Seré feliz mañana (Espasa), promete Xacobe Pato, un librero de Santiago de Compostela que publica ahora su primera obra -sencilla, hermosa, suficiente-: una recopilación de los diarios que lanza semanalmente en Instagram y que arrastran miles de seguidores -mal dicho: lectores, que son algo más fieles y más profundos-, hasta convertirle en una honrosa excepción en la aplicación más wannabe y más frívola de todas. Pato es la prueba de que la palabra siempre se abre paso, de que allí donde hay cuento crece la hierba y muere el flash, de que siempre hay una anécdota que es mejor que un culo fotografiado por enésima vez -aunque hay que dar con ella, claro-.
La gracia de este autor es que no se lo cree, pero ¡nada! Y eso lo traslada a su manera de mirar el mundo, a su manera de contar las cosas milagrosamente mundanas. Nadie se da importancia aquí, ustedes ya saben de qué va esto, somos tremendamente vulgares y oigan, nos gusta. Él se llama a sí mismo un tipo “normal” con una vida “anodina” que vive en una ciudad de provincias donde “pasan pocas cosas”, pero le saca punta a todo.
Recoge esto de aquí y de allá, con entusiasmo renovado pero también con cierta ironía, con encantador desapego, como un niño coleccionista de flores: una frase, una conversación, una canción, una película. La vida pasa lenta y previsible, la vida es un colchón de hostal con pocas visitas, agarrémonos a sus muelles.
Xacobe lee a Eduardo Blanco Amor, a Carrére, a Iñaki Uriarte en sus diarios. Rellena libretas con ideítas como sospechas de algo bueno. A sus personajes -que son sus amigos, sus familiares, su amor- los llama con iniciales -porque uno puede ser llano pero no podemos dejar de ser enigmáticos-. Mira mucho, y mira bien, Xacobe.
Hay cierta sorna en la forma en la que habla de sí mismo, sacando su adorable patetismo ilustrado, tratándose -esto no es tan común- verdaderamente como a un ser humano, con todas las taras, con los diminutos errores. Por eso nos cae muy bien su personaje, que es él: porque es como nosotros. Porque le duele el mismo lado. Y porque se ríe también, muy fuerte, con el otro.
El primer libro de un librero. Te iba a preguntar una burrada: ¿es como ser ginecóloga y analizar tu propia vagina?
(Ríe). Bueno, tengo que intentar separar la parte del autor y la del librero, porque si no me voy a volver loco. En la librería ves continuamente a gente hablar de libros y comentan sin ningún tipo de filtro, lo primero que se les pasa por la cabeza. Me da un poco de miedo que alguien no se dé cuenta que soy yo el autor de éste y diga “¿pero este idiota que sale aquí en portada? O “el otro día me lo leí y me pareció una basura”.
¿Cómo es dedicar al texto y a la palabra una aplicación de la imagen, y, a menudo, de la superficialidad y el postureo?
Veía que en otras disciplinas los cantantes o músicos no grababan ya las cosas y las guardaban en un cajón, no esperaban a ir a una discográfica, sino que las colgaban por internet, en Youtube, por ejemplo, o en Spotify, allí donde la gente consume música. Algunos tardaron más, otros lo vieron antes. Y yo dije “mira, yo tengo la inquietud de escribir, y voy a hacerlo aquí, porque no tengo que mandar nada a nadie y no dependo de nadie, no tengo intermediarios para bien o para mal”. Lo vi de esa forma, con la idea de compartir lo que hacía con los lectores.
Habla bien eso de los lectores, ¿no? Que no dijeran “mucho texto”.
Costó, costó bastante. Yo empecé a publicar en 2018 entradas de diario con una cantidad pequeña de seguidores, de la que al final, lectores serán un 10% aproximadamente. No son todos. Y costó que los lectores fueran creciendo. Algunos se identificaban con una parte y la compartían, y así ibas llegando a más gente. Fue un proceso lento. Luego generé el interés de una editorial.
¿Piensas que la identificación es, en realidad, lo que los lectores buscan en un texto? ¿Uno lee para verse ahí a sí mismo, para entender su propia vida?
Sí. Yo no sólo leo así, sino que escucho música así y veo películas así, y así escucho a mis amigos contar historias. Cada uno aporta su experiencia, te lo llevas a tu terreno, cuentas tu rollo… cuentas algo que parece divertido o te parece verdadero o te parece interesante (si no puede ser divertido) y a lo mejor no lo esperas, pero a otros también les pasa o les ha pasado.
Siempre has escrito diarios, ¿por qué? ¿Qué relación tienes con tu memoria?
Desde muy pequeñito, mis padres y mi hermana me regalaron un diario. Tenía 7 años y empecé a escribir lo que hacía en el colegio, lo que hacía con mis amigos, y pasado un tiempo, como me aburrí de mi vida, me empecé a inventar cosas. Le metí ficción al diario. Como sabía que mi madre y mi hermana lo leían, me inventé una novia rubia y de ojos azules, para tenerlas entretenidas. Eso llega hasta hoy: tú cuentas la realidad como la vives, pero le das color, la dornas un poco, te distorsionas a ti mismo y a los demás. Y respecto a la memoria: tengo una memoria horrible y me he dado cuenta de que he escrito sobre cosas de las que ya no me acordaba, y ya no sé si son verdad o en algún momento me las inventé porque no me suenan de nada. Hay otras que no las escribo y las tengo muy vivas.
¿Qué crees que piensa la gente que no te conoce cuando te lee? Y, si algún día tienes o te apetece tenerlos, ¡o no!, ¿qué crees que pensarán tus hipotéticos vástagos si algún día leen estos diarios?
