¿Podrías dormir con tu pareja y vuestra amante?: la historia de poliamor que rompe prejuicios
En 'Qué locura enamorarme yo de ti', en el Teatro del Barrio, la escritora Gabriela Wiener desmenuza -cómica, profunda y poéticamente- su relación poliamorosa -con su crisis pertinente-.
15 febrero, 2020 02:58Gabriela Wiener y Jaime Rodríguez se conocieron hace veinte años: ella pensó que tenía delante al hombre más guapo del mundo. Él era fotógrafo y ella, becaria en un periódico -ya se amenazaba brillante, descarada; puro diamante en bruto para ser una escritora de víscera-. Se enamoraron. Fueron felices. Y más o menos fieles. Durante mucho tiempo han sido, rasgo genial arriba, rasgo genial abajo, una pareja heterosexual más o menos convencional, incluso dentro de la bisexualidad y el feminismo militante de Gabriela. Tuvieron un hije, Coco, que ahora tiene 13 años y es une youtuber hilarante de género no binario: ya nadie le llama Lena.
Una noche conocieron a Rocío, una veinteañera que vivía en una comuna autogestionada con tintes de amor anarquista -donde todos planeaban ser padres y madres conjuntamente-, y Gabriela y Jaime cayeron rendidos. Se quedó a dormir en la casa familiar. Y un día, nunca más se fue. Un día, sencillamente, no fue más su amante, sino también su amor -su amada, su amable-, parte indispensable de un romance férreo y apoyado en tres ejes.
Bienvenidos al poliamor: esto era, con sus fuegos artificiales, su disidencia, su belleza, su autoexploración -pero también con su dolor, su confusión y sus celos-, como relata con humor y también con crudeza la obra Qué locura enamorarme yo de ti, dirigida por Mariana de Althaus y escrita e interpretada por la propia Wiener, que no es actriz y que no es cantante, pero que aquí toca todas las artes y se desenvuelve con mucha gracia, mucha honestidad y mucha lírica en este texto expiación -acudan sin falta: en febrero y marzo en el Teatro del Barrio-.
Una cama de 4,5 metros
Más tarde llegó Amaru, hijo de los tres, pero biológico de Jaime y de Rocío. El paisaje íntimo es revolucionario y hermoso. Un colchón para todos, para todes. Un colchón para volver a cuestionar la pasión, la crianza, la convivencia, la complicidad. Así lo explica Wiener en su obra: “Duermo con un hombre, una mujer y un bebé, el hijo que tuvieron mi marido y mi mujer. Hace no mucho compramos una cama, de 4,5 metros, eso quiere decir que es muy grande. No imaginan todo lo que entra ahí, es la cama oficial del poliamor”, explica.
Para derribar cuanto antes el pensamiento casposo de "vaya, él se está poniendo las botas": no se equivoquen. Es Gabriela quien tiene un novio y una novia. Antes mantenían una relación sentimental los tres, pero ahora es ella quien ejerce de bisagra, de puente.
El poliamor también duele
Una vez hechas las presentaciones, la obra se centra en desmenuzar una crisis amorosa -de eso todos sabemos, ¿no?-, que es exactamente lo mismo que una crisis poliamorosa. Delirar. Tener miedo. Perder los estribos. Hacer cosas de las que no nos sentimos orgullosos. Ir en contra de nuestros valores. Avergonzarnos. Repetirlo.
Gabriela descubre que su novia, Roci, aún lactante, está hablando con otras mujeres; y nuestra protagonista empieza a enloquecer. Cuando Gabriela lo evidencia ante nosotros, ante el público, con transparencia, dignidad y hasta comedia, nos hace ver que las relaciones poliamorosas, a pesar de lo que tienen de rupturistas, a pesar de lo que quiebran el patriarcado y la norma, arrastran a veces las mismas toxicidades que los romances estándar. Porque no estamos libres. Nadie está libre del dolor, de la inseguridad y de la tara de la posesión, por muy progresista que sea, por muy bienintencionado que se muestre, por muy abierto de mente, de corazón o de entrepierna que parezca.
Aunque durante la obra nos hace reír recurrentemente, no pierde de vista que tiene un problema y se dispone a atajarlo: a coserse, a curarse, a repensarse. Busca afectos más puros, más horizontales, menos enfermizos. Gabriela es genial: escuchándola nos hace pensar que hasta los espíritus más conservadores se dejarían arrastrar por su relato. Por su sentir. Por sus padeceres -porque son los nuestros-. Todo nos es familiar: es sencillo empatizar, aunque el modelo de relación nos sea nuevo o ajeno.
Su trabajo, el peso grave y hermoso de su palabra, su cara, su cuerpo, su voz, su honestidad brutal, su diario íntimo, la generosidad con la que expone sus contradicciones... finalmente nos ayudan, nos ponen un espejo, nos incitan a vomitar las nuestras. Nos colocan en nuestro lugar en el mundo. Como ese poema que escribió Jaime, sobre cómo los lobos entraban a un bosque y su sola existencia -al comerse los conejos- conseguían cambiar el curso de un poderoso río. Todo el ecosistema. ¿Quién eres tú; quién soy yo; quién será el siguiente al que amemos? ¿El lobo, el río, el conejo? Nadie, nadie, nadie quiere ser el tercero.