Dice el filósofo Antonio Fornés que la democracia, ¡la democracia!, sacrosanta, todopoderosa, intocable -ya saben ustedes, la palabra favorita de casi cualquiera para darse una pátina de respetabilidad- anda renqueante. La pobre. Camina con flato, se le ven grietas de lejos, se arrastra, la democracia, desde finales de la Segunda Guerra Mundial. “En el periodo de entreguerras prácticamente no queda ningún país democrático, hasta Churchill pone de ejemplo de líder político a Mussolini. Parecía que la democracia liberal iba a desaparecer, pero no lo hace por el horror de la Segunda Guerra Mundial y los peligros del bolcheviquismo”, cuenta Fornés a este periódico.
¿Y ahora? ¿Por qué todo este malestar? Dice el filósofo en su libro ¿Son demócratas las abejas? (Diéresis) que ningún sistema político es eterno, pero que el problema es que ha habido un “agotamiento sistemático de todas las propuestas intelectuales de cambio político”, y que, a pesar de que este modelo ya anda obsoleto, “hoy por hoy no hay propuesta teórica real que permita abogar intelectualmente por un sistema diferente al que tenemos”.
“Si uno se va a la revolución rusa o a la francesa, ve que detrás de esa momentos de cambio político había un pensamiento poderoso detrás: todo el pensamiento ilustrado, en la francesa, y el marxista en la rusa, pero todos esos se han agotado. Hay un desprecio del humanismo terrible. Nuestro modelo democrático se ha confundido con el modelo económico del capitalismo, ¿qué diferencia hay entre la democracia y el sistema capitalista?”, lanza. “Ninguno, ¿no? Que somos libres para comprar”, le dice esta periodista.
“Y ni siquiera eso, porque es discutible que compremos libremente. La capacidad de influencia del márketing es tan fuerte… siempre pongo el mismo ejemplo. Yo no sé a dónde me voy a ir de vacaciones el año que viene, si es que se puede, pero las agencias y las empresas ya lo saben”, cuenta. “Lo dejaba claro El gran inquisidor, de Dostoievski. Decían: no te preocupes, todo lo vamos a controlar nosotros. Les dejaremos divertirse, incluso, a algunos, les dejaremos delinquir. Pensarán que pueden hacer lo que quieran, pero les tendremos controlados”, explica, entre la risa y la amargura.
¿Y la democracia directa?
Señala el filósofo que se confunde diálogo con negociación y pensamiento político con ideología. Se han perdido los dos primeros. Apunta, también, que muchos de los dramas de nuestro tiempo no son de nuestro tiempo. “Las fake news las inventó hace mucho ya la Iglesia. A final del siglo VIII y a principios del XIX, la Iglesia tiene problemas:los reyes francos le han dado poder para dirigir la península italiana, y la gente dice, ¿por qué el Papa debe gobernar la península? Y se inventan la donación de Constantino. Claro, hacía más de 400 años que el emperador había muerto. Pelillos a la mar”.
Fornés cree en la democracia directa basándose en las tecnologías. Votar más. Votar todo. “La clase política está dispuesta a utilizar la tecnología para controlarnos, pero cuando ésta demuestra que puede servir para que interactuemos sin intermediación política, no les interesa. Eso es la democracia directa, que nosotros participemos como políticos o cargos democráticos. Luego dicen que cómo va a saber la gente votar una ley. Bueno, de la misma forma que ahora votan un partido. No somos ignorantes. Eso es un argumento antidemocrático”.
Eso suena a anarquismo, ¿no? “Sí, pero no lo es. Es democracia pura y directa. Tenemos idealizada la democracia ateniense, pero el mundo ha cambiado radicalmente, mientras la democracia está inmovilizada. Y lo está por la resistencia de los que han convertido la política en un asunto alimenticio y profesional. Popper dice que la democracia no es tanto la elección del candidato, sino poder echarlo de manera rápida, sencilla y pacífica si no nos gusta”, relata.
La disyuntiva de la tolerancia
Cuidado con el tema de la tolerancia: “Se insiste en que la democracia no puede ser tolerante con los intolerantes, y que para defender la democracia hay que acabar con los intolerantes. En este sentido: los alemanes no deberían haber permitido que Hitler llegase al poder. Esto nos parece lógico, bien, normal. El problema es que a Hitler le votaron 14 millones de alemanes”.
