Carmen Rigalt ya no fuma -aunque quisiera-, pero sabe mucho de esas conversaciones largas donde otros humos sobrevuelan la sala: ocurrencias, nostalgias, anécdotas, escepticismos. Machetes verbales para unos y otros -pónganse a cubierto-, detalles diminutos que lo revelan todo acerca de un personaje y una antigua rebeldía que disimula sonriendo con su boca amable y ancha: todo eso habita en esta mujer de 71 años que se llama “chica de la generación del 68”, que se llama “periodista” y no “escritora”, que se llama “tocapelotas por definición”.
El nuevo fichaje de EL ESPAÑOL me mira desde unas gafas con cristales tintados de azul. Lleva las uñas del pie pintadas de rosa chillón. Es toda colores, Carmen, porque su espíritu lúdico está en guerra con su espíritu neurótico. Sabe que el mal está en todas partes, que el terror aparece en lo cotidiano: por ejemplo, en los ascensores. ¿Y si esta vez no podemos escapar? Pero después anda buscando el “chute”, como ella lo llama, los ramalazos de alegría. Incansablemente. Vivísima.
Escucha a Julio Iglesias -“aunque él siempre me la trajo al pairo”-, escucha rancheras. Y música francesa. Está leyendo a Luis Landero y a Lucía Berlín. Le gustan los caracoles y las setas. “Soy poco carnívora”, comenta. Y es verdad. Con el animal y con el hombre. Lleva toda una vida huyendo de los periodistas caníbales que disfrutan cerrando una columna con los dientes llenos de sangre. De los vanidosos. De los que pensaron que esto era su negociado. A la hoguera todos, todos ellos.
Pero es ácida, Carmen; justamente vitriólica, digamos; porque la verdad es que el mundo tenía tela: esta España caótica, efervescente, ingobernable, esta España llena de personajazos heterodoxos y memorables, esta España -que es una fábula loca que se hiere a sí misma- se le presentó por delante hace ya cincuenta años y ella estuvo ahí para escribirlos.
“No sé yo bien qué he hecho en la vida: internados, monjas, universidad de Navarra, periodismo y me parece que nada más”, suelta. Algo más sí que hay: diario Pueblo, informaciones, Libera, Diario 16, El Mundo. Televisiones, cócteles, veranos en la Costa Brava. Amigos, conocidos, seres non gratos. El zoológico patrio ante sus ojos inteligentes. Ahora Rigalt se incorpora a EL ESPAÑOL: escribirá una columna semanal los miércoles y, los domingos, otro artículo llamado ‘El Bestiario’ donde repasará a los personajes más relevantes de la semana.
Charlamos sobre esto y lo otro en el salón de su casa de Las Rozas. Arriba alguien duerme. Se oye un gato dando vueltas. Carmen ríe mucho, con un poco de culpa: como una niña que acaba de grafitear el coche de su padre.
¿En qué consiste ser un buen periodista?
Lo que nos enseñaban era que un buen periodista era un periodista de agencia. Es la esencia del periodismo. Pero yo hubiera sido muy mala periodista de agencia. Realmente es un trabajo muy duro y esforzado, no sé si siempre es vocacional. Hay muchas maneras de ser periodista. A mí me gusta escribir en prensa y me siento muy alejada de los audiovisuales.
¿El periodista tiene que ser, por norma, crítico con el poder, con el statu quo?
Si uno se dedica a un informativo puro y duro, supongo que tiene que estar más ajeno a las críticas. Pero en prensa es así: yo creo que hay que ser crítico con el poder, sea del lado que sea. La crítica al poder, por definición, es algo saludable, higiénico.
Y tú eres muy crítica.
Soy un poco incómoda y tocapelotas por definición también. Lo soy con el poder y con mi casa y con los míos y con todo. Por naturaleza. Y lo soy desde que levantaba un palmo del suelo.
¿Es posible ser verdaderamente independiente?
No sé si existe la independencia químicamente pura, pero se puede intentar. Nadie es del todo independiente, no lo son ni los jueces. Son todos dependientes del hombre que llevan dentro. Y un periodista igual. Está bien decirlo y aconsejarlo, pero supongo que es una independencia relativa.