Soy una persona pudorosa para contar mis cosas, muy vergonzosa… me cuesta abrirme. Sin embargo, a la hora de escribir, lo veo como un “de tú a tú”. Me veo a mí escribiendo y me imagino a un lector o lectora en el sofá de su casa, como si fuera una conversación entre dos personas en la que estoy como muy suelto y cuento cosas que no puedo contar en una reunión de cinco personas, por ejemplo. Si tengo hijos, espero que no les guste leer y que no me lean, pero peor que lo lean mis hijos es que lo lean mis padres.
¿No te parece que una gran cruz para un escritor es la mirada de sus padres? ¿Cómo nos condiciona?
Pienso muchísimo en eso y no sabría responderte. No me acuerdo a quién se lo leí, pero dijo que hay que escribir como si tus padres estuvieran muertos. Cuando tú escribes y vas a hablar de algo sexual, o de una maldad… “a ver qué dice mi madre de esto”. Yo hubo un día que dije “bueno, no hay que llegar tan lejos, con bloquearlos de las redes sociales es suficiente” (ríe).
¿Qué es lo que no cuentas, cuál es el límite de tu pudor?
El que peor queda en el libro soy yo, así que el límite está en las lealtades personales. En lo que nunca contaría de la gente que quiero.
¿En qué relato crees que ha sido más sincero?
El libro va entre 2018 y 2019, pero los diarios continúan. En marzo perdí a mi abuela y escribí un texto sobre eso en el que estaba totalmente desarmado. Es el que más me ha costado escribir y publicar, pero a la vez es del que más orgulloso me siento. Muchas veces voy con armadura.
¿Por qué crees que la autoficción o la autobiografía, o, en el fondo, los diarios, son un género tan denostado, tan llamado “narcisista”?
Yo no estoy de acuerdo, aunque es un debate que está ahí. Es verdad que tengo posiciones cambiantes, ¿eh? Mi postura me conviene tenerla atada, porque estoy metido en el ajo (ríe). La primera persona puede tener su parte narcisista, porque estás escribiendo de ti mismo, pero también creo que es la manera de escribir más humilde, porque en realidad hablas de tu visión, de tu mirada, y no te atreves a meterte en la cabeza de los otros, de otras personas o personajes. No vas de narrador omnisciente poniéndote en la posición de dios.
¿Crees que hay un poco de patetismo ilustrado en tus textos? ¿Alguien que se ríe bastante de sí mismo, que no se flipa nada, que pasa como de puntillas por las cosas, sin elevar demasiado la voz? Es un personaje (tú) que cae muy bien.
Es algo buscado y me gusta leerlo en otros autores y autoras: que el escritor se ponga a sí mismo en ridículo. A todos nos gusta ir por la calle y ver que alguien se tropieza, nos hace gracia, y no digamos ya si se cae. Es un poco igual: si tú te humillas en público, a la gente le gusta. Nos gusta más eso que ver a alguien que venga presumiendo de lo bien que lo hace todo. Tienes que escribir muy bien para que eso se te aguante, y… como no es mi caso, pues eso. Creo que esto es tradición de Woody Allen.
¡Hablemos de la felicidad con la que titulas el libro! O la no felicidad. Decías que esa frase salió de la canción de Carolina Durante Necromántico, que dice “a la mierda eso de ser feliz, yo lo que quiero es estar contigo, seré feliz otro día, ser feliz es aburrido”.
Sí. La canción habla de un chico que ha pasado una ruptura amorosa dolorosísima y cuando empieza a ver la luz, ella vuelve, y en vez de pasar de ella, dice eso. Es una forma de posponer un tipo de felicidad pero a cambio de otros placeres, y eso está presente en lo que escribo yo, por lo menos durante estos años. Posponer algunas cosas que debería estar haciendo para ser feliz a cambio de un placer… menos inmediato y menos rentable.
En tu libro hay mucha mezcla, mucho mosaico ahí, de la mal llamada “alta” y “baja” cultura.
Sí, es una cosa generacional: lo del debate de la alta y baja cultura lo hemos superado un poco y no tenemos prejuicios en hablar igual de una biografía de Montaigne que de la de Chenoa. Esa falta de prejuicios es sanísima.
También es cierto que se da mucho lo de sobreintelectualizar o sobreanalizar cosas de la cultura popular, extrayéndole, quizá, ciertas lecturas que en verdad no tienen.
Sin duda, es casi una forma de justificar que te gusta una música que mucha gente quizá considera que es de peor calidad. Es aburridísimo cómo se intelectualiza cierto tipo de música. Basta con que algo te haga moverte un poco, que haga que te apetezca tomarte algo y que te anime un poco, hombre, para esto estamos. Supongo que tendrá cierto sentido intelectualizarlo todo pero a mí me parece aburridísimo.
¿A quién le enseñas las cosas antes de publicarlas? Me acuerdo de una frase de Californication que decía: “Soy incapaz de distinguir lo ridículo de lo sublime hasta que tú me lo dices”.
No se lo enseño a nadie antes, lo que sí hago es que con ciertas anécdotas o ciertos temas hago un test: el test es contárselo a mi novia o a mis amigos y según cómo ellos reaccionen a lo mejor desecho la historia o no. Ellos no lo saben, claro. Es la votación secreta de las cañas.
Oye, y después de este libro, ¿qué viene?
Pues no tengo ni idea. Por un lado sigo con los diarios. Me gustaría en algún momento escribir una novela, pero tendría que tener un tema que me obsesione, y eso queda lejos. No sé si otros géneros… supongo que de momento estoy cómodo con los diarios. No creo mucho en eso de salir de la zona de confort. Si me lo paso bien en un sitio, me quedo ahí: es como los bares. Sigo yendo al mismo desde hace diez años.