Guille Galván es poeta, inequívocamente, además de letrista, guitarra, teclado y coros de la ya icónica banda Vetusta Morla: tiene una de esas miradas genuinas, diáfanas, humanistas, con noción de lo bello, de lo inasible, de lo que no se mide pero existe, de lo que no es urgente pero importa. Una mirada que amasa las grandes palabras para subrayar lo pequeño. Una mirada para lo eterno -o, mejor dicho, lo atemporal-, pero también una conciencia política y social apegada al presente, a nuestras tragedias modernas, a nuestras desazones ciudadanas.
Hay ética y filosofía en sus respuestas. Hay un desapego y una rebeldía frente a la maquinaria que nos aplasta, frente al sentirnos hámsters en la rueda, frente a la idea de "cultura" como "hiperproducción de contenidos": hay, en su trabajo y en su discurso, una guerra elegante contra la cultura como ego, como "hipermusculatura del yo", como autopromoción y mera estética.
Este próximo viernes, Vetusta Morla lanza MSDL - Canciones dentro de canciones, su quinto álbum de estudio, donde reinterpretan y transforman los himnos de Mismo sitio, distinto lugar, convirtiéndolos en obras nuevas que vuelven a hablarnos de tú en un mundo que nos es inédito, en unas calles que nos expulsan. Hoy las recibimos distinto: "En la antesala del derrumbe total, donde el filo es el estrecho / en el auxilio del penúltimo bar, en el beso más lento / hay un sitio para cada lugar, queda espacio para ti / es tu turno, sólo tienes que verlo".
¿Qué ha aprendido de usted mismo en este encierro? ¿Y de los demás -del ser humano, en sentido profundo-?
Tenemos una necesidad demasiado grande de enseñanzas rápidas y unívocas, vivimos necesitados de certezas y penalizamos a quien no las ofrece. De todo queremos sacar una moraleja inmediata y compartirla con los demás para ser aplaudidos al instante; pero quizás estemos ante un momento que reclama más preguntas que respuestas, necesitamos tiempo y perspectiva. Puede que, después de todo, no haya aprendido demasiado de mí mismo. He mejorado el punto del arroz, eso sí, pero poco más.
Así que intento no sentirme culpable por ello. Me temo que esa culpa tiene que ver con la autoimposición de ser marcas de nosotros mismos, cinceladas 24x7 bajo la mirada de los demás. Hemos vivido esta soledad de manera muy extraña; compartida constantemente a través de las redes sociales y los sistemas de videollamada. La presencia del otro no ha desaparecido en ningún momento; no tenemos su abrazo pero sí su mirada, es muy extraño.
¿Cuál es el pensamiento más extraño que le ha asaltado estos días?
Me vienen a la mente las caras b de todo esto; el chico que haya querido borrarse del mapa aprovechando la coyuntura y al que nadie ha echado de menos en semanas, los amantes que se escapan de madrugada para verse, los romances prohibidos de los hospitales. Pienso en los adictos que necesitan inventarse cualquier cosa para ver al camello. En cosas así pienso.
¿Qué es el mundo interior; cómo se cultiva? ¿Realmente puede la cultura salvarnos de algo? ¿Cómo valora la hiperproductividad que se ha vivido en estos días de pandemia? ¿Qué hay del apagón cultural?
Supongo que el mundo interior es esa bolsita de té que vamos cultivando con los años y que acaba tiñendo la realidad a través de nuestra mirada. Cuando damos forma a ese mundo interior, lo ordenamos, le damos cierto ritmo y lo ponemos en común, estamos generando cultura. Y no me refiero solo a vomitar en un papel nuestra intensidad existencial, también hay cultura en el descanso del bocata a media mañana o en las sillas de tijera que se sacan a la fresca después de una cena veraniega.
Eso que echas de menos cuando estás fuera y reconoces entre los tuyos sin ni siquiera verbalizarlo. La cultura nos modela, da cobijo y nos hace reconocernos en lo que fuimos; es orgullo, identidad y pertenencia. En ese sentido, no tiene apagón posible, tendrían que borrarnos del mapa para conseguirlo.
Durante estas semanas, el consumo y producción de contenidos -como lo llaman ahora- ha desarrollado un ritmo salvaje, y en ocasiones, creo, una urgencia desmesurada. Si algo nos ha brindado este confinamiento es tiempo, tiempo para no ser necesariamente productivos. Un médico, un bombero deben estar preparados para trabajar y tomar decisiones urgentes, nosotros no. Hay que ser muy genio para hacer un análisis de la situación y ofrecer algo relevante en dos tardes.
