Desde hace 15 años las noches suenan a su voz, a la de Andreu Buenafuente. El cómico ha pasado por casi todas las cadenas dignificando el espacio televisivo y honrando el espíritu de las leyendas del late night de EEUU. A su mirada no escapa nada. Ni la realidad, que siempre analiza con colmillo y una fina ironía, ni los talentos que ha ido localizando y convirtiendo en estrellas.
El neng de Castefa, Berto Romero, Silvia Abril… Fue Buenafuente el que comenzó con una broma y acabó mandando a Rodolfo Chikilicuatre a Eurovisión. Desde hace cinco años todo eso lo hace desde Late Motiv, en Movistar+, y allí fue donde encontró oro en figuras como la de David Broncano, al que produjo La resistencia con El Terrat, o Bob Pop, una de las mentes mejor amuebladas y que mejor analiza la realidad.
En estos cinco años han pasado muchas cosas, en su vida y en el país, y eso queda claro cuando uno lee Reír es la única salida (Harper Collins), los diarios que Buenafuente ha escrito durante todo este tiempo y en los que cuenta -e ilustra- lo que pasa por su mente. Unos diarios que comienzan con Pedro Sánchez expulsado del PSOE y antes de aquel infame 1 de octubre en Cataluña. La realidad política que lo mancha todo, también su programa, una burbuja cómica por la que ha paseado lo más granado de nuestro país. Su libro también es un repaso a muchos de los que se han ido. Cuerda -al que ayudó a producir su último filme-, Chiquito de la Calzada o Pau Donés, amigo íntimo del que se despedía hace pocos días y que recuerda con cariño en su libro.
Dice al comienzo del filme que es el ejercicio de sinceridad más grande que ha hecho hasta ahora. ¿Necesitaba una catarsis en forma de libro?
Sí… Mira, el otro día escribía a un amigo y me decía que leer el libro convalida por estar de cañas conmigo, aunque prefiramos las cañas, y o le decía esto, que el libro era una necesidad, pero una necesidad desde el ‘nada que demostrar’, no quiero que eso se lea con prepotencia, lo digo porque después de tantos años eres lo que se ve y no hay necesidad de ganar aquí unos adeptos. Era una necesidad de mostrar tu cariño por el oficio, que es un poco lo que queda. Estos impulsos, cuando los sigues, te traen buenas cosas, y eso me está pasando, de hecho yo sigo escribiendo.
¿No ha dejado los diarios, le ha cogido el gusto?
Me he quedado pillado. Hoy mismo precisamente escribía esta conversación con mi amigo y lo bonito que es constatar que se reciba así, con este cariño y con este interés, porque no deja de ser un libro profesional, pero al final, al ser la tele, pues traspasa esa frontera de o profesional.
La risa no es una herramienta más, es algo muy poderoso, muy adictivo y que justifica todo, y en mi caso cuantos más años llevo, más lo valoro
El otro día le comentaba a Berto Romero que viendo su serie y leyendo las memorias de Woody Allen, los dos describen esa sensación de hacer reír que es como un colocón. En tu libro también hay algo de eso.
Sí, y creo que esa es la gran potencia de esta profesión, que por mucho que lo vivas no deja de sorprenderte. Aunque lleves ya años y ves la risa como retorno y como una herramienta más, pero es que la risa no es una herramienta más, es algo muy poderoso, muy adictivo y que justifica todo, y en mi caso cuantos más años llevo, más lo valoro. No sé si me hago mayor o más ñoño, pero cuando empecé en esto pensaba: “este es el juego, llegas, sales, haces el tonto, se ríen y te vas”. Pero ahora ves que conseguir eso… yo me emociono un poquito en cada programa. Cuando estoy detrás de la cortina y oigo los aplausos y al animador digo “jodeeer qué poderoso esto”, y luego ya me concentro en lo mío, pero me gusta mantener esa emoción, y nos confirma que estamos ante algo único.
Siempre ha existido ese cliché del payaso triste, que hace reír a todos pero luego no es feliz. En el libro que hace reír pero por dentro y luego la procesión la lleva por dentro.
Me gusta matizar eso, porque no quiero hacer épica del victimismo. Yo soy una persona muy agradecida, muy feliz, tengo mucha suerte, lo sé y me lo recuerdo. Tengo una familia, me pagan bien, hago lo que quiero... joder, son elementos para no hacerse la víctima, pero también soy una persona normal, un ciudadano normal al que le dan una mala noticia y tiene que ir a un sitio a hacer reír, pero hasta eso lo he mecanizado y no deja de sorprenderme que un mal día lo arregla un buen programa. Tú estás jodido, como cualquier persona que le pasa algo, pero entras en una dinámica de trabajo de comedia, te maquillas, y ya empiezas a ser otro. Me gusta pensar que me lo he currado mucho, casi haciéndome un coaching a mí mismo tras tantos años.