Prosigue: “Es una disyuntiva: o bien aceptamos siempre la soberanía popular, o aceptamos que hay reglas inmutables por encima de la democracia, como la libertad o la justicia, la no discriminación, etc. Es paradójico, porque somos muy demócratas pero estamos diciendo que hay cosas que no deben someterse a la democracia”.
Es el gran debate que gira ahora mismo, en España, alrededor de Vox, aunque al filósofo no le parece un partido tan “peligroso”. “Yo estoy en contra de la hipocresía. Lo que no se puede decir es ‘como soy tan demócrata, voy a prohibir este partido’, Vox, por ejemplo. No. Lo que usted está diciendo es que hay ideas previas a esta cuestión y que usted las va a defender. Bien”.
Tics totalitarios en el presente
También observa tics totalitarios en el Gobierno actual, en la sociedad actual hija de la pandemia: “Nos debería preocupar lo fácil que ha sido confinarnos. En el siglo XVIII la gente se preguntaba: ¿por qué obedecer? ¿Por qué debe obedecer un hombre? Bueno, porque a lo mejor le interesa, ¿no? Pero más allá de esta razón, hemos pasado de ser ciudadanos preocupados por eso a que, cuatro siglos después, venga un tipo y nos diga por la tele ‘a casa’, y 47 millones de personas se meten en casa. ¿Es un civismo increíble o es la más dócil, obediente y esclavizada de las sociedades?”, dispara.
“Que el Gobierno me dice que sólo tengo que pasear una hora. No, mire usted. Los derechos no son del Gobierno ni del poder. Son de cada ciudadano. Cedemos nuestros derechos para que exista una sociedad que proteja a los débiles. Como mucho, el Gobierno podrá pedirnos, por favor, que nos abstengamos de salir, pero no puede dar por hecho que es nuestro amo y señor”, cuenta. La sensación que queda, dice, es que “cuando las cosas se ponen difíciles de verdad, la democracia se acaba, mando único y adiós”.
Podemos y la "nueva" política
En el libro cita a Rousseau a propósito de Podemos y la llamada “nueva política”. Dice que incluso el filósofo estaba convencido de que cualquier forma de gobierno, hasta la democrática, está condenada a degenerar y convertirse en tiránica, “de un lado por el paulatino abandono de los ciudadanos de sus deberes y sobre todo, por la práctica imposibilidad de encontrar un régimen político que anteponga de verdad, y en toda ocasión, a la ley por encima de cualquier hombre”.
A este respecto, cuenta una anécdota: “Tengo un amigo que es muy de Podemos, mi amigo del alma, y me dice antes de la pandemia que estaba muy contento porque Podemos había llegado al poder y no había pasado nada, e incluso la economía comenzaba a mejorar un poco. Le dije: deberías estar indignado. Has votado a un partido revolucionario y no ha pasado nada. ¿Estás encantado porque la economía capitalista mejore? ¿Eres del PP y no te has dado cuenta?”, guiña, con sorna.
“Desde mi punto de vista, el ideal teórico de Podemos, que es el marxismo, está intelectualmente caduco. Fue un gran pensamiento y hay que estudiarlo, tiene grandes aportaciones, pero en 2020 es una teoría caduca. A mi juicio, Podemos se cree ultraprogresista pero es ultrareaccionario, porque en vez de mirar hacia adelante, mira hacia atrás, hacia la idea teórica del marxismo, que es puro milleniarismo religioso”, sostiene.
“Creen que el cielo bajará a la tierra. Y que, como fase previa, debemos pasar por la dictadura del proletariado. Su esfuerzo político es por mantener modelos pasados”, subraya. “Yo me considero progresista, pero el progresismo de izquierdas, cuando cae el Muro, debe decir: un momento, vamos a pensar, propongamos un nuevo modelo. No se hizo”.
Entonces, ¿qué es ser revolucionario hoy? “Volver a reivindicar que no sólo existe la materia, sino la trascendencia; defender las ideas éticas que están por encima del puro utilitarismo. Defender que no todo es economía, que no todo es materia, que no todo es medible. Que debemos volver a la idea del bien, del deber, de la justicia. Y volver a leer a Platón y a Sócrates. Si seguimos en esta senda, viviremos una deshumanización brutal. Claro, viviremos mejor económicamente, pero no humanamente”.