Durante el siglo III d.C., el Imperio romano seguía cosechando victorias en el ala este de sus fronteras. Bajo el liderazgo de Septimio Odenato, rey de Palmira y dependiente directo de Roma, recuperó tierras de los persas para que pasaran a ser de dominio romano.
Su asesinato, no obstante, cambió el curso de la historia. Quien hubiera sido su apoyo político durante tantos años, su esposa Zenobia, no se conformaría con rendir cuentas ante un Imperio romano que levaba años en mitad de una crisis interna. Zenobia tenía mano dura; había ordenado ejecutar al asesino de su esposo y adoptó los títulos imperiales romanos.
Tal y como escribe el catedrático emérito de Historia clásica en la Universidad de Newcastle Tony Spawforth en su libro Una nueva historia del mundo clásico (Crítica), convirtió Palmira en una Atenas oriental atrayendo a intelectuales griegos a su corte, e invadió las provincias romanas vecinas, conquistando Alejandría en el año 270. De esta manera, el Imperio de Palmira comprendía las provincias romanas de Siria-Palestina, Egipto y zonas del sureste de Asia Menor.
Egipto ofreció resistencia a través del prefecto romano de Egipto, Probo Tenagino, pero la joven emperatriz, que llegó a dirigir personalmente su ejército, capturó y decapitó a Probo. Se proclamó monarca de Egipto y hasta acuñó monedas con su nombre. En ese momento su reino se extendía desde el Nilo hasta el Éufrates.
"Autores romanos posteriores afirmaron que Zenobia se comparaba con Cleopatra", narra Spawforth. "Ciertamente, debió ser una mujer formidable y, al parecer, despertó esos mismos temores en Roma, atizados por el orientalismo y la misoginia", añade.
Las ambiciones expansionistas de Zenobia llegaron a los oídos de Aureliano, comandante de la división del Danubio. Era partidario de una disciplina estricta, en la más dura tradición romana. Era temido por sus propios soldados y aclamado como emperador por sus tropas inició su ofensiva contra la emperatriz rebelde.
Zenobia fue derrotada en Emesa y se retiró a Palmira, donde fue sitiada por Aureliano en 272. Finalmente, la resistencia cayó y tras derrotarla y capturarla, regresó a Palmira para extinguir el último foco de la rebelión. Pese a la violencia que caracterizaba a Aureliano, los historiadores afirman que ordenó emplear el tesoro de Zenobia para construir los monumentos dañados por la guerra. Así se extinguió el Imperio de Palmira. Un imperio fugaz que desestabilizó las fronteras de Roma pero que no supo establecer una hegemonía duradera.