En esta época de incertidumbre, donde prácticamente todos los países occidentales están tomando medidas de confinamiento ante un coronavirus que acecha, que parece no ser un virus tan inofensivo como se pensaba, la intoxicación mediática sobre la Covid-19 viene por todas partes. Medios de comunicación, mensajes de WhatsApp e incluso influencers que explican a sus miles de seguidores medidas inútiles y de lo más surrealistas para no contagiarse.
"¿Por qué fake y no mentira, por ejemplo?", se pregunta la escritora y profesora de la Universidad Carlos III de Madrid Pilar Carrera en su reciente publicación Basado en hechos reales (Cátedra). Este concepto se asocia comúnmente al desarrollo tecnológico y la aparición de internet, que suscitan e impulsan noticias falsas de, en este caso concreto, el coronavirus. Así, la youtuber española Paula Gonu recomendaba beber agua a 27 grados para prevenir la Covid-19 o el Ministerio de Salud de Francia se vio obligado a desmentir que la cocaína no hacía inmune a las personas ante la enfermedad. Pero lo cierto es que las fake news han existido siempre —ya en 1912, días después del hundimiento del Titanic, los periódicos seguían difundiendo falsos datos sobre las bajas— y más aún en época de pandemias.
Las enfermedades que impulsaron la caída del Imperio romano, la devastadora peste que asoló Atenas durante la Guerra del Peloponeso y derribó su imperio y otras pandemias han afectado históricamente al mundo. Desde el medievo, dichas enfermedades cuentan con documentación acerca de cómo la población de entonces trataba de evitar el contagio.
La rápida y letal propagación de la peste negra terminó con la vida de al menos un tercio de la población europea. En aquella época la medicina no estaba preparada para controlar ni erradicar la enfermedad y la población, profundamente cristiana, recurría a la Iglesia para informarse —estos aclaraban que se trataba de un castigo divino—. De hecho, muchos de los médicos de la peste negra ni siquiera ejercían como médicos profesionales. En muchos otros casos eran doctores de segunda categoría que no habían podido establecerse exitosamente en la profesión o jóvenes que estaban tratando de hacerse camino.
De esta manera, los doctores de la peste pensaban que la sangría y otros remedios como poner sapos o sanguijuelas sobre los bubos funcionaban a la hora de curar a los pacientes. Lo cierto es que no solo no curaban, sino que estos bulos y este desconocimiento sobre la variante de la bacteria Yersinia pestis se repitieron los siglos posteriores para tratar de prevenir y exterminar las epidemias venideras.
A lo largo del siglo XVII diferentes pestes asolaron principalmente a Italia y España. Hacia mediados de siglo era común que los médicos vistieran máscaras picudas que les cubrían toda la cara para evitar el contagio. Esto se debía a la hipótesis que se generalizó acerca de la peste. Thomas Sydenham y Giovanni María Lancisi defendieron la teoría miasmática de la enfermedad y según ellos eran el conjunto de emanaciones fétidas de suelos y aguas impuras las que producían las pandemias. A día de hoy se considera obsoleta.
Sevilla enferma
1649 fue un año nefasto para la población sevillana. Se estima que al menos 60.000 personas murieron —lo que equivalía casi a la mitad de la población— y sus consecuencias fueron relatadas por el historiador Diego Ortiz de Zúñiga o Caldera Heredia. "Los gremios de tratos y fábricas quedaron sin artífices ni oficiales, los campos sin cultivadores... y otra larga serie de males, reliquias de tan portentosa calamidad", escribió Ortiz de Zúñiga.
Tal y como escribe Juan Ignacio Carmona García en su libro La peste en Sevilla los remedios que se proponían eran de lo más variopintos. Ingestión de orina, pomadas caseras, matanzas de caballos... Todo por intentar erradicar la enfermedad. Evidentemente, eran bulos que cruzaban fronteras de boca en boca y que no remediaban la peligrosa epidemia. Por su parte, tal y como relata el libro de Carmona, la Iglesia trataba de combatir la enfermedad con procesiones mientras que los más místicos pensaban que eran producto de una conjunción astral —incluso había gente que creía que se transmitía por la mirada—.
La gripe española
Las fake news tendrían un mayor impacto y mayor responsabilidad en el acto de difusión a principios del siglo XX. La medicina e higiene, pese a no ser comparable con la actualidad, había dado pasos agigantados. Sin embargo, durante la gripe española hubo cientos de mensajes contradictorios e inútiles entre los diferentes países que sufrieron la influenza.
Pese a su nombre, la enfermedad no tenía nada que ver con España. De hecho, el primer caso español se documentó en Madrid en mayo de 1918, meses después de haberse diagnosticado en otros rincones del mundo. La cuestión era que las potencias que participaban en aquel momento en la Primera Guerra Mundial hicieron todo lo posible por ocultar las noticias sobre la enfermedad. La censura reinaba en todo el mundo. Sin embargo, España se mantuvo neutral durante el conflicto y no hizo nada por esconder las elevadas cifras, por lo que se creó la falsa creencia de que España era el país más castigado.
Los síntomas iniciales eran similares a los de cualquier otra gripe: fiebre, irritación de garganta o dolor de cabeza. Después, y de forma repentina, los enfermos sufrían pérdida de audición, mareos, convulsiones y hasta visión borrosa. Asimismo, aparecían manchas oscuras por todo el cuerpo. Durante los años que duró la pandemia, en diversas esquinas de los espacios públicos podían observarse carteles que instruían a los ciudadanos acerca de cómo prevenir la influeza.
La pandemia se llevó consigo alrededor de 50 millones de personas. Cada país trató de evitar el contagio masivo a su manera. No era de extrañar ver a la gente con mascarillas o impartir las clases al aire libre, con el pretexto de que el aire exterior impedía cualquier infección. Por ejemplo, en la ciudad de San Francisco se multaba a todo aquel que no llevara una mascarilla puesta.
En Reino Unido, donde fallecieron aproximadamente 250.000 ingleses y tal y como recoge el historiador y columnista británico Ben Macintyre en The Times, se recomendó dejar de dar la mano a la hora de saludarse y no besarse con nadie. La enfermedad azotó a la isla en primavera de 1918 aunque el momento más catastrófico llegaría a finales de año, donde la tasa de mortalidad y de afectados ascendería enormemente.
Ante tal escándalo de bajas los doctores recomendaron todo tipo de excentricidades sin fundamentar para evitar el contagio: whisky, cebolla y hasta cigarrillos. La ciudadanía, como es lógico, seguía estos pasos que recomendaban los expertos aunque en la práctica no eran más que bulos e información falsa. Hasta el propio medio The Times asoció en su momento esta enfermedad a una pandemia mental, a una fake new, como se diría actualmente, que acumulaba el cansancio de años de guerra y que no existía en ningún caso. De esta forma, quien enfermase se consideraría antipatriótico.
En 1920, tras dos años de epidemia y cientos de países afectados, la mundialmente conocida como gripe española desapareció por sí sola. Lo que no se marchó fueron las noticias falsas y fake news acerca de cómo tratar estas epidemias, ahora mucho más visibles por la influencia de internet y personas no cualificadas impartiendo cátedra. Por el momento, mientras la gente aguarda en sus casas, se recomienda seguir los pasos de la OMS y expertos en el tema.