¿Y en cuanto a los jefes o a la cabecera del medio?
Puedes ser independiente de los poderes públicos, pero al final no lo serás de tu jefe; o si es un periódico que está subvencionado por vinos, pues no lo serás, yo qué sé, de los empresarios vinateros de la localidad… es muy difícil. Desde luego, yo cuando leo un periódico, digo “qué raro, siempre los columnistas son gente afecta o adicta o de acuerdo con la cabecera: ¡que se dediquen a otra sección, a Viajes!”. La gente acaba creyéndose lo que dice su línea editorial.
Porque tendrán una vida más plácida.
Pero no por eso, sino porque es una inercia, el acabar pensando como el que manda. A mí me pone muy mala eso. Veo gente que es como los perros que hay en los coches que mueven la cabecita. Es terrible que te castigues pensando como el editorial de turno.
¿Cuál ha sido tu experiencia con tus jefes?
Generalmente ha sido muy buena. He tenido buenos jefes y jefes que no he soportado. Pero no los he soportado porque no sabían ser jefes, no porque pensaran de ninguna manera. No les he soportado en su forma de trabajar. Mi primer jefe fue un sinsustancia que me tenía celos. ¡Una cosa…! Era de un periódico de provincias. Me quitó una entrevista y la escondió. Era un poco zumbado. El segundo fue Emilio Romero, en pleno franquismo.
¿Eso fue en Pueblo?
Sí. Era un franquista puro y duro pero un periodista de raza. Era muy fácil trabajar con él, porque era buenísimo, en eso era como Pedro J.
¿Se puede ser un gran periodista siendo franquista, o teniendo una gran ideología llena de dogmas?
Claro que se puede. A ver, él era franquista y dedicaba la página 2 a escribir editoriales que no sé qué dirían, pero lo fundamental que hizo fue crear una escuela de reporteros. Raúl del Pozo, Hermida, Cebrián… ¡todos, todos estaban en ese periódico! Grandes periodistas. La gente se peleaba por salir en primera, por tener la primera al día siguiente. Todo el mundo recuerda esa escuela de reporteros de Emilio Romero.
¿Y tú con Cebrián, qué tal?
No le conocí allí, cuando entré ya había salido. Tengo una foto con Cebrián, sí. El enfrentamiento que tuvo con Pedro J. por la guerra de medios fue tremendita, tremendita. En 2017 fuimos a apoyar al rey después de su discurso sobre Cataluña, y allí estaba Pedro J., que no iba nunca. Y estaba Cebrián, que no iba nunca. Nos hicimos una foto todos. Parecía aquello… estaba Pablo Sebastián… todo era un despropósito. ¡Si no nos hablábamos! Y todos muertos de risa allí. ¡Se hubieran apuñalado por la espalda! También estaba su mujer rumana, la de Cebrián. No faltaba nadie.
¿Quién te ha leído a ti con cariño y quién con inquina?
Pues no pienso en eso. Mis hijos no me leen, no lo dicen, pero yo lo sé. A veces me han dicho de todo a gritos. “¡Váyase usted a su puta tierra!”, me gritó una señora en un súpermercado una vez. Le dio algo, a la señora, cuando yo no soy independentista ni nada. Yo creo que es más difícil escuchar a mujeres diciendo “me lee más no sé quién, Fulano, Mengano...”. Los hombres sí lo hacen mucho: son tan vanidosos. “Me lee el presidente del Gobierno...”. Pura y dura vanidad. Yo no sé responderte bien a esto, pero ellos sí saben, créeme.
Ah, ¡la medallita…!
Sí, se la ponen aunque no haga falta.
Viví mucho machismo en el periodismo: pero nos callábamos, no me lo explico ahora. Pensábamos que iba con el sueldo del mes
Internet dice que empezaste en el diario Pueblo en el 75. ¿Nos lo creemos?
