Gata Cattana no vino a ser carne, como advierte en uno de sus poemas inéditos recién recogidos por la editorial Aguilar. “Vine a ser espuma. / Letra sobre pliego”, sigue amenazando. Aún está por todas partes. El cuerpo era un límite.
Ella escribía como rapeaba: efectivamente como la ola rompiendo la roca, reventando la roca, erosionando la roca. Ella escribía como desafiando al tendío, entre la rabia purísima y una sensibilidad nueva, medio transparente: iluminada como una médium que escrutaba al mundo desde esos ojos llenos de preguntas y eyeliner.
Siempre pareció que sabía más de lo que decía, Ana, pero lo que dijo lo clavó. Lo disparó. Había en ella una sabiduría extrañísima, visionaria, conectada con la poética y con la política pero también con una suerte de orden secreto del mundo. Algo así era Ana: como una fuerza de la naturaleza. Como un tifón riéndose de las garantías del Estado de derecho y de todas sus leyes. De todos sus mamporreros. Ella entendía de otras cosas, de otros lenguajes, de otros poderes.
Con sus referencias a la mitología clásica y con el poderío de la oralidad, de lo popular. A medio camino entre la biblioteca y la calle. Anfíbica. Prodigiosa. Llena de memoria histórica. Prematura hasta en su muerte, con sólo 26 años. Inesperada, también como su forma de irse. Desgarrada.
“Debajito de la carne, los puñales”. Sórdida si quería, antisistema. “Mami, que voy pa la mani, que a lo mejor ya no vuelvo / porque ahora soy terrorista / si estoy sentaíta gritando en el suelo (...) Mami que nadie recuerda / la guerra de mis abuelos, / y obreros que se levantan / los llevan al matadero". Flamenca. Electrónica. Lorquiana.
Insurgente Gata
Hay mucho de reivindicativo en este libro, hay mucho de crítica. También contra sí misma, como cuando se encuentra por la calle con un viejo compañero de clase y reconoce en su cara los signos de la derrota. De una derrota antigua, por otra parte, cocinada en el parvulario y que duró hasta la juventud. Escribe Ana sobre cómo los chavales de la clase se reían de él por ser hijo de jornalero y vestir ropa ajada. Y cuenta cómo, aunque alguna vez le consoló, la mayoría del tiempo ella -como todos- guardó silencio.
Escupe Ana sobre su propio gregarismo, sobre la maquinaria insoportable de la que formamos parte. Sobre este ejército de crueles. Sobre los niños que se criaron en la violencia matando conejos a pedradas y destripando ranas. Sobre lo peor del ser humano. Pero escupe también, Gata, en otras líneas ya más politizadas, contra los que creen en la existencia del “hembrismo”: sobre todas las grandes violencias machistas y la invención de la pérfida palabra “feminazi”.
Feminismo y antiglobalización
Escupe Gata sobre los que nos dicen “que protestemos con mesura, en bajito”: “Guárdense los consejos paternalistas y el ‘no vayan solas por la noche’. Estamos dispuestas a correr el riesgo. Hemos venido para quedarnos”, lanza. Y remata: “Y, si alguna vez negociamos un mundo nuevo, queremos café para todos y todas, que ya van muchos siglos fregando las tazas”. Defiende la poeta la resistencia contra los poderes del Estado, contra sus abusos silenciosos, contra su precariedad impuesta, contra sus desahucios. Contra su forma letal y elegante de agudizar la desigualdad.
"Pasamos la vida persiguiendo, / acumulando. / Pasamos la vida malvendiendo / nuestro tiempo. / Y el tiempo no es oro, es mentira, / es el único bonus que dan / a la salida, cuando caes desnudo / al mundo y todavía eres apátrida", escribe. En Yo y las otras vuelve a ser una mujer llena de preguntas, pero de las preguntas correctas: "¿Quién soy? / A veces me cuesta ser otras / y otras me cuesta ser yo. / A todas las escucho".
Ana añorando su piso de estudiantes en Granada: cuando eran pobres y felices. Ana solita en Madrid: escribiendo sola, bebiendo sola. Ana recordando el olor a sexo del Quinto B. Ana contra la globalización. Ana partiendo el solomillo por herencia de su madre y de su abuela: de las que siempre cocinaron. Ana contra la hegemonía cultural. “Yo y unos cuantos desviados / contra el pensamiento único (…) El dolor de la lucidez en su mayor expresión”. Ana contra los “perros el Estado”. Contra la policía. Ana quemando contenedores con versitos agarraos.
Revancha
Vuelve a rapear sin pretenderlo cuando escribe No voy a mentirte, que es casi una revancha de clase: “No voy a mentirte: (…) yo vengo del campo, / canto por la sierra como mis ancestros. / Estoy sembrando una semilla / que ahora no ves, / se verá mañana / cuando estemos todos muertos / y sólo queden mis hijitos / devorándose a los vuestros / y sólo queden mis escritos / tatuaos por algún cuerpo”.
Esto último es reseñable y evocador. Hay algo muy inquietante en este libro de textos antiguos, recopilados, desde su primera adolescencia, y son las continuas alusiones a la muerte. A la suya. Como si hubiera sabido mucho antes que nosotros lo que nadie podía conocer sobre sí misma. Tenía algo esotérico, Gata, como una hechicera del tiempo reciente.
Escribe: "Como Fidias escogía de entre las rocas / la mas dócil para darle carne y hueso / así busco en el lenguaje las palabras que utilizo (...) Son dictados que me vienen de allá arriba (...) / Si la forma no es precisa, yo tan sólo soy el medio".
Y dice: "Me despido (...) Me voy como lo que vine, como la antítesis / de lo ario, de lo puro / como aquel susto que se repite". O este tan bello: “Llevo la simiente, estoy preñá de un mundo nuevo (…) ¡Dame tiempo!, que estoy construyendo / el testamento en vida. / Bastante tengo ya con esta tentación suicida”. Lo advierte antes, y ya duele: “Nací vieja”.