Yo he hecho un programa de fin de año con mi padre operándose a vida o muerte. Luego murió y yo estaba haciendo radio, y volví a la tele, qué le vamos a hacer… Luego la crisis, que nos afectó a nosotros muchísimo y seguía haciendo el programa... allí creo que se alargó la necesidad de agradecer a la comedia, que me ha sacado de todas las arenas movedizas. Y lo tocabas, lo vivías, pensabas, estoy mal, pero estoy aquí dentro, me río con la gente y eso es la hostia.
En el libro dice que “en estos momentos tan crispados la risa vuelve a erigirse como un arma de emoción masiva”. ¿Tiene la risa una función casi social?
Sí, uno siempre cree eso, pero la realidad es muy tozuda y cruda y te vuelve a hundir en el barro del mal humor y de la crispación. Yo sé que los cómicos no arreglamos nada, pero hacemos el viaje más agradable, y en momentos inciertos y hasta tóxicos, con un mundo enfadado y acojonado, pues piensas que al menos lo mío ni molesta.
El humor está más en el foco que nunca. En el libro dice una frase de Broncano, que es que “se castiga más el chiste que el insulto”, sin embargo usted se moja desde sus monólogos, es crítico… ¿Cómo se vive este conflicto?
Ahí esta... son los tiempos que son y tienes que lidiar con ellos. A mí me gusta matizar que lo primero que busco es divertir más que mojarme, porque parece que la misión del cómico es la denuncia de un mundo que no funciona, y también, pero no es la prioritaria, es divertir y usar las herramientas que puedas. A veces lo haces con una denuncia, a veces con una constatación, a veces con algo blanco, que a mí me gusta mucho reivindicarlo, esa comedia pura, el gesto, la construcción de un discurso de comedia... y la denuncia está ahí, pero no confundamos porque se nos pone una responsabilidad a los cómicos para la que, a lo mejor, no estamos preparados. El mundo lo tienen que arreglar los que lo han estropeado, y nosotros estamos para comentarlo.
Yo sé que los cómicos no arreglamos nada, pero hacemos el viaje más agradable, y en momentos inciertos y hasta tóxicos, pues piensas que al menos lo mío ni molesta
Pero, ¿qué ha pasado para que en los últimos años el humor esté más en la picota que nunca?
No lo sé. Tengo la sensación de que desde hace un tiempo no ocurre tanto. A lo mejor es que la pandemia ha marcado unas prioridades y se ha visto que esto era una chorrada, un problema del primer mundo. A mí me gusta pensar que la comedia es como un gas, que se filtra y que no puedes cogerla con las manos, que si la intentas comprimir se te escapa. Habrá que lidiar con corrientes de corrección actuales, y a veces de judicialización, que esto es lo que más me preocupa, siendo sincero. Ver a un cómico en un juzgado me parece una anomalía acojonante, pero tengo mucha fe en la comedia y en su capacidad de driblar. No hay nada peor para prohibir algo que prohibirlo o intentar controlarlo. Por su naturaleza indomable la comedia siempre busca el camino y siempre sale.
El libro está atravesado por la crisis de Cataluña, de la que ha opinado desde sus monólogos a pesar de que sabía que podía dar un titular no buscado.
Lo he vivido, lo analizo y lo sufro, pero llegué a una conclusión, que era que sólo comentaría todo esto a través de la comedia. Ya llevamos muchos años, y ya dije que no me iba a pronunciar, porque mi opinión no tiene más valor que la de otro ciudadano. Yo lo que tengo es una herramienta que es mi comedia, y si ves los monólogos y los analizas, ves bastante claro lo que pienso. Pero por otro lado claro que es una etapa muy dolorosa, y coincido con los de cualquier ideología en eso. Somos una comunidad, un país, llámalo como quieras... Los catalanes, una gente que hemos estado a la vanguardia, que éramos respetados, y de repente se rompe el tablero, y esa ruptura conlleva una fractura que me ha puesto muy triste, pero es que ya ni lo analizo porque creo que se analiza sola. El recorrido ha sido muy duro, lo que me ha frustrado es la incapacidad política de solucionar un problema. Esto no es el fin del mundo, es un problema de convivencia, de ideologías, y hay que usar las herramientas para arreglarlo, y cuando eso no sucede, te frustra.
¿Cuánta gasolina le queda a Andreu Buenafuente?
Ahhhh, amigo... eso no lo sabe nadie, ni yo mismo, lo cual no creas que no me inquieta también, porque no soy un robot que diga "a tope con todo". A mí me gusta mucho lo que hago, pero también empieza a venir una etapa personal en la que has hecho mucho y te impones que todo lo que hagas tenga energía, corazón y ganas. Si en algún omento veo que se deteriora, pues pararé para hacer otra cosa, pero no nos engañemos, no sé hacer nada más, esto es la mala noticia. Seguiré hasta que tenga ganas y tengan ganas los clientes, las empresas que me contratan, pero el viaje es muy bonito cuando se llega a esta madurez y sabe mal soltarlo, pero tampoco quiero ser pesado. Hay que saber irse.