Olivia de Havilland ha muerto, y con su adiós no sólo muere la última de las leyendas del Hollywood clásico, sino que toca a su fin una rivalidad histórica e histérica, un odio mágico sostenido por las décadas entre su hermana Joan Fontaine y ella. Con esa gran fobia se explica gran parte de la vida y de la obra de Olivia, porque funcionó siempre por oposición a Fontaine, pensando cómo boicotearla, pensando cómo brillar más que ella, con qué director trabajar, qué papel sería el próximo con el que le diera en las narices.
Ambas vivieron los años mejores del séptimo arte desde sus diferentes apellidos -no querían, para nada, ser relacionadas con la otra- y sembraron un relato de venganzas y trampas que dejó encantado a medio mundo y que llegó a inspirar Qué fue de Baby Jane, de Robert Aldrich, protagonizada por otras dos grandes enemigas íntimas como lo eran Bette Davis y Joan Crawford.
Olivia fue desde pequeña un ser de armas tomar, aunque ahora sea recordada con cariño y cierta ternura, como otorgándole cierta docilidad o entrañabilidad. Jamás, jamás: fue la mimada y aliada de su madre -marginando a Joan-, era una ganadora nata, una competitiva, una superviviente, experimentó dos guerras mundiales, ganó dos Oscar, dejó a decenas de hombres, se rió de los galanes -adiós, querido Errol Flynn-, se convirtió en Dama del Imperio Británico y se enfrentó a los estudios Warner en plenos años cuarenta preguntándoles, muy clarito, que dónde estaban los papeles de peso para ella. Que estaba harta de hacer de la novia del aventurero. De la chica que acompaña. Envidiaba a Bette Davis porque ella se llevaba siempre las interpretaciones más complejas e interesantes.
Mujer contra el mundo
Montó tal pollo que la apartaron del cine durante seis meses y, cuando quisieron alargarle el contrato siete años más, ella se vengó denunciándoles -señalando el castigo impuesto- y, además, ganó, logrando un hito que benefició a todos los actores y actrices, jurisprudencia divina: mayor libertad frente al poder omnímodo de los estudios de cine, que hacían y deshacían a su antojo. Los intérpretes eran meras marionetas en sus manos, y Olivia consiguió poder a ese respecto: poder para ella y para sus compañeros de oficio. De su valentía salieron triunfando todos… menos ella, que después estuvo tres años enteros sin trabajar.
“Lo que más me satisface es que aquella decisión (judicial) benefició a Clark Gable, Jimmy Stewart, Glenn Ford, Henry Fonda y todos los otros actores que habían estado ausentes, haciendo su servicio militar. Cuando regresaron a Hollywood, pudieron elaborar sus contratos con cláusulas más favorables”, contó ella. “Yo sabía que ganaría, aunque en Hollywood nadie lo creía. Había leído la ley y sabía que lo que hacían los estudios estaba mal”.
El director austríaco Max Reinhardt la descubrió en una obra de teatro de Shakespeare y a partir de ahí todo rodó: Capitán Blood, Robin de los bosques, Camino de Santa Fe, Canción de cuna para un cadáver, La heredera, La vida íntima de Julia Norris… y Lo que el viento se llevó, donde interpretó a Melanie Hamilton y fue nominada al Oscar por primera vez como actriz secundaria, volviéndose mundialmente conocida.
Ojo, el papel se lo ofrecieron primero a Joan -que ya había trabajado con Hitchcock y estaba venida arriba tras el éxito de Rebecca-, y se sintió ofendida porque no la hubiesen llamado para ser la protagonista, Scarlett. Se enfadó y dijo: “Para eso, llamad a Olivia” -a la que consideraba, en el fondo, su segundona-. Dicho y hecho. A Olivia, claro, ser Melania le cambió la vida. “Melania era de carne y hueso, preocupada por los demás, pero también una mujer inteligente y dura. Aunque, por encima de todo, era una mujer con gran capacidad para ser feliz”, contaba acerca de su personaje.
Odios históricos
Es probable que la carrera de Joan Fontaine tenga mejores películas, pero, en realidad, De Havilland tuvo más nominaciones y premios, así que es difícil quedarse con una. Anécdota: cuando en 1941, Olivia fue candidata al Oscar por su papel en Si no amaneciera, Joan era una de sus rivales por Sospecha -como Olivia era la favorita, Joan no tenía ganas siquiera de ir a la gala para no tener que felicitarla-. Finalmente, ¡ganó Joan! Como un portazo en la cara. Fontaine se puso a temblar imaginando la revancha. “Pensé que mi hermana iba a saltar sobre la mesa y agarrarme del pelo”, relató Fontaine en sus memorias, No bed of roses. Cuarenta años sin hablarse y detestándose fuerte.
“Me casé la primera, gané un Oscar la primera, tuve un hijo la primera. Si me muero, ella estará furiosa porque otra vez la habré ganado”, decía Joan en las entrevistas, con chulería. Y, efectivamente, volvió a ser la primera en morir, porque Olivia ha durado hecha una rosa hasta los 104 años, con una energía y una enorme libertad conquistada. Brilló en los cuarenta, fue espaciando su talento en los cincuenta y en los sesenta empezó a dejar el cine relegado porque, en definitiva, priorizó su vida. Qué elegante fue siempre, Olivia, hasta para marcharse, durmiendo en su hotelito en París.