Bueno, internet miente mucho. No pone nada bien. Entré en Pueblo en el 71. Primero estuve en Málaga, en un periódico llamado Sol de España, una cabecera heredera del España de Tánger que había dirigido Haro Teclgen. Estuve un año. Después vine a Madrid, pero de paso, y pasé por Pueblo, pregunté si necesitaban a alguien y me dijeron “escribe sobre no sé qué y lo traes”. Y así fue. Me quedé. Bueno, “me quedé”. Me pagaban a tanto la pieza. Nunca he estado en nómina, nunca. Me daba igual, y se ganaba mejor así.
¿Cómo era esa España?
¿Cómo era España? Yo no lo sé, era muy joven, y lo que conocí fue Madrid, que era muy distinta de Barcelona. En Barcelona el listón estaba muy alto. En Barcelona empecé a estudiar Estructuralismo, Antropología… y cuando llegué aquí: tía, era facilísimo. Era Lola Flores y El Cordobés.
Folclore puro.
Sí. Se hablaba mucho de toros. De folclóricas. De deportes. Es que era muy distinto. ¿España? ¡Era tan distinto Madrid de Barcelona!
Y te divertía más Madrid.
¡Hombre! ¡Es que estaba chupao! Pero en los meses que estuve en Barcelona fue la época en la que García Márquez estuvo allí, Vargas Llosa… toda la élite literaria. Han huido las editoriales bastante de allí, pero entonces estaban muy en alza. A cambio no se hablaba de independentismo y casi ni de catalanismo. España era mucha cosa, supongo. En Marbella estuve haciendo crónicas, viviendo en el pueblo: no existía ni Puerto Banús ni nada, pero era una maravilla. Había artistas, había muchos pintores. En el Ateneo había muy buen rollo.
Había buen rollo en general, ¿no? Era una España bulliciosa. ¿Era divertida España con Franco vivo?
Sí, sí. Por ejemplo en Málaga había muchos pintores. Tenía un ambiente cultural muy curioso.
¿Te enamoraste de Madrid?
No, porque a mí me gustan las ciudades pequeñas. Lo que pasa es que si quieres hacer periodismo… yo hubo una época que me quería ir a Almería y luego me dije “¡a Almería te irás a cultivar tulipanes!”. Madrid me pone un poco nerviosa, pero es cosa de mi carácter. Soy muy neurótica, y tenía muchos problemas conmigo misma. Pasé unas épocas muy malas. Neurosis. Muy neurótica. Me lo cuestionaba todo.
¿Cuánto machismo crees que aún queda en la sociedad española y de qué forma lo viviste tú? Una mujer joven, periodista, en esa España tan conservadora…
Yo donde vi mucho machismo fue en el periodismo. En Pueblo mismo. Pero ¡yo me callaba! O nos callábamos. O debíamos pensar… si te hacían una faena… que era ¿normal? Que iba con el sueldo del mes. Es que ahora no me lo explico. Pero sí, los tíos decían unas cosas terribles. Los periodistas, eh.
Tenía amigos periodistas muy machistas: Umbral, Tola, Raúl del Pozo... Ansón nos ha querido meter mano a todas, a todas
¿Por ejemplo?
Muchos han muerto de aquella época. Cuando no te metían mano, te insultaban, te menospreciaban. Era muy desagradable. Y muchos de ellos eran amigos míos, que a lo mejor a mí no me lo hacían. Por ejemplo, yo tengo tres amigos -dos han muerto, y el tercero, casi-, y te voy a decir los tres nombres, que tenían tela.
Lo he pensado muchas veces: ¡mis tres amigos… qué angelitos! Uno era Umbral. Éramos muy, muy amigos. Eran hombres muy, muy machistas. Otro está muerto y era jefe de Prensa de la Plaza de Toros, no lo conoceréis. Tola, Fernando García Tola… era muy machista y sin embargo yo le quería mucho y él me quería mucho a mí… ¿cómo he ido yo a tener esos amigos tan tremendos?
¿Y no les regañabas tú, no les decías: "qué pasa con vosotros, chavales"?