Entiendo que compartir nuestros directos en continuos lives de IG surge de un acto de generosidad. A priori es hermoso ver a tanta gente volcada en rellenar cariñosamente el ocio de los demás, pero deberíamos pensar que lo mismo no nos estamos haciendo ningún bien regalándole a las plataformas nuestros directos sin ningún tipo de vuelta económica.
Engordamos a los grandes contenedores digitales con nuestros contenidos urgentes, los alimentamos con la ansiedad del que teme no ser querido, sin ningún tipo de recompensa más allá de los likes, las visualizaciones y los followers, especulación pura y dura, humo. Neurosis. Ante la ausencia de shows en directo, todo apunta a que las marcas entrarán ahí como lobos, en breve la cerveza X patrocinará los stories desde el baño de tu cantante favorito.
“Para los desgraciados, todos los días son martes”, cantaban las Vainica Doble. ¿Cómo cree que afectará esta situación a nuestra concepción del tiempo, del trabajo y del placer?
Totalmente, el lunes aun guarda la nostalgia cercana del domingo pero el martes tiene las orillas demasiado lejos. Ahora que empezamos a salir un poco más nos damos cuenta de lo que cambia nuestra percepción del cuerpo, en el sentido físico, literal. Llevamos años repensando nuestros cuerpos, están en el centro de muchos debates: en lo publicitario, en lo religioso, en lo sexual, en relación al género…
Parece que ahora, nuestra fisicidad es un marrón de los buenos. Nuestros cuerpos se deterioran, nos pesan, huelen y ahora, además ¡contagian! Espero que no corramos la misma suerte que los formatos físicos culturales y concluyamos que nuestros huesos son un estorbo.
Pese a la devaluación absoluta de las humanidades, creo que la filosofía y la ética deberían ocupar un lugar crucial en estos momentos. Ya sabemos lo que se puede hacer, el desarrollo tecnológico nos abre opciones inimaginables años atrás. Ahora nos toca saber en qué debemos, o mejor dicho, en qué queremos convertirnos como sociedad.
En lo estético, supongo que también nos enfrentaremos a un cambio importante. Durante los últimos años hemos visto un repunte del artista como marca/empresa que muestra su empoderamiento a través de la ostentación extrema, una hipermusculación del YO que, me temo, va a oler a naftalina de aquí a muy poco.
Esta crisis, ¿le ha vuelto más humanista o más misántropo?
Esta crisis es radicalmente humanista porque obliga a replantear nuestro lugar con el mundo, con la relación con los demás y, como especie, nuestra interacción con el planeta. A lo mejor no hay que llegar más lejos sino habitar de forma amable todas las yardas que, supuestamente, hemos ido ganando. Y para eso, es muy útil respetar el silencio, y observar; como cuando sales a tirar la basura y ves que no hay nadie, que es hermoso que no estemos ahí.
La naturaleza dándole dentelladas a la ciudad, el cielo luciendo increíble por la noche, el olor las mañanas. Nos miramos a través de las mascarillas con cierta complicidad, como si perteneciéramos a un club secreto. Durante algunos momentos del encierro he tenido esa sensación de pertenencia al Planeta, no como protagonista, sino como un habitante más. Es curioso porque es una sensación que tengo frecuentemente en Latinoamérica cuando, abrumado por la hegemonía de lo salvaje, sientes que tu vida vale lo que le dure el aburrimiento a un volcán o un temblor.
¿Cuáles son las primeras cosas que le apetece hacer en la desescalada, en la recuperación de la libertad?
Quedarme solo en casa, aunque sea un par de horas.
¿Cree que los ciudadanos españoles han mostrado responsabilidad individual? ¿Qué valor le da a ésta?
En un porcentaje altísimo creo que sí, como dogma de vida, necesito partir de la confianza en los demás. No creo que hacer guardia en los balcones como si fuéramos La Gestapo de las Azoteas ayude a nada. Sería muy triste que cuando salgamos de ésta, ni siquiera nos demos la oportunidad de celebrarlo como una victoria colectiva.
¿Qué idea tiene ahora mismo de la libertad? ¿En qué se canjea?
