"En el primer momento de la era atómica, un ser humano fue aplastado por libros". Así concluye el primer capítulo de Hiroshima, del célebre John Hersey. Sus palabras evocan un sentimiento de rechazo a lo que hasta entonces había significado el progreso. La ciencia y el ambicioso siglo XX se paralizó en seco. Las flores, las personas y todo ser vivo se desvaneció en la ciudad japonesa aquel 6 de agosto de 1945. El conocimiento se había empleado para generar muerte.
Hace 75 años, los bombarderos estadounidenses Enola Gay y Bockscar lanzaron sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki las primeras, y hasta ahora únicas bombas nucleares usadas contra civiles. Tan solo tres días más tarde, cuando Japón apenas había tenido tiempo para reponerse de tal ataque, una nueva bomba estallaba en Nagasaki. Esta vez, el bombardero utilizado era el Bockscar.
La bomba de Hiroshima fulminó al 30% de la población de entonces, acabando con la vida de unas 80.000 personas. A finales de 1945 el balance se elevaba a unas 140.000 y en los años posteriores las víctimas por los efectos de la radiación sumaron más del doble. En Nagasaki, por otra parte, alrededor de 40.000 personas murieron en el momento del bombardeo atómico y la cifra se elevaría a más de 70.000 en los meses siguientes.
Si a día de hoy aquel acto perpetrado por los Estados Unidos produce escalofríos y una condena social a lo acontecido, cabe señalar que la potencia norteamericana no era el único país, en este caso del bando Aliado, en busca de la creación del arma definitiva. Dentro del Eje, la Alemania nazi de Adolf Hitler promovió una intensa investigación para hacerse con la bomba nuclear antes de que lo hicieran los estadounidenses.
El historiador británico Peter Watson escribe en Historia secreta de la bomba atómica (Crítica) indaga, además de acerca de cómo se desarrolló en Estados Unidos, sobre este arma que pudo llegar a manos del dictador responsable del inicio de la guerra. ¿Qué hubiera sucedido si Hitler hubiera logrado desarrollar la bomba atómica?
Arma secreta
En 1932, tan solo un año antes de que Hitler consiguió hacerse con el poder en Alemania, se había descubierto el neutrón. Mientras el nazismo y el fascismo nacía en Europa, la ciencia física y la ciencia en general vivió uno de sus mayores florecimientos. El miedo a que los avances desencadenaran en una herramienta para la lucha comenzaba a rondar las cabezas de los políticos y los científicos.
Tal y como señala Watson, en las Navidades de 1938 y los primeros meses de 1939, a pocos meses de la guerra, cuatro científicos confirmaron desde Alemania que habían logrado dividir -fisionar- el núcleo del átomo de uranio, el elemento más pesado e inestable de la tabla periódica. "Era un nuevo y aterrador paso en el camino de la posible invención de las armas nucleares", narra el historiador.
Para el 29 de abril de 1939, el Ministerio de Educación del Reich ya había convocado una conferencia a puerta cerrada para acordar la investigación secreta del desarrollo atómico y se decretó salvaguardar todas las reservas de uranio de Alemania y los territorios controlados por el Tercer Reich. "Al parecer Hitler había considerado la posibilidad de que una bomba atómica fuera su arma secreta número uno", escribió el profesor de Cambridge Robert Hutton tras conversar con el metalúrgico y asesor científico de Springer Verlag en Alemania Paul Rosbaud.
El bando Aliado era consciente de que la Alemania nazi no podía crear una bomba que pudiera destruirles. Así, mientras un grupo de científicos elaboraban la bomba en Estados Unidos, los ataques a las plantas de agua pesada de los nazis, elemento necesario para la fabricación de armas nucleares, eran constantes. Comenzaba así la carrera atómica entre la Alemania nazi y los Estados Unidos.
Su talón de Aquiles
Fueron los británicos quienes recopilaron la mayor parte de la información acerca de la bomba atómica nacionalsocialista. La central hidroeléctrica de Vemork, en Noruega, era un punto estratégico tanto para los nazis como para los Aliados. Finalmente, gracias al avance alemán de los primeros años de la guerra, Vemork cayó en manos del ejército de Hitler.
"Los nazis querían incrementar la producción de la planta en un 500%", escribe Peter Watson en su última publicación. Lo que desconocían era que desde dentro había científicos afines a la causa aliada, y que todos los movimientos del programa atómico alemán eran conocidos para los servicios de inteligencia británicos. Vemork se convirtió en el talón de Aquiles de los nazis para mantener en secreto sus experimentos nucleares.
Tal fue el engaño que, según el autor del libro, la mayoría de los físicos alemanes seguían convencidos de que llevaban la delantera en las investigaciones de la fisión atómica y creían que ningún otro país podría alcanzarlos. Por su parte, pese a las pequeñas victorias que conseguían en el ámbito científico respecto al estancamiento alemán, los Aliados temían que Hitler se apoderara de la bomba atómica. "Si Hitler conseguía la bomba, solo habría una manera de evitar que la empleara: amenazarle con otra igual", afirma Watson. La única estrategia válida en aquella situación sería la disuasoria.
Sin embargo, con el paso de los años y los combates incesantes, el sueño de una bomba atómica nazi se alejaba cada vez más de la realidad material. Y es que desde el inicio de las investigaciones, los físicos alemanes se encontraron con numerosos obstáculos y múltiples disputas: "Una de ellas surgió a raíz de las diferencias entre físicos teóricos y físicos experimentales, que tenía preeminencia. Un segundo problema radicaba en saber qué moderador utilizar para ralentizar los neutrones. Y un tercero era de un cariz curiosamente germánico: muchos físicos estaban de acuerdo en mantener el secreto de las investigaciones, pero les interesaban mucho menos las aplicaciones militares que los aspectos puramente científicos del programa".
Asimismo, tal y como evidenció Hutton, se terminó por abandonar el proyecto puesto que "los únicos físicos alemanes capaces de llevarlo a cabo se negaron a cooperar". Además, el nazismo y el fascismo se habían cerciorado de expulsar a todos los judíos, tuvieran el puesto que tuvieran, de sus tierras. Enrico Fermi, conocido por el desarrollo del primer reactor nuclear y sus contribuciones al desarrollo de la teoría cuántica, la física nuclear y de partículas, y la mecánica estadística, tuvo que abandonar Italia por las políticas antisemitas de Benito Mussolini.
Lo mismo sucedió con Albert Einstein, nacido en Alemania y exiliado en Estados Unidos, participó en la creación de la bomba junto a la potencia norteamericana. La Alemania nazi se había asegurado de que grandes mentes se marcharan del país por su religión y lo estaba pagando caro.
Finalmente, Hitler no consiguió la bomba atómica. Tampoco fue testigo de la obra de los norteamericanos, ya que para cuando se bombardearon Hiroshima y Nagasaki, el führer llevaba más de un mes muerto.
75 años después el uso de una bomba de estas características parece inviable, aunque la existencia de ellas ha aumentado desde el final de la guerra. "Hoy hay en el mundo 9.500 cabezas nucleares que, según los científicos, servirían para destruir el planeta más de cien veces. Es una situación absurda como peligrosa y, tras lo ocurrido recientemente en Irán y Corea del Norte, los riesgos quizá sean mayores", explica Peter Watson.