Yo lo asumía. Era muy machista también Raúl del Pozo, que es mi íntimo, aunque ahora estamos enfadados (ríe). Pero fíjate mi pandilla. Dios mío. Un día… ahí sí que no te voy a decir el nombre, porque era una persona muy importante… fui a hacerle una entrevista y nada más empezar se me echó encima. Se me cayeron los palos del sombrajo. Porque yo le tenía devoción.
Dime quién era, por favor.
¡No puedo…! Lo pasé muy mal, no había nadie en la casa.
¿Cómo te zafaste?
Era un Jueves Santo encima. Pues no sé, pero muy mal. Cosas de esas pasaban mucho. Ansón a todas nos ha querido meter mano. A todas, a todas. Y te encerraba allí y no podías salir… unas cosas. No es que fuera normal, es que era habitual. No te podías quejar ni decir nada porque te hubieran echado, ¡no te hubieran creído…! Si era alguien de categoría, como dicen, si era un intelectual o un tipo poderoso, no te hubieran creído.
¿Cómo valoras tanto el feminismo actual como el machismo actual?
Ahora muchos hombres se sienten reprimidos y no se atreven a decir cosas que quieren decir. Creen que estamos ¿empoderadas? (ríe), y que les vamos a machacar. Están achantados.
También igual es que antes estaban muy envalentonados.
Sí, pero era peor que el envalentonamiento, aquello era un sinvergonzonerío. Muy mal. Era de sinvergüenzas. Y en todas partes. Los políticos. Cuando empezó el Parlamento, cuando empezó democráticamente, era un bullicio de ligues… políticos y periodistas.
Esa fue la primera liberación sexual de España, ¿no? Cuando arrancó el Parlamento.
Sí, se notó mucho, porque en época de Franco eran todos señores mayores con unas chaquetas blancas horribles y de repente entraron oleadas de gente joven y algunos de ellos procedentes de la clandestinidad y aquello tenía otra pinta, otro poderío. Se notó mucho cómo se festejó la llegada de la libertad.
¿Cuál ha sido la época en la que había más hombres interesantes y bellos en este país? De esto que tú dices “dios mío, están floreciendo”.
Yo no me identifico con el canon de belleza de ahora, con el concepto estético del hombre. Ahora todo es “qué culo tiene este”… les miran mucho los culos. Igual me traiciona la edad, pero el modelo de hombre que había antes a mí me gustaba más. Ha sido en pocos años que ha cambiado el modelo estético. Los chicos de mi generación eran un poco lánguidos, barbuditos, con el pecho hundido. Claro. ¡Es que no iba nadie al gimnasio! Lo de ahora no lo puedo soportar. Los vigoréxicos estos. Y enseguida se quitan la ropa para lucir. No me gusta. Es verdad que en mi época tenían cierto aire de poetas malditos.
Yo soy agorafóbica, y la agorafobia es la madre de todas las fobias. Siempre te pasa algo, siempre tienes una espada de Damocles sobre el cuello
¿Cuándo crees que llegó tu propia liberación, Carmen?
Yo he vivido muy condicionada por los vaivenes de mi “salud”, entre comillas, de mi bienestar o malestar personal. Quizá hice cosas fuera de tiempo. Cuando terminé en Pamplona quizá debería haberme ido a Londres a estar ahí un par de años, aprendiendo bien inglés, pero no, tuve hijos y ya me descolocó y me dejó fuera de juego en muchas cosas. Es verdad que también me sentí mal y no estaba acomodada. Cuando me he podido sentir un poco bien es cuando lo he superado un poco después de visitas distintas a psiquiatras: ahí he vivido épocas más libres y más tranquilas en las que yo me sentía mucho mejor.
¿A qué le tienes miedo tú?
A muchas cosas. A todo. Yo he sido una esclava de la neurosis. No sé cómo se puede liberar uno. He sido una pastillera (ríe), pero a tope. Ahora estoy escribiendo un libro y hay mucho de eso, porque claro, me pesa. Lo que llevas dentro acaba asomando.
¿Lo tuyo es un miedo a la muerte, miedo a la enfermedad, miedo a la vida?
