Si vas por los alrededores de Olot, por encima del llano, / encontrarás un lugar verde y profundo / como nunca ninguno más hayas encontrado en el mundo: / un verde como de agua adentro, profundo y claro; / el verde de la Fageda d’en Jordà.
Estos son los versos que escribió el poeta barcelonés Joan Maragall a su llegada a Fageda d’en Jordà (Hayedo de Jordá), una reserva a cuatro kilómetros de la localidad de Olot. Allí, pese a las hermosas palabras de Maragall, tuvo lugar uno de los hechos criminales más crueles de la historia de España. Maria Àngels Feliú tenía 34 años cuando fue secuestrada. La farmacéutica de Olot, un pequeño pueblo de Gerona, provenía de una familia muy conocida con alto poder adquisitivo. La mujer se ausentó tras haber estado con unos amigos. Su desaparición fue denunciada ipso facto y desde un primer momento se tuvo claro que se enfrentaban a un caso de secuestro por motivos económicos.
Los secuestradores eran una banda de criminales no profesionales en busca de fortuna. Lo que más llamó la atención es que entre ellos se encontraban dos policías municipales, un guarda forestal y su mujer. Los despropósitos cometidos por los investigadores del caso provocaron, entre otros fallos, que no se pudiera extraer ni una sola huella del vehículo de la farmacéutica.
Maria Àngels pasó nada más y nada menos que 492 días en cautiverio. Uno de los miembros de la banda, concretamente su carcelero, decidió por cuenta propia entregar a Feliú, al sentir que las fuerzas de seguridad les pisaban los talones. Ramón Ullastre, el guarda forestal considerado cabecilla del grupo, fue condenado a 22 años de cárcel; su esposa, Montserrat Teixidor, a 18 años; el policía municipal Antonio Guirado fue condenado también a 22 años; José Luis Paz alias El Pato, fue condenado a 14 años de cárcel; y a Sebastián Comas, el carcelero que decidió liberar a María Angels, se le impusieron 17 años de prisión aunque acabó pisando la calle en 2009.
Pero un caso no desaparece una vez se cierra. Evidentemente, el recuerdo de Maria Àngels de aquella agonía perdura y la forma en la que se procedió judicialmente, con sus más y sus menos, sigue dando de qué hablar. Es por ello que Jacinto Vicente Hernández, quien fuera secretario judicial del caso, narra de forma novelada la historia real del que todavía hoy es el secuestro civil más largo de la historia de España sin motivos terroristas de fondo en su libro Olot. Crónica de un secuestro (Serbal).
La verdad desde dentro
El libro destaca principalmente el procedimiento de la investigación y cómo finalmente pudieron dar con todos los perpetradores del secuestro. "Alguien, desde dentro de la investigación, tenía que contar algunas verdades de este caso que marcó un hito en la historia de la delincuencia común en España", considera Jesús García-Fustel, teniente coronel de a Unidad Central Operativa de la Guardia Civil.
Han pasado 25 años desde que Jacinto Vicente diera un paso adelante y se decidiera a publicar este libro. También han pasado 25 años para que los mecanismos de procedimiento hayan cambiado considerablemente. Así empieza el escritor, resaltando la aparición de una "máquina de la verdad" llamada P300. Aunque el individuo no lo desee, delata de forma efectiva si conoce o no un lugar concreto y hasta qué punto es significativo para dicho individuo.
María Ángels, la elegida
Jacinto Vicente relata el suceso alejado del lenguaje técnico y los procesos burocráticos y administrativos. Cuenta lo ocurrido con un color y un conocimiento que relucen todos los rincones de Olot descritos. Olot no es una "ciudad maldita", como se ha llegado a escribir en diversos medios. Olot es una ciudad "de convivencia" y muy tranquila, como cualquier otra localidad de 34.000 habitantes.
Entre todos los habitantes, Maria Àngels Feliú fue la elegida. No fue un acto improvisado, no. El propio cuerpo de la Policía se vio afectado. Antonio Guirado, policía local, lejos de proteger a los ciudadanos, ordenó seguimientos a diferentes personas como la hija de un conocido empresario del sector de los embutidos o Maria Àngels. "No es un acto desesperado o realizado al azar, sino que se vale incluso de su condición de policía y del hecho de, por ello, no levantar sospechas, para realizar vigilancias en los alrededores de la propia farmacia donde trabajaba la que sería su víctima", narra Vicente.
En una entrevista concedida a EL ESPAÑOL, el escritor rememora los seguimientos y amenazas que recibió cuando el componente policial entró en escena. "Si nos quisieran haber hecho daño nos lo hubieran hecho", declara a este periódico. Todo para que cierto policía local no se viera envuelto en el secuestro de Maria Àngels.
Por aquel entonces Maria Àngels tenía 34 años. Según relata Vicente, era una mujer con una personalidad muy compleja, con una vida privada muchos más apasionante de lo que sugería a primera vista, tan "pequeña y frágil", como decían sus captores. Pero al parecer había otra fragilidad dentro de los secuestradores. Fuera por compasión o por miedo a ser descubierto, Sebastián Comas optó por liberarla.
A María Ángels le ponían Radio Nacional durante su secuestro y llegó a oír la noticia de su propia muerte
La joven había pasado 492 días encerrada. "No cabía estirada y le habían puesto un colchón y un cubo para hacer sus necesidades. Había bichos y filtraciones agua", comenta el que fuera secretario judicial. "Le ponían Radio Nacional y llegó a oír la noticia de su propia muerte", añade. Según el teniente coronel Jesús García-Fustel, "algunas de las condiciones a las que estuvo sometida Maria Àngels eran peores que las de las víctimas del Holocausto: espacio, iluminación, higiene, comunicación etc.". Asimismo, recalca que "lo que ella tuvo que soportar superó todos los límites, e incluso tuvo que sufrir la presión psicológica de saber que los que teníamos que rescatarla la dábamos por muerta".
Finalmente, tal y como explicó Sebastián Comas, tras "sentarle bien dos whiskys que se tomó", la puso en libertad. Jacinto Vicente, al igual que todos, se pregunta lo mismo. "¿Por qué no se tomó esos whiskys antes?".
Así, el 27 de marzo de 1994, fue liberada en una gasolinera cerca de Lliçà de Vall. Varios agentes de la Guardia Civil que se encontraban en aquel momento en la gasolinera fueron los primeros en intervenir, tras lo que vendría el traslado a un centro hospitalario de Barcelona. Maria Àngels pudo rehacer su vida pese a todo lo sucedido. Sus hijos se convertirían en el motivo para salir adelante.
En el silencio de aquel lugar profundo, / y no piensa en salir o piensa en vano: / es preso de la Fageda d’en Jordà, / prisionero del silencio y del verdor. / ¡Oh compañía! ¡Oh liberadora prisión!
Así finaliza el poema de Joan Maragall, con Maria Àngels Feliú en su casa, sana y salva y libre de su prisión.