En el contexto de ese territorio fronterizo y flexible del siglo XI, Al-Mutamin, el rey de la taifa de Zaragoza, ordenó a sus tropas lanzar una incursión contra el reino vecino de Lérida, gobernado por su hermano Mundir al-Hayib y más débil como resultado de la batalla de Almenar (1082), en la que sus aliados del condado de Barcelona quedaron neutralizados. La misión se la encomendó a su mejor guerrero, Rodrigo Díaz de Vivar, desterrado poco tiempo atrás por decreto de Alfonso VI, y la zona elegida para el ataque fueron las montañas de Morella, al norte de la provincia de Castellón.
Allí, el Cid entró a sangre y fuego con sus hombres para saquear los dominios del señor musulmán. Incluso, según recoge una crónica medieval, el Campeador asedió el castillo de Morella y provocó gran daño en él. Ahora, esa fortaleza histórica, declarada Bien de Interés Cultural, se encuentra en estado de alerta por el riesgo de colapso que presentan varios tramos de la muralla y el deterioro de otras tantas torres del recinto.
Las obras de emergencia, promovidas desde el Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE) y aprobadas por el Ministerio de Cultura con una inversión de un millón y medio de euros, pretenden revertir los problemas estructurales derivados de distintos procesos patológicos, causados sobre todo por los temporales que han azotado últimamente la costa levantina.
La pérdida de verticalidad de las torres y la muralla por los rellenos acumulados en su interior que actúan como empujes laterales, las filtraciones del agua de lluvia que favorecen el desprendimiento de mampostería o los deslizamientos de un tramo del muro, erigido sobre una base rocosa y otra de arcilla, son los principales riesgos que amenazan al conjunto fortificado de origen musulmán, construido en torno al siglo X en lo alto de un cerro.
"El ámbito de actuación de las obras de emergencia es muy grande: más de cien metros lineales de fortificación", explica a este periódico Elena Agromayor, arquitecta del IPCE y responsable de las actuaciones sobre el castillo de Morella. En concreto, las labores de reparación se circunscriben a la muralla aspillerada que va desde el nivel más bajo hasta la Torre de San Francisco y su edificación anexa, ambas incluidas; y el tramo de muro que sube hasta la Torre de la Pardala y las letrinas adyacentes, también deterioradas.
Precisamente este torreón se revela en una de las esquinas de la fortaleza que más historia alberga. En 1811, en plena Guerra de la Independencia —durante esta contienda y las carlistas del siglo XIX el castillo se adaptó a los usos de la artillería y sufrió sus efectos, adquiriendo su forma actual—, la guerrillera Josefa Bosch, conocida como "la Pardala", fue detenida y encarcelada en dicha torre por dar cobijo a sus vecinos morellanos perseguidos por los franceses. Allí, lugar que ahora lleva su nombre, la ahorcaron en solitario, quedando su cuerpo expuesto a la vista de todos.
La posición privilegiada del castillo de Morella, en cuyas cercanías también se desarrolló en 1084 la batalla en la que el imbatible Cid derrotó a las mesnadas más numerosas de Sancho Ramírez de Aragón y Mundir al-Hayib, le brindó durante siglos la singularidad de enclave de gran relevancia. "Debido a su situación domina una amplia extensión de territorio y se convirtió en un punto de enorme importancia estratégica, pues controlaba el paso entre la costa valenciana y los territorios aragoneses", expone Agromayor.
Las fases de actuación, según explica la experta y después de vallar la zona y planear un nuevo itinerario de visitas para el público, consistirán en instalar una estructura estabilizadora preventiva en las zonas que presentan mayor amenaza de derrumbe. Esto se conseguirá con micropilotes y con una serie de contrafuertes en la muralla aspillerada para reforzar la cimentación. Después de las labores de consolidación, se robustecerá el muro con mortero fluido de cal, se sellarán las grietas, se repondrán los elementos de mampostería perdidos y se construirá un sistema de drenaje de agua.
Estos trabajos aumentan en dificultad por las características del cerro rocoso sobre el que se asienta el castillo —un lugar elegido asimismo por los íberos y los romanos, según se desprende de los hallazgos arqueológicos—, con pendientes que hacen difícil su acceso. Pero son tremendamente necesarios para conservar y rehabilitar una de las incontables joyas del patrimonio español.