Lo mío es miedo al miedo. A la muerte, no. Yo soy agorafóbica, y la agorafobia es la madre de todas las fobias. Siempre te pasa algo, siempre tienes una espada de Damocles sobre el cuello. He tenido épocas mejores pero nunca ha desaparecido del todo, siempre hay algo. He echado en falta esa liberación total, esa despreocupación. Ha sido una losa.
Y en el otro extremo, ¿dónde encuentras la alegría?
Alegría… a ver. Porque la esperanza ya ha prescrito (ríe). Qué voy a esperar yo ya. ¿Sabes qué pasa? Que todo es con fecha de caducidad próxima. Conozco a alguien y me gusta… pero yo misma me digo “no, no”. Me puede gustar una persona pero ya sé que me va a gustar sólo un tiempo. Me gustan las cosas un rato. Tengo un chamizo en Tánger, que para mí es… ¡eso sí! Y eso me pasó teniendo como 14 o 15 años, que fui a Bizerta, y dije “yo tengo que acabar mis días en un sitio así”. Y ha pasado. Bueno, este año no he podido ir, y a lo mejor ya no puedo volver nunca más. Eso ha sido algo que me ha dado mucha vida. Es distinto. Yo allí siento la luz, el color… me da un chute. Hay cosas que me dan chute. Yo, por ejemplo, no soy nada europea.
Te aburre Europa.
Mucho. Y Nueva York también. No estuve ni una vez, estuve media, porque me largué corriendo. Me largué, aunque todo el mundo no hace más que hablar de Nueva York.
¿Quiénes han sido para ti los personajes más admirables tanto de la política como de la sociedad que te has encontrado en tantos años de profesión?
El primero, lo siento, es una obviedad: Gabo García Márquez. Con él descubrí paisajes que llevo en el alma, como la desembocadura del Río Magdalena, y navegué hasta Mompox, donde el calor se abrazó a mi piel y por poco no lo cuento. Gabo es la única persona al que pedí un autógrafo. Él me dedicó un libro y lo conservo como un tesoro. En cambio, no conservo el autógrafo de John Lennon ni el del Nobel Severo Ochoa.
Cuando yo nací, Tina Modotti ya había muerto, pero eso no impidió que la convirtiera en una de mis favoritas. Sus fotografías me descubrieron a la persona, y la persona, al personaje: una mujer misteriosa e interesante cuya fama de activista recorrería el mundo.
Hay mucha gente que escribe bien, pero no a todos los que escriben bien les rindo homenaje. Aparte de García Marquez, adoro a Josep Pla, que fue misógino y rarito, además de gruñón y fascistoide. Qué se le va a hacer. De imperfectos está lleno el mundo.
Preferidos son también José Tomas (y eso que no me gustan los toros), pero es un hombre único al que escuché un discurso de tres cuartos de hora sin consultar la chuleta. Y Jabois: tuve la suerte de compartir periódico con él durante un año. Es el mejor reportero de la actualidad. Claro que ahora apenas existen reportajes (al periodismo no sólo se le muere el papel: ¡se le mueren los géneros!). Jabois me gusta porque escribe bien y porque no es vanidoso, lo cual resulta insólito en un hombre.
Y si Jabois reina en el periodismo de papel, María Vela Zanetti reina donde le da la gana, verbigracia en el arte y en la moda. Entre mis preferidos tampoco puedo olvidar a Lorenzo Caprile, que no es diseñador porque él no usa esa palabra. Caprile, que parece nacido en la república veneciana, es un perfeccionista de la aguja y el dedal. Yo lo imagino haciendo capas brocadas para los cardenales y los Papas.
Termino la lista con David Trueba, director de cine, y los arquitectos Rafael, Carme y Ramon, ganadores del Pritzker 2017 con una plataforma localista (Olot) que no está reñida con la belleza.
Mandaría 'a mamarla a Parla' a Corinna, Peñafiel, Miguel Bosé, Sostres, Villarejo...
¿Y quiénes son esos personajes a los que mandarías “a mamarla a Parla” como hiciste con Sostres?