La responsabilidad y la libertad son palabras que van de la mano. Ahora, el término ha sido tan zarandeado que debe de estar con una crisis de identidad que ni Zelig de Woody Allen. Veo los berrinches callejeros de las cacerolas de plata al grito de ¡libertad! y, si no fuera porque están poniendo en peligro a todo el mundo, me daría la risa. Su “libertad” poco tiene que ver con la original, es el Smoke on the Water tocado por una banda tributo de medio pelo, y perdón a las bandas tributo.
A medio plazo, y de la misma manera que las libertades, sobre todo en términos de privacidad, se vieron recortadas tras el 11-S en nombre de la seguridad, tendremos una nueva imposición de medidas de control que nacerán como requisitos sanitarios y acabarán siendo asimiladas con normalidad por parte de la mayoría. Una vez acabado el peligro real, quedarán asentadas como medidas de control. Doctrina del Shock de libro, vamos.
¿Qué lectura política y económica hace de esta crisis? ¿Qué cree que sucederá? ¿Cómo valora la gestión del Gobierno?
Supongo que todo esto acabará en una reconversión dura. Y como en toda reconversión, habrá que luchar para que la nueva realidad no sea a costa de los derechos de los trabajadores. Estos días leo titulares que invitan de manera descarada a una resignación generacional. “Los jóvenes tendrán paro, sueldos bajos, trabajos basura…”.
Ese énfasis paternalista atufa. Lo mismo es una generación que se come las mil y una crisis del capitalismo o lo mismo es la generación que da un golpe encima de la mesa y acaba con los privilegios de sus mayores. La anterior crisis trajo el 15M, supongo que la que asoma acabará teniendo su propio movimiento de protesta y reconstrucción, sus propias manifestaciones culturales y estéticas.
Me gustaría que la Ciencia, como institución, volviera a tener respeto y el lugar que se merece en nuestras sociedades, superando los intereses de las farmacéuticas o el descrédito que cultivan los tierra-planistas. Para ello debe ocupar un lugar central en los presupuestos de los estados y que la ciudadanía castigue las opciones políticas que no lo hagan. Considero que también es un buen momento para enfrentarnos a la reconversión medioambiental que, tarde o temprano, tendremos que abordar.
En lo económico se están viendo auténticas fantasías, los partidos neoliberales exigiendo la intervención del gobierno en materias tradicionalmente reservadas a su mercado. En nuestro ámbito existen muchas culturas con necesidades específicas, habrá que hilar muy fino para que las ayudas y los planes de apoyo lleguen hasta toda esa diversidad y no refuercen los monopolios. En cine parece que entramos claramente en la era de Netflix, donde producción, distribución y exhibición vuelven a estar en una misma mano, como en la época dorada de las cuatro grandes majors.
Las medidas del Ministerio han quedado bastante cojas, la verdad. Con un sector prácticamente apuntalado para los próximos meses, ofrecer un paquete de medidas que deja fuera a los técnicos es no haber entendido nada. Es un colectivo que vive de encadenar giras, obras de teatro o producciones… Van a estar parados a medio plazo y no van a poder acceder a las medidas de apoyo del sector cultural tal y como se han planteado. Son una de las piezas más vulnerables del sector y les han dejado atrás.
¿Reforzará esta crisis nuestra idea de colectividad? ¿Empezará a estar mejor vista la palabra “España”?
La palabra España ha sido durante muchos años un trozo de carne entre los dientes de un doberman, daba miedo acercarse a él porque te ladraba, dejando muy claro quién era el dueño. Hoy en día parece una trinchera a conquistar por partes de unos y otros, que juegan al pañuelo, luchando por agarrarla o no rebasar la línea. Es una pelea simbólica que a mí, la verdad, me interesa poco.
Mi idea de patria es mucho más mundana; la forman los seres queridos, la cultura, nuestra educación sentimental y la red de cuidados y oportunidades del que nos hemos dotado y que, obviamente, tienen que ver con lo público. Esta pandemia ha dejado claro que seremos tan débiles como el más débil de nuestra cadena, por eso pienso que defender la Sanidad y la Educación Pública, universal y de calidad es un gesto mucho más patriótico que colgar una tela de un balcón.
Una canción, una película y un libro para resistir en cuarentena.
- Strangers, The Kinks.
- El ángel exterminador, Luis Buñuel
- Mil ochenta recetas de cocina, Simone Ortega