Hace 920 años, el 10 de julio de 1099, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, fallecía de muerte natural en Valencia. Su mítica figura, siempre recurrente, está estos días especialmente de actualidad con la exposición del Cantar de Mio Cid en la Biblioteca Nacional y con el anuncio de la nueva novela del escritor Arturo Pérez-Reverte, 'Sidi'. EL ESPAÑOL reconstruye los últimos años de vida del caballero más allá de la leyenda que envuelve al personaje.
La ira se le manifiesta en los ojos al rey Alfonso VI, tremendamente furioso con su vasallo el Campeador. Ya han pasado cuatro años desde la traición sufrida durante el cerco de Aledo, pero el monarca no consigue digerir los éxitos militares y el dominio inapelable de Rodrigo Díaz de Vivar en el Levante, con capital en Valencia, cobrando parias a las taifas de la zona y unido al Condado de Barcelona por un acuerdo de paz tras derrotar a sus ejércitos en el campo de batalla. El Cid, desterrado de Castilla, se ha revelado en un señor de la guerra independiente que solo responde al metal de su espada.
Alfonso VI pretende entonces darle un escarmiento al Campeador, arrebatarle su principal plaza, Valencia. Mediado el verano de 1092, el monarca castellano cabalga al frente de sus ejércitos, a los que se suman los efectivos del rey de Aragón, del conde de Barcelona y las flotas de Pisa y Génova, que lanzan la ofensiva desde el mar. Pero Alfonso VI fracasa por partida doble: es incapaz de tomar la ciudad levantina y de hacer pagar al Cid, que se hallaba en Zaragoza negociando una alianza con el rey de la taifa, sus supuestas fanfarronerías.
En respuesta al ataque sobre Valencia, y tras proclamar su inocencia y fidelidad a Alfonso VI pero jurar venganza contra sus malos consejeros, Rodrigo lanza una brutal represalia sobre la Rioja, gobernada por su rival y pertinaz enemigo García Ordóñez, conde de Nájera, quien no osa interponerse en su camino. El Cid, tras asolar y saquear todas las comarcas desde Alfaro hasta Haro, se refuerza en su poder independiente, en sus habilidades políticas e imbatibilidad a la hora de comandar a su mesnada contra otras huestes.
La respuesta de Alfonso VI es la claudicación, el ofrecimiento al Cid de su restauración en la gracia real y la devolución de todos sus bienes. Aunque el caballero-mercenario, que había tornado de una política de protectorado a otra de conquista en el Levante peninsular para establecer un señorío hereditario, rechaza regresar a Castilla, acoge la mano que le ofrece el rey, renovándose la concordia entre ambos.
Luchas por Valencia
Con Rodrigo Díaz de Vivar todavía cumpliendo misiones diplomáticas en Zaragoza, un nuevo foco de rebeldía estalla en el corazón de sus dominios: el cadí Ben Yuhhuf, apoyado por los almorávides, ejecuta y depone al tributario Al-Qadir en el otoño de 1092, haciéndose con el control del abultado tesoro de diamantes, zafiros, rubíes y esmeraldas que se conservaba en Valencia. El Cid, espoleado por esta afrenta, regresa al Levante en noviembre de ese mismo año y comienza a tramar la operación de asedio a la que era su principal plaza.
En su monumental obra sobre el Campeador, Ramón Menéndez Pidal narra esta coyuntura como el choque de dos mundos: "Para los dos orbes históricos, el islámico y el occidental, de tan complejos contactos entre sí, llega ahora el momento en que cada uno aparece representado por una personalidad eminente: Yuhhuf y el Campeador, el hombre del Sáhara y el castellano quedan el uno frente al otro, concentrando en torno suyo todo el interés de la contienda entre ambas civilizaciones".
Tras reforzar su protectorado en la región, Díaz de Vivar inicia el durísimo asedio de la ciudad, que se prolonga hasta 1094. Valencia, ya de nuevo bajo el poder del caballero castellano, resiste las siguientes acometidas de los almorávides detrás de sus murallas. Pero El Cid también arrodilla a sus enemigos en campo abierto, como en la batalla de Cuarte; y se cobra la venganza del asesinato de Al-Qadir acabando con la vida de Ben Yuhhuf.
La muerte
Durante sus últimos años, y tras frenar la enésima embestida de los almorávides en 1097 en la batalla de Bairén, al lado de Pedro I de Aragón, Rodrigo Díaz de Vivar se recluye al calor de su corte y pasa los días sumergido en fiestas, galas y desarrollando sus aficiones, como los deportes, la música o la literatura, según relata Menéndez Pidal en La España del Cid, una obra publicada en 1929.
Lo cierto es que a veces resulta complicado diferenciar la realidad y la enorme cantidad de leyendas que envuelven a la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, el personaje histórico, un héroe español, "un forajido sin ley", en palabras del intelectual del 98. La mayor exageración del mito se encuentra en ese relato épico según el cual el caballero derrotó a las huestes del rey moro Búcar que atacaban Valencia después de muerto, subido a los lomos de su caballo.
Sin embargo, el caballero castellano no hallaría la muerte en el campo de batalla, con un final heroico, ni con su cadáver espantando a los soldados musulmanes que lo contemplarían como una suerte de dios, sino que fallecería en Valencia el 10 de julio de 1099 por causas naturales, convirtiéndose su mujer Jimena en la señora de Valencia hasta que su defensa se hace imposible en 1102. Tenía poco más de cincuenta años Rodrigo Díaz de Vivar cuando halló la muerte, toda una vida para las gentes de aquella época. Y qué vida.