Ay, tengo que pensar. ¡Es una pena, que me das la oportunidad…! (se ríe y se detiene). Mira, te doy una pequeña lista de personajes con ese destino, “a mamarla, a Parla”. Muy sencillo: Corinna, Jaime Peñafiel… éste va diciendo por ahí que yo tengo un palacete, no sé qué. ¿Qué dice? Él vino a Pamplona. No había estudiado allí pero quería tener el título de periodista. Y vino al examen que hacíamos para convalidarnos con la Escuela Oficial. Vino un tribunal de la escuela oficial, en un bombo sacaban los temas y nos preguntaban. ¡A él no le preguntaron nada! Debía de ser un enchufado.
¡No me digas!
¡Sí! Y nada, hija, le dejaron. Es que dice mentiras, muchas mentiras. Por cierto, a mamarla a Parla también mandaría a las Segrelles, a Miguel Bosé, al comisario Villarejo y a Sostres otra vez…
Luego dijo Jiménez Losantos que razón tenías en mandarlo a mamar.
¿Sí? Yo pensaba que se entendían mucho.
Pues para que veas.
Es que es… tremendo. Machista terrible. Abominable.
¿Qué hay de los políticos?
Ah… he visto con el tiempo que son de tan mala calidad. Es verdad que en Diario 16, cuando entré, me mandaron a hacer unos reportajes sobre Guerra. Y los hice. Le sacamos los colores porque había muchas cositas… pues con los años me he identificado mucho con cosas que decía.
Fíjate. ¿Con cuáles?
Cosas como la del “miedo al miedo”. Mira tú.
¿Tú crees, Carmen, que hemos perdido a los grandes personajes? Ya sea de la política, del folclore o de la alta sociedad. ¿Dónde hay un Suárez ahora, o una Lola Flores, que decías antes? ¿Dónde están los iconos?
Es verdad que hemos vivido cosas… pero no te creas que antes éramos conscientes. Antes pensábamos “qué pedorro éste”. Mira, en la Costa Brava, en Palamós, vino Truman Capote cargado de maletas y se metió en un hotel y fue a escribir A sangre fría. Y estando allí se murió Marilyn. ¡Le entró una depresión tremenda…! Para él se murió su gran icono. Y eso me ha pasado a mí en Tánger. Ha habido tanta gente que ha ido a Tánger. De los de la Generación Perdida, muchísimos.
Quiénes.
Paul Bowles y su mujer, Gore Vidal, el propio Truman Capote… porque aquello era un paraíso de la libertad y de la concupiscencia. Los americanos eran muy puritanos y se iban a Tánger porque eso era libre. Los gays allí lo pasaban muy bien.
¿Cómo te miran en la Casa Real?
La Casa Real me mira bien, otra cosa es que cuando me haya dado la vuelta, me pongan verde. Pero aparte de la Casa Real, la Familia Real… yo creo que Letizia no me quiere nada, pero no me preocupa, yo tengo la conciencia muy tranquila, porque yo la defendí mucho cuando llegó y ella me ha decepcionado.
¿Pensabas que iba a ser más rompedora?
Ya no sólo rompedora. Era una chica que prometía y además era de nuestra profesión… y lo único que le pasa por la cabeza es hacer sopas de acelgas y cosas de esas. Dices: “¡Pero bueno!”. El pobre rey que decía: “Mmmm, ¡qué rico!” (ríe). Qué horror. Ella ha metido mano en el colegio de las niñas y muchos padres han tenido que sacar a los niños porque se ha encarecido el precio del colegio por el comedor. Ella quiere que sea ecológico no sé qué, ecológico no sé cuánto.
En Mallorca, cuando coincidimos Letizia y yo, yo me quedo sentada mirando para otro lado y ella pasa por el lado como una exhalación
¿Cómo definirías a Letizia?
Por lo menos, es tan neurótica como yo.
Pero mucho más aburrida.
Eso sí. Carmen Duerto la saludó en Palma: “Majestad, ¿qué tal? De vacaciones, ¿no?”. Y ella (pone voz de pito): “¡¿Vacaciones?! ¿A esto le llamas vacaciones?” (ríe). Ay, la pobre Carmen se quedó… Es tremendona. Se llevaba tan mal con el emérito. Mira, yo estuve con ella. Me llamó un día.
