Parquesvr, un grupo formado por músicos de bandas underground como El Páramo, Persons, Sou Edipo o Escombros, viene liderado por Javi Ferrara, insigne promotor y mánager que ahora empuña el micro y se adueña del escenario. A finales de 2019 presentaron Talego Quini (Raso Estudio), y, sin comerlo ni beberlo, empezaron a llenar la Wurlitzer y se hicieron virales en Spotify con una oda irónica al bueno de Lance Armstrong. Luego llegó la crisis pandémica, chapando conciertos a puñados: ya saben de qué va.
Cantan porque no son “ni demasiado jóvenes ni viejos todavía”. Porque tienen memoria de Luis Roldán, del caso Filesa, del comando GAL, de Gil, de ETA, de la “ley del suelo por los cielos”, de Aznar y de Felipe, de Alianza Popular. Cantan porque vivieron una España renqueante entre la modernez y la miseria que en 1992 comenzó a caminar sola; porque saben que la idiosincrasia patria no es más que una “débil y vil moral”.
Se levantan para trabajar -bueno, eso hacían antes de este entuerto pandémico- y te hacen un tema post-punk con dos botones y un palillo, les salen casi solos los versos, el humor, la diminuta rabia; porque llevan dentro la sátira poética de la generación del desencanto. Y por nostalgia cantan a las preciosas y chulescas chonis que jamás les miraron en el instituto, y por desgaste cantan a la lista infinita de nombres del primer día del juicio del procés.
Ahora han lanzado un tema llamado Fiesta virtual, en su idea de seguir retratando este sórdido mundo moderno: en él describen un breve affaire surgido en esta selva oscura del confinamiento. “La conocí en la pandemia en una fiesta virtual, yo entré contando unos chistes, me flipó su avatar (…) Después de dos memes me la tenía ganá”. Todo un poco al estilo Her, ya recuerdan aquel peliculón de Spike Jonze protagonizado por Joaquin Phoenix -y la voz de Scarlett Johanson-.
Romances pandémicos
Los códigos del romance son, ni más ni menos, con los que ahora mismo contamos: palabras por la red, iconos, bromas virtuales, skypes, confesiones inusitadas de secretos íntimos -aprovechando que esto parece un campamento adolescente pero un poco maldito-. “Le pedí hablar en privado y me dio su Instagram, mucho fuego en los stories y empezamos a quedar: unos audios de mañana, un skype al merendar, por la noche hacíamos sexting y no puedo contar más”.
En el estribillo grita, lleno de certezas: “La conocí en una fiesta virtual, ella es mi mujer ideal”. Más adelante cuenta el punto de complicidad al que han llegado en estas semanas: “Conozco todos sus secretos, cómo le gusta follar, las pelis que aún no ha visto y a quién piensa votar. Todo ha sido tan intenso, tan bonito e irreal que el día que acabe esto y tengamos que quedar, totalmente preparado para poder fracasar, lo normal será que al verla yo ya me quiera marchar”.
Otro clásico de las relaciones cibernéticas: que funcionan sólo por internet. La vida real es un lugar mucho más inhóspito. En casa, en el fondo, estamos a salvo de nosotros mismos y de las miserias del otro. ¿Y si no hay química en persona, y si las coñas se vuelven incómodas, y si no sabemos qué decirnos? Ferrara plantea esas dudas -muy reales- en la canción pandémica.
“Si la curva del contagio empieza antes a bajar, tendré que ver lo que hago y no me quiero agobiar, ayer dijo que Norberto a su hijo quiere llamar, yo le dije ‘por mí vale’, no la pienso fecundar”. Primeros síntomas de alejamiento. Las preocupaciones de la vida real, volcadas en la vida virtual. Silencios. Extrañeza. Y final infeliz, en el fondo, al que estamos acostumbrados: “Hoy no hubo ‘hoy qué haces’ y me empecé a preocupar. Escribí, no contestaba, no podía aguantar más. Al llamar, tono no daba, ¿y si ha muerto la chavala? Qué pardillo, qué tolandas, ha pasao’ de to tu cara”. No se los pierdan.