Se hace difícil echar la vista atrás y rememorar un hecho del que todos hemos sido víctimas de una u otra manera. Son demasiadas vidas, empleos y penurias vividas desde que en marzo las consecuencias de una enfermedad global nos golpeara a todos. Todo comenzó con un aislamiento; un confinamiento duro que duraría, en un primer momento, dos semanas.
Desde nuestros hogares, pegados a la televisión y las redes sociales, observábamos una realidad que nos era narrada. Nadie podía salir de casa a no ser que contara con un permiso especial. Daniel Ramírez García-Mina contaba con uno de esos salvoconductos. Ramírez no es enfermero, médico o policía. Tampoco trabaja en un supermercado. Ramírez es periodista y desde que comenzó la pandemia narró a todos los españoles qué sucedía en las calles de España y, concretamente, qué pasaba en su capital.
Paseó por un Parque del Retiro vacío; caminó por la Gran Vía y dio la exclusiva de una terrible noticia que vaticinaba lo que se nos venía encima: fue el primero en saber que al Palacio de Hielo estaban llegando los cuerpos de los fallecidos por el coronavirus ante el colapso de los hospitales.
Lo que hasta hacía apenas una semana era un lugar para los aficionados del patinaje, se había convertido en la gran morgue de España. Pedro J. Ramírez, director de EL ESPAÑOL, ya le había advertido de cuál sería su labor en aquellas oscuras jornadas: "Deja todo lo que estés haciendo estos días. El Titanic se está hundiendo y nosotros estamos dentro para contarlo". Y de esta manera, sin dudar un solo instante, escribió con esa emoción y tensión del momento, sin dejar respirar un acontecimiento que necesitaba el color del directo. De la mano de la Editorial Renacimiento, Daniel Ramírez publica Salvoconducto-19.
"Me sentí con el privilegio y la responsabilidad de hacer un relato de las pequeñas cosas", cuenta en una entrevista concedida a este periódico. Y es que, ante los libros científicos, ensayos filosóficos y demás obras que están apareciendo, quería mostrar lo que significaba una pandemia desde los restaurantes, los cementerios, hospitales o pequeñas empresas. "No es un libro de datos, es un libro de historias humanas", agrega.
Una anécdota personal
Ramírez narraba lo que veía. Él se dedicaba a mirar para mostrar al mundo lo que sucedía. "No pretendo enseñar, sino mostrar", apunta. Pero la pandemia también llegó a su familia. Su padre enfermó en la primera ola y se vio obligado a decidir si entrelazar la historia personal de su padre con el recorrido del libro o mantenerlo al margen. Finalmente, optó por lo primero.
"El libro toma así una verdad mayor, porque por gracia y por desgracia, la enfermedad de mi padre me ha obligado a tener acceso a una información y a una realidad que antes no tenía", considera. Ya no escribía desde una burbuja periodística. No era un albatros que sobrevolaba majestuosamente el panorama desde su posición como periodista. Se veía obligado a tomar tierra y a arrastrar sus alas en una realidad fangosa que nos ha atrapado a todos.
Por suerte, su padre sobrevivió -sin secuela alguna- y a los españoles se nos permitió salir a la calle. El libro llegaba a su fin. Ramírez no pretendía escribir sobre una segunda ola o sobre la llamada nueva normalidad. "No me quedaban fuerzas de continuar", confiesa. Salvoconducto-19 terminaba con sus 239 páginas.
En definitiva, este libro narra una crónica periodística detallada y extensa sobre un hecho histórico sin precedentes; una historia que envejecerá como el vino, aportando una serie de anécdotas humanas de algo que, esperemos, no regrese más. Todo ello, tal y como declara, alejándose de cualquier "pornografía sentimental".