¡Venga ya! ¿Y qué te contó?
(Ríe). Tonterías, la verdad. Yo creo que me llamó…
Para ganarse tu favor.
Sí, de alguna manera, y no lo entiendo. Y luego en Mallorca, cuando coincidimos, yo me quedo sentada mirando para otro lado y ella pasa por el lado como una exhalación.
Enfadadas oficialmente.
Pues sí. Es que no hace los deberes.
¿Y Felipe y Juan Carlos, te quieren?
Al rey mayor lo fui a ver cuando le hicieron un garito ahí en el Palacio Real para que echara las tardes. Le pusieron un despachito con una bombilla de 40 vatios…
¿Qué?
Es una exageración (ríe). Fui con Rosa Villacastín.
Seguro que te tiraría la caña.
¡No! Si somos casi de la misma quinta (se parte). Era cuando no le habían invitado a los 40 años estos… que la verdad, me pareció muy feo. Ahora se le ha ido la olla, es verdad, pero ¡que no le invitaran…! Fuimos allí, nos dimos un poco de charleta. Él y Letizia: nada.
¿A quién prefieres tú, a Juan Carlos I o a Felipe VI?
Yo al rey mayor. Y lo siento, eh. Es un machista de mi generación (ríe).
Pero de alguna extraña manera, te cae bien.
Sí. El final éste no me gusta nada, pero le teníamos afecto, y eso no se quita de la noche a la mañana.
¿Crees que España algún día volverá a ser republicana?
Al paso que va, sí. Si es que me da igual. Que sea republicana o monárquica… me da igual. Si hay algo más importante que la forma de Estado es el Gobierno. Hay quien le da mucha importancia a eso de ser republicano, pero yo qué sé, para que un tipo como Aznar sea presidente de la República… pues no.
¿Cómo valoras a nuestros políticos actuales?
Todo mal. No, claro. Qué pobre es la vida pública, qué vulgar. Es de quinta. ¿Sánchez? ¡Bueno…!
Alguno habrá al que le tengas más simpatía.
Mi preferido es Grande-Marlaska, pero hace poquito hizo esa cosa fea. Yo echo en falta a Rubalcaba, que era muy amigo mío. Se sentaba aquí, donde estás tú. Me entran ganas de llorar…
Pero no me llores, por favor.
(Silencio).
¿Y Pablo Iglesias, qué te parece?
De quinta regional. Fíjate que he votado yo a Podemos, ¿eh? Y no los vuelvo a votar nunca más. No voy a volver a votar a nadie. Me quedaré durmiendo.
Oye, hemos hablado mucho de política, pero muy poco de lo importante: ¿tú cuántas veces te has enamorado?
Yo sólo me he casado una vez.
Casado, sí, pero, ¿enamorado?
Es que tampoco… no sé muy bien en qué consiste eso. No sé si el amor es importante. Una cosa es ser enamoradizo y otra cosa es… hay tantas concepciones distintas del amor. Hay gente que dice “yo, 50 años llevo, y mi marido es lo primero en mi vida, por encima de mis hijos”… pero, ¿están locos? Yo creo que eso es una muletilla que funciona en torno al amor. El amor es una patología, al final. A lo que más lleva es a sufrir. La parte inicial sí es bonita, pero bueno. Después se llena de vicios.
Carmen, ¿tú sabes que eres guapa?
¿Pero, qué…?
Toda la vida siendo guapa.
(Se parte). Pero bueno…
¿Cómo te llevas con tu propia belleza?
Que no, que no. Eso es cachondeo. Yo siempre he sido muy insegura, he estado muy en contra de mi físico. Profundamente insegura.
¡Una mujer como tú!
En esta casa, él es el guapo y entonces se queda una… al lado, ¿no? Me acuerdo yo de las cosas que te pasan cuando el hombre que tienes al lado es bello. Aparece una tía, se le cuelga al cuello y tú te quedas…
Plantada como una palmera.
Como una auténtica seta.
Pues vaya.
Sí.
¿Qué es la vejez?
Una injusticia.