Cómo será la vida que para comenzar a afrontar el pavor y la sorpresa del coronavirus en España nos aferramos a una canción nacida en 1988, Resistiré, del carismático grupo El Dúo Dinámico. Era marzo y ya resonaban sus acordes por todos lados, mientras los españolitos nos hacinábamos en nuestras casas y nos volvíamos progresivamente más tristes, más gordos, más hastiados. Cierto que en algún momento en los balcones o en la propia ducha sentó bien escuchar “cuando pierda todas las partidas, cuando duerma con la soledad, cuando se me cierren las salidas y la noche no me deje en paz; cuando sienta miedo del silencio, cuando cueste mantenerse en pie, cuando se revelen los recuerdos y me ponga contra la pared: resistiré”.
El tema tiene algo de expectorante, de poderoso, cuando asegura “resistiré erguido frente a todo, me volveré de hierro para endurecer la piel, y aunque los vientos de la vida soplen fuerte, soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie”. Pero en algún momento llegó a manosearse tanto que el himno se imposibilitó como canción del año: llegaron versiones insufribles, la letra dejó de tener sentido, y a pesar de las buenas acciones -como que el dúo cediese esos derechos a la Comunidad de Madrid-, se le cogió un poco de tirria al asunto.
Cuando vimos que el tema de la pandemia iba en serio se nos quitaron un poco las ganas de aupar coplillas de superación y de estoicismo: llegó la miseria, la ruina y la muerte, se subrayó la angustia, empezamos a pelearnos entre nosotros -unos apostaban por más y otros por menos restricciones-, vimos irse a la generación que consolidó la democracia en España y ni siquiera pudimos hacerle un entierro digno. Nos quitaron todo, hasta nuestros ritos antropológicos. Perdimos lo fundamental, que era el sentido de las cosas. El relato. El don para el cierre.
Toda aquella devastación consiguió que todas las canciones que se hicieron sobre la pandemia nacieran muertas, como aquel terrible Vals de los salvavidas -que Benjamín Prado quiso bautizar como el Vals de las camillas, ¡vámonos por bulerías!-: una canción que obviamente nadie ha vuelto a escuchar y de la que sólo se habló el día de su lanzamiento, agitado el público por la sorpresa de que Sabina saliese al final del vídeo entonando brevemente su “supervivientes, sí, maldita sea”.
'Nunca estoy'
Así que si tenemos que elegir un tema nacional que haya brillado y sorprendido en un año tan letal como éste, esta sección se queda con Nunca estoy, de C. Tangana, su primer número uno en España. Hay muchas razones para defenderlo: la primera, que nos salvó en plena pandemia aunque no habla sobre la pandemia. Que no hace ninguna referencia facilona a esta situación tan excepcional, aunque lo lanzó en abril, cuando aún no habíamos ni olido la calle. Era tentador en ese momento sacar una canción sobre el encierro -por transversal-, aunque fuese juguetona -como hizo Bad Bunny-. Suerte que C. Tangana no tiró por ahí, porque nadie recuerda ya ni uno solo de aquellos estribillos tan oportunistas.
De hecho, habla tan poco del encierro que nos traslada al viejo mundo y lo compramos enseguida, con enorme verosimilitud, aunque su imaginario sean la distancia, los vuelos, la vida loca en aeropuertos, los cambios de hora, la gelidez del otro o las discusiones telefónicas, como con la que arranca: “Vamos a repetir esta conversación 35 veces, 35 veces vamos a hablar de la misma mierda”, seguida por una vocecita débil sobre teclado lo-fi que se ha vuelto pegadiza como el diablo. “No me has llamao’, van dos semanas fuera y ni te has molestao’. To’ lo que sé de ti es lo que sale en las redes si escribo tu nombre… y otra vez vas a perder el avión, y otra vez soy una imbécil esperando a su hombre”.
