El Cid es en la actualidad más mito y leyenda que historia, más Campeador que Rodrigo Díaz de Vivar. El caballero falleció por causas naturales en Valencia en julio de 1099, y desde ese mismo momento empezó a construirse una imagen heroica en torno a su figura que se ha ido moldeando en función de las conveniencias de la época, desde los fantasiosos versos del Cantar de Mio Cid, obra culmen de la literatura medieval castellana, hasta el paladín del cristianismo que quiso transmitir la propaganda franquista.
Hay un abismo entre las caracterizaciones de la ficción y la realidad histórica, y por eso resulta sumamente interesante sumergirse en los pasajes conocidos de la vida del Cid verdadero, el de carne y hueso, el excepcional líder militar que cabalgó con astucia y éxito por un mundo fronterizo en la segunda mitad del siglo XI. En eso ahonda un revelador y muy recomendable libro que llega este lunes a las librerías, El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra (Desperta Ferro), de David Porrinas González, doctor en Historia Medieval por la Universidad de Extremadura.
Esta investigación, realizada durante casi dos décadas, ofrece un acercamiento a la figura de Rodrigo Díaz de Vivar centrada en los aspectos militares, los que determinaron la fama del personaje, que hasta ahora no habían sido abordados de manera monográfica. "Nos perdemos muchos matices muy importantes sobre El Cid si no estudiamos esa vertiente guerrera, que es la que da sentido a su vida", explica a este periódico el historiador.
Fue el Campeador un caballero astuto, valeroso, pragmático y meticuloso, que mostró una gran capacidad de adaptación a lo largo de su vida, granjeándose una hueste híbrida de hombres leales, de cristianos y musulmanes por igual, en una época en la que no existían los ejércitos permanentes. Un militar también acompañado por la baraka, la suerte, que comandó sus tropas en al menos seis batallas campales y en todas resultó victorioso.
Porrinas, experto en el estudio de la guerra y de la caballería en los siglos centrales de la Edad Media, analiza la biografía del Cid siguiendo el rastro de sus empresas bélicas, iniciadas durante su juventud como escudero del rey Sancho II de Castilla y cuyo momento álgido se registró con la toma de Valencia en 1094, una conquista sin más recursos que la de los hombres fieles que desenvainaban las espadas a su lado. Una narración rica en detalles y que va derribando los distintos mitos, acompañada de unos esclarecedores mapas para comprender el desarrollo de las principales batallas y las mutaciones de la frontera, realizados específicamente para la publicación por Carlos de la Rocha.
Los éxitos militares de Rodrigo Díaz de Vivar se explican por la adhesión que consiguió de sus tropas gracias a una implicación personal innegociable en los combates o por saber jugar mejor que nadie con las potencialidades de la topografía por la que deambuló. Pero como comandante modélico supo utilizar otras armas psicológicas para infundir valor en sus hombres y sembrar el miedo entre sus enemigos, como hizo en el asalto a la ciudad del Turia. Ahí mostró su faceta "más extrema, descarnada y brutal", recuerda el autor, al atemorizar a los valencianos mediante torturas y ejecuciones de sus correligionarios, una estrategia que facilitó la rendición final.
Guerrero invencible
¿Pero cómo es posible que un personaje del siglo XI haya generado tanta literatura y leyendas a lo largo de diez siglos? "Es difícil explicar ese magnetismo de la figura del Cid", dice David Porrinas, aunque señala dos aspectos clave para abordar dicha excepcionalidad. "El primero tiene que ver con la conquista de Valencia, que logra en un momento en que en la Península solo se había tomado una gran ciudad islámica amurallada, Toledo, por Alfonso VI, el señor más poderoso; y lo hace enfrentándose a enemigos cristianos y a los almorávides, unas tropas musulmanas que durante cuatro décadas habían derrotado a todos los ejércitos cristianos", señala el historiador. Y lo hizo sin contar con un territorio propio en el que abastecerse de hombres, armas y víveres.
El segundo algo del Cid es su aura de invencibilidad en el campo de batalla: afrontó la mayoría de combates en desigualdad de condiciones, frente a ejércitos más numerosos y mejor armados. Pero salió triunfador de prácticamente todas sus operaciones militares, y apenas fue herido en dos ocasiones. Esta imagen de caballero indomable la terminaría de consolidar el Cantar de Mio Cid, una obra que ningún otro guerrero de la época en toda Europa tuvo posibilidad de generar.
No obstante, son muchos los interrogantes que acompañan a la figura histórica de Rodrigo Díaz, datos clave de su vida, como la identidad de su madre o el lugar exacto en el que nació. Se ha consolidado la creencia de que es natural de la pequeña aldea de Vivar, cercana a Burgos, pero no existen documentos que lo acrediten ni que lo desmientan. También es interesante identificar los orígenes, el embrión de la leyenda: el experto baraja que Jimena, esposa del Campeador, y a Jerónimo, obispo de Valencia, pudieron ser los impulsores de estos cantares gloriosos como un intento desesperado para mantener el señorío, el territorio conquistado, para los descendientes del señor de la guerra..
A Porrinas, por su parte, lo que más le interesaría resolver es la verdadera relación que El Cid tuvo con su rey, Alfonso VI, quien le desterró en dos ocasiones. "Me da la sensación de que no es exactamente como se nos presenta en los textos", asegura. En función de esto se podría determinar la precisión de ese adjetivo de traidor que también le acompaña: "Para mí no lo es porque desde los inicios de su vida es una persona con mucha autonomía, que va a lo suyo, que está en condiciones de conseguir más de lo que tiene y va a por ello. Aunque eso no quita que pudiera fallar en sus relaciones feudovasalláticas con su señor y cometer alguna falta", añade el historiador.
En el último capítulo de El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra, Porrinas analiza el proceso de transformación y reinterpretación de la imagen del guerrero que arrancó en el siglo XII y se prolonga hasta la actualidad, véase la última novela de Pérez-Reverte o la serie que está produciendo Amazon. Todas estas versiones románticas y distorsionadas han contribuido a enraizar una visión más legendaria que histórica, algo a lo que también contribuyó Ramón Menéndez Pidal con su obra de mil páginas que tomó más por cierto los versos del Cantar que la Historia Roderici; y ahonda en clichés como el de que El Cid luchó para "defender España".
Pero pocas cosas han incurrido en los tópicos fantasiosos, y con tanto poder de convicción, como el cine, sobre todo con la película de 1961 de Anthony Mann y en la que Charlton Heston da vida a Rodrigo Díaz de Vivar. En la cinta aparece la Jura de Santa Gadea —ahistórica y que dibuja al Cid obligando a Alfonso VI a jurar que no había sido él el asesino de su hermano Sancho— y se incurre en el mito de que el Campeador consigue la victoria contra los almorávides después de muerto. "El Cid que nos encontramos es un producto recauchutado, una especie de Frankenstein compuesto de visiones pidalianas, aderezos franquistas y espectacularidad hollywoodiense", escribe Porrinas. Como entretenimiento, aprobable, pero mejor leer para descubrir al guerrero de carne y hueso; y este libro ofrece una aproximación inmejorable.