La Compañía Nacional de Danza alivia la alargada sequía cultural en su vuelta segura al Real
Bajo la dirección de Joaquín de Luz, regresa al escenario con un programa que incluye 'Apollo', 'Concerto DSCH' y "White Darkness" de Nacho Duato.
Hace exactamente nueve meses, en aquel febrero insospechado, el Casino de Madrid abría uno de sus salones al recién nombrado director de la Compañía Nacional de Danza (CND), Joaquín de Luz. Hasta allí nos movimos cansados, al menos yo, por un largo día de ciencia y otros menesteres que no vienen a cuento. Aquella tarde noche, la otrora gran estrella de las noches danzarinas de Nueva York nos contó pinceladas de su vida artística, salpicando cada frase con algún proyecto para su aterrizaje madrileño.
Éramos pocos y me aventuré a emitir un par de bienvenidos consejos sobre la realidad española que en breve encontraría, no en el arte, pero sí en la gestión. Nadie sospechaba que un virus devenido pandemia trucaría la mayoría de aquellos sueños. Durante meses, él y sus bailarines compartieron la soledad de danzar en espacios personales, alejados de todo calor humano y cualquier atisbo de aplausos. Mas el empeño de un gran teatro y la irremediable fuerza que mueve el querer hacer, han dado Luz a Joaquín.
La CND vuelve segura entre geles, mascarillas y PCR para aliviar la sed que ha provocado una alargada sequía cultural. El programa asegura el balance: Apollo para los clásicos, Concerto DSH para los modernos y White Darkness para los nostálgicos. En el Teatro Real se nos espera con un protocolo exquisito que complace hasta el más estricto de los hipocondríacos. Sólo falta que suba el telón y la magia de la danza nos envuelva.
Con Apollo, la CND solidifica la punta clásica que en algún lugar de la historia desdibujó. Alessandro Riga fue el escogido para encarnar el dios de las artes la noche del estreno. El bailarín se siente cómodo en un rol creado para su figura. Técnico y contenido, Riga es tan griego en su interpretación que trasluce el propio vacío de la perfección. En contraste, las musas Calliope, Polyhymnia y Terpsichore se mostraron algo más terrenales en la búsqueda de alguna extensión que, definitivamente, no llegó.
Concerto DSH no deja lugar al bostezo. Cada segundo se llena de movimientos certeros y coordinación precisa
No obstante, los detalles nimios no restaron belleza a las innumerables imágenes logradas. El lirismo de esta memorable creación de Ballanchine sirvió de perfecto preludio para el esperado Concerto DSH. Pieza que contó con el privilegio de Joaquín de Luz entre los integrantes del trío que revuelve el escenario durante veintidós cortos minutos.
Estrenada en 2008, esta joya de Alexei Ratmansky no deja lugar para el bostezo. Cada segundo se llena de movimientos certeros y coordinación precisa. Interpretando la pareja estuvieron Kayoko Everhart y Toby Willian Mallitt, quienes mostraron corrección y sincronía. Más, sin remedio posible, el protagonismo recayó en un Joaquín, que hizo gala de apellido en la rapidez limpia de sus elegantes pasos. Maestro, ¡dirige, pero no abandones la escena! Aún tienes mucho que aportar.
Entonces llegó White Darkness de Nacho Duato. Una exploración atinada de realidades dolorosas, impregnada del sello incuestionable de quien, durante dos fructíferas décadas, fue el director artístico de la CND. Duato no enjuicia, tan sólo contempla y plasma el dolor derivado de su observación, distante y privilegiada, de mundo que se retuerce.
Quienes fueran sus bailarines miman el legado, siempre presente, nunca abandonado, del inmenso coreógrafo y perfecto bailarín. Un gran final que deja la sensación en el espectador de ser como aquel "viajero tímido que pasa entre abrazos ajenos y sonrisas que no son para él…"