En femenino
De este último verso viene la siguiente razón para creer que Nunca estoy es la canción del año: C. Tangana la canta en femenino. “Me dan miedo los meses que se van volando, me he quedao’ flaquita de esperarte tanto”, entona. Cambiar de género en los textos musicales no es nada habitual: sólo nos suena, popularmente, por Mecano, cuando Ana Torroja cantaba en masculino -aunque en este caso era por respeto a la composición de Nacho o José María Cano-.
“Parece que hasta yo estoy aburrido de escuchar a C. Tangana hablando de C. Tangana”, contaba el autor a este periódico. “Al final no puedo escribir de otra cosa, porque como te decía no quiero ser un entretenedor sino que pretendo ser un artista y eso también consiste en contar mi punto de vista hacia el mundo. Pero aquí me apetecía adoptar un discurso que me es cercano y que no encarno yo. Me molaría ver esto en general, porque es algo muy presente en la literatura o en otros artes, pero en una canción pop o mainstream parece que no se hace, ¿no? En las canciones antiguas se hacía mucho, se contaban historias desde otro punto de vista. Se adoptaba el rol de otro personaje de la historia que no era el narrador, por ejemplo”, relataba.
Ante la pregunta de si el relato lo modifica el género, C. Tangana decía que no lo creía así, que “un personaje masculino y uno femenino son intercambiables”: “Yo tengo muchas amigas que su vida es viajar y que su profesión las enfrenta todo el rato a la distancia con un montón de seres queridos. En el caso de esta canción, ellas serían el hombre. Lo curioso es que un hombre hable en femenino en una canción pop. Ahí hay un clic, pero también te digo, las mujeres están tan acostumbradas a empatizar absolutamente con letras de chicos… que me parece el momento de que los chicos empiecen a empatizar con letras en femenino. Ellas lo han hecho siempre al contrario”. Redondo.
Homenaje a Rosario Flores
No tenía hechuras de hit, Nunca estoy, pero lo fue: llegó a todos lados siendo una rareza. Siendo un exponente, como cuenta su autor, de la “música triste en español”. No había anglicismos en la canción, no había sobradas. No había ego, en la canción, y eso es decir mucho en un mundo donde los jóvenes cada vez están más deprimidos pero cada vez se escudan más en música estéticamente emancipatoria y profundamente individualista y neoliberal. Fue una canción honesta que el público recibió con idéntica honestidad: a pecho descubierto. Ya era hora de quitarnos -todos- las caretas de chulitos, cuando en realidad somos unos llorones.
Una última razón: el estribillo de la canción homenajeaba a Rosario Flores -“cómo quieres que te quiera si no estás aquí”, una pregunta sencilla y perfecta que encajaba mágicamente con lo que sentía el personal en ese momento, encerrado en su casa- y hacía también un guiño a Alejandro Sanz con “odio que mis planes no sean tu camino, y haberlo negado por estar contigo, quién me va a curar el corazón partío’”.
Otra reivindicación interesante, la de nuestros compositores patrios, tan mal juzgados por las nuevas generaciones, que o bien son anglófilas o bien beben del reguetón pero no reparan nunca en los boleritos hermosos de aquí y de allá, del otro lado del charco.
“Mucha cultura española se basa en imitar lo que sucede en otros lados y hemos perdido nuestra perspectiva particular. Rosario, por ejemplo, es una artista que escuchaba mi madre y que me ponía siempre cuando era pequeño, y me sale de forma natural reivindicarla”, expresaba en su momento. Luego llegaron Demasiadas mujeres y Tú me dejaste de querer, otros dos cohetes bien cañís que confirman a C. Tangana como el artista más emblemático del año.
Poco más que decir: aunque nos suene al encierro -que fue cuando la recibimos-, Nunca estoy es una canción eterna porque habla de cosas eternas, como el tiempo y la distancia, como la pelea del amor con la ambición propia. Nunca estoy es una canción eterna porque habla de la espera, algo que 2020 nos ha enseñado a trompicones a practicar.