravioletas, que identifica la antigüedad de los materiales de la primera capa y si se han añadido o perdido trozos de pintura; otro de rayos inflarrojos, que muestra el dibujo que esbozó el artista; y una última radiografía más profunda, que revela el tejido original y sus grietas.
Las conservadoras, que recientemente también restauraron Santa Catalina de Alejandría, de Caravaggio, aseguran que ya se han realizado varios hallazgos curiosos sobre la composición que siguió Carpaccio: el armiño blanco de la esquina inferior izquierda tiene otra cabeza, había un segundo caballo proyectado mirando en la dirección opuesta o, en el espacio que ocupa a la derecha del lienzo un buitre, el artista italiano había proyectado, en un principio, otro ciervo. Se trata de ir descubriendo los secretos de la obra sin alterarla. "Nunca vamos a modificar el original", incide Susana Pérez.
La identidad del joven
Como se recoge en la ficha del lienzo, los intentos de desvelar la identidad del joven caballero, símbolo del hombre del Renacimiento y pintado probablemente a escala real, han sido "poco fructíferos". De que lo pintó Carpaccio no quedan dudas después del descubrimiento de una cartelina, oculta por el repinte, que le atribuía el trabajo y que a su vez había sido suplantada por un monograma falso del alemán Durero. Pero numerosas son las hipótesis sobre quién es el personaje y si se trata de un retrato, lo que le convertiría en un unicum: el primer ejemplo conocido en el que el cliente posa de cuerpo entero.
La teoría que parece más evidente es la que relaciona a este hombre armado con la Orden del Armiño por la divisa "Malo mori quam foedari" (Antes morir que ser deshonrado), que se aprecia abajo a la izquierda, justo encima del animal del mismo nombre. En 1983, siguiendo estos postulados, una historiadora del arte propuso como modelo a Fernando el Católico, ya que esta hermandad había estado vinculada a la rama napolitana de la casa de Aragón.
Con anterioridad se creía que el joven representado era San Eustaquio —de hecho, así se titulaba el cuadro—, figura divinizada en Francia y Alemania, debido a la presencia del ciervo —uno de sus atributos— en el lago. No obstante, la hipótesis más aceptada es la de que el caballero sería Francesco Maria della Rovere, el tercer duque de Urbino, en base a la relación del paisaje y los elementos simbólicos de la obra.
Pero las conjeturas no se terminan ahí: que se trate de un retrato póstumo del príncipe Habsburgo Antonio de Montefeltro, de un militar alemán o, según la última propuesta, de una representación heroica del capitán veneciano Marco Gabriel, al mando de la defensa de la ciudad griega de Modona durante el asedio de las tropas otomanas en 1500. Su escudo familiar mostraba los colores negro y oro, como la vestimenta del jinete del fondo del cuadro o la vaina de la espada del protagonista.
¿Servirán los trabajos de restauración para solventar el misterio? "Nosotras no podemos hacer en solitario una nueva atribución si el cuadro ya ha sido intervenido", explican las conservadoras del Thyssen. "Cualquier detalle que encontremos y revelemos, lo pondremos en conocimiento de los historiadores para que ellos lo analicen y lo contrasten con las fuentes. Quizá la exposición monográfica de Carpaccio sirva para unificar información sobre el artista y dar respuesta a la pregunta". El joven caballero sigue buscando pistas para recuperar su nombre.