Como dice el popular refrán: “Y dale, la burra al trigo”. Pablo Motos ha desenterrado una polémica lingüística casposa y manoseada cuyas conclusiones no terminan de calar de Despeñaperros pa’rriba. El presentador de El Hormiguero es trending topic por cuestionar que el acento andaluz de Roberto Leal pueda entenderse en un programa de veloz dicción como Pasapalabra: “¿Lo vas a suavizar, lo vas a dejar?”.
La respuesta de Leal ha sido muy aplaudida en redes: “Yo creo que no tiene nada que ver el acento con la pronunciación. Trataré de articular más pero en el momento en el que los concursantes me entiendan (que me entienden perfectamente, porque llevo veinte años trabajando en televisión) ahí no hay problema. Aquí tienes que ser tú mismo. Si Antena3 te llama es para que seas tú y no seas un muñeco”.
Es un debate eterno y estéril que fundamentalmente disimula un prejuicio clasista. Cuando alguien señala un acento andaluz como problemático -como tiene que aguantar la sevillana María Jesús Montero, ministra portavoz del Gobierno-, lo que en realidad está diciendo es “no estás capacitado para ese puesto”. ¿Por qué? Porque eres “cateto”, “demasiado rudo”, “gracioso”, “inculto”. Y, al final, porque eres “pobre”.
La primera Gramática castellana
Dijo el escritor Fernando Quiñones que el andaluz “lleva enriqueciendo al español y contribuyendo a desenquilosarlo desde el siglo XVII”, pero lo cierto es que ni siquiera su excepcionalmente prolífica tradición literaria -de Góngora a Antonio Gala pasando por Machado, Lorca o Alberti- ha conseguido sacudirle el estigma.
Poco importa a los prejuiciosos que la primera Gramática castellana, que data de 1492, fuese escrita por el sevillano Antonio de Nebrija: ahí el estudio inaugural de nuestra lengua y sus reglas. Este humanista, consciente de las aportaciones creativas del andaluz, afirmaba que “el idioma es el instrumento del imperio; el dialecto, la afirmación de la personalidad”. Otros especialistas consideran que el andaluz es un “habla” por su parecido con el español respecto a estructuras y léxico.
Los expertos, en cualquier caso, recuerdan que ninguna modalidad lingüística es inferior a otra si cumple la función principal, que es la de la comunicación, pero hay quien no supera los efectos del seseo, del ceceo, del lleísmo, de la anternancia, de la aspiración de la “s”, de la eliminó de la “d” o del “jejeo”. Relacionan estos dejes con incorrección, aunque sólo hablan de mezcla cultural de corte histórico.
Estos fenómenos linguísticos están condicionados por los distintos repobladores de Andalucía: castellanos, leoneses, aragoneses y catalanes, además de extranjeros como los francos, los gascones o los portugueses. De ahí su variedad y su riqueza sonora, que, por otra parte, no ha afectado a su pertinente construcción. Decía el catedrático de Filología Española José Mondéjar que “la mejor sintaxis del español se conserva en Andalucía”.
Prejuicio clasista
El filólogo, editor y poeta Juan F. Rivero lo explicaba muy diáfanamente a este periódico en un debate anterior: “El prejuicio de que hablar andaluz supone incultura está asociado al movimiento de las clases trabajadoras, que han migrado durante algunas etapas históricamente más pobres de nuestro país, como la posguerra o la recuperación económica, cuando los llamados ‘charnegos’ -una palabra un poco fea- se fueron hacia Barcelona y se asentaron en los barrios periféricos de las grandes urbes”, reflexiona Rivero. Es una cadena de arbitrariedades: “Primero piensan ‘los andaluces no saben escribir’, luego ‘son incultos’, después ‘son incultos porque son pobres’, y por último, ‘no pueden opinar”.
La filóloga Elena A. Mellado iba más allá: “Además de las razones históricas, tienen mucha responsabilidad los medios de comunicación y la ficción, que siempre han hecho una representación equivocada y prejuiciosa del andaluz”, evoca. “Fíjate que cuando sale en televisión, el andaluz siempre es el personaje graciosillo de la serie, y de clase obrera, el más tonto de todos los que salen, o como mucho, el pícaro. ¿Por qué nunca sale este tipo de personaje hablando con acento catalán?”, lanza. Ahí la mítica Juani de Médico de Familia. Ana y los siete, Aquí no hay quien viva, Mis adorables vecinos, Los Serrano y un largo etcétera.
Es el mismo problema al que se enfrenta Roberto Leal a ojos de Pablo Motos, a pesar de su avalada experiencia en los medios de comunicación. Tanto es así que Rivero, que es sevillano, reconocía que “parece que los andaluces tenemos que eliminar el acento para que nos tomen en serio”. “No sólo cuando llegamos a Madrid, sino cuando accedemos a un puesto de responsabilidad o nos relacionamos con personas que no son andaluzas, porque pensamos por adelantado que nos van a juzgar”.
Así lo denuncian iniciativas como Habla Tu Andaluz, un movimiento en defensa de las hablas andaluzas. En cualquier caso, no deja de ser curioso qué poco recuerdan los críticos versos como los del respetadísimo Lorca: “De noche me sargo ar patio / y me jarto de llorá / en ver que te quiero tanto / y tú no me quieres ná”. ¿Alguien tendría valor para insinuarle inculto?