Ha muerto en su casa parisina, a los 89 años, el guionista y escritor francés Jean-Claude Carrière. Una noche de febrero de 2012, tras cenar con él y otros amigos, tuve en París, y por culpa del cine, el presentimiento de su muerte. Está claro que me adelanté casi una década. Luego lo contaré.
Fue el productor francés Serge Silberman quien urdió la cita y la alianza entre Luis Buñuel y Carrière. Buñuel tenía por entonces más de 60 años y era una gloria del cine mundial. El joven Carrière apenas superaba los 30 y era poco más que una promesa. Licenciado en Letras y en Historia, Carrière había publicado sus dos primeras novelas “serias”; también varias otras alimenticias sobre Frankestein, en tono popular y con pseudónimo; había novelizado -hay edición en español- los guiones de Las vacaciones de Monsieur Hulot y Mi tío, de Jacques Tati, ilustrados por otro gran cineasta cómico, Pierre Étaix. Con este último, había coescrito y corealizado los guiones de un largo y un corto. El cortometraje, Feliz aniversario (1962), había tenido la inesperada fortuna de ganar el Oscar de Hollywood.
Eso, siendo algo, era muy poco para escribir guiones a medias nada menos que con Luis Buñuel, el vivo maestro del cine surrealista, de no fácil carácter. Silberman buscaba un escritor de talento que entendiera al genio, que lo sujetara y lo disciplinara y, por supuesto, que fuera el primero en poner en página negro sobre blanco, con los debidos diálogos, ritmo y estructura, las ideas y ensoñaciones de ambos.
Seis películas en Francia
Silberman acertó. Carrière y Buñuel se cayeron bien y escribieron juntos seis películas. Al debut de la pareja con Diario de una camarera (1963), le siguieron Belle de jour (1966), La vía láctea (1967), El discreto encanto de la burguesía (1972), El fantasma de la libertad (1974) y Ese oscuro objeto del deseo (1977), última de Buñuel. Carrière fue decisivo para reeditar bajo cierto control el indomable surrealismo buñueliano, para asentar y prolongar su carrera en Francia, para ayudarle a ganar importantes reconocimientos (el León de Oro de Venecia, el Oscar…) y, sobre todo, para impulsar su popularidad entre públicos más amplios de todo el mundo.
Carrière y Buñuel hicieron juntos más cosas. Escribieron, por ejemplo, guiones que no prosperaron por problemas de producción u otros contratiempos, entre ellos las adaptaciones de las novelas El monje -dirigido luego por Ado Kyrou- y Là-bas, este último disponible en castellano gracias al Instituto de Estudios Turolenses, que ha publicado muchos libros de y sobre Buñuel, lo que incluye unos Cuadernos de dibujo sobre el director de Carrière, gran dibujante desde su juventud.
Como realizador, actor esporádico, guionista, dramaturgo, novelista, adaptador, poeta, traductor y ensayista, Carrière ha dejado una obra ingente, plena de sabiduría, buen gusto cultural y buena cabeza
Jean-Claude Carrière hizo, además, algo de suma importancia. Fue el impulsor y redactor de El último suspiro (1982), las muy leídas y celebradas memorias de Luis Buñuel. Fue Carrière quien vio que la salud del cineasta declinaba y quien tuvo el empeño personal y la paciencia de doblegar la voluntad de don Luis -que no estaba, al principio, por la labor- para grabar, anotar y escribir sus recuerdos, esas memorias tan interesantes e insustituibles en las que, sin embargo, hay algunos errores y omisiones que solían poner de los nervios al concienzudo José Luis Borau. En el arranque de Mi último suspiro, hay una nota de Buñuel: “Yo no soy hombre de pluma. Tras largas conversaciones, Jean-Claude Carrière, fiel a cuanto yo le conté, me ayudó a escribir este libro”. Ayudar es poco, Carrière lo escribió.
Como también escribió, ya por su cuenta y riesgo, dos libros más en los que las presencias no sólo de Buñuel, sino de España y la cultura española son centrales: Buñuel despierta y Para matar el recuerdo. Memorias españolas, ambos de 2011, publicados, respectivamente, por Oportet Editores y Lumen.
Como realizador, actor esporádico, guionista de cine y televisión, dramaturgo (doce piezas), novelista (más de una docena de relatos), adaptador, poeta, traductor y ensayista sobre temas muy variados -filosofía, ciencia, religión, lenguaje…-, Carrière ha dejado una obra ingente, plena de sabiduría, buen gusto cultural y buena cabeza. Y humor, no pocas veces.
No es de extrañar que el Gobierno español le entregara en octubre de 2011 la medalla de la Orden de las Artes y las Letras de España. Su amor y conocimiento de la cultura española rebasa con mucho su colaboración con Buñuel. En sus comienzos, en 1966, fue inopinado guionista de Jesús Franco en dos películas, Miss Muerte y Cartas boca arriba. En 1973, escribió los diálogos de la versión original francesa de Tamaño natural, de Luis García Berlanga. Con Fernando Trueba escribió el guion de su película El artista y la modelo (2012). Cuarenta años antes había escrito el libreto de Antonieta, la película mexicana de Carlos Saura.
Carrière, por cierto, nos ha dejado un libro precioso, Dictionnaire amoureux du Mexique (2009) -¿para cuándo su edición en español?-, repleto de información sobre la cultura indígena, española e hispana. El guionista ya estuvo en México cuando se rodó su guión para ¡Viva María! (1964), de Louis Malle, y luego estuvo muchas veces trabajando con Luis Buñuel. En México se encerraban a escribir en el hotel balneario de San José Purúa, como en España se enclaustraban en el Hotel Santa María del Paular -que no debería estar cerrado-, en Rascafría, pared con pared del monasterio en su día cartujo.
Con Brook y con Bergamín
Colaborador estrecho de los montajes dirigidos por Peter Brook -fue el autor, entre otras, de su versión teatral de El Mahabharata-, Carrière escribió para la escena La controversia de Valladolid (1999), sobre la histórica y decisiva disputa, en 1550, entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda en relación a cómo tratar a los indios de América. Amigo también de José Bergamín durante su segundo exilio parisino, tradujo al francés su ensayo El clavo ardiendo (1972), prologado por André Malraux.
En 2006, Carrière escribió para Milos Forman el guión de Los fantasmas de Goya. Co-producción hispano-norteamericana, rodada en España y protagonizada por Javier Bardem y Natalie Portman. La película no quedó bien. La figura de Goya también se le resistió a Buñuel, que nunca llegó a filmar el guión de juventud que escribió sobre el pintor aragonés.
Hace tres años, los investigadores Jo Evans y Breixo Viejo publicaron en Cátedra un libro importantísimo, Correspondencia escogida, compendio de casi mil cartas cruzadas entre Buñuel y sus familiares, amigos y colaboradores. Hay varias entre Buñuel y Carrière. Se trataban de usted. Buñuel le llamaba Juan Claudio, Juanito Claudio, cosas así. En una de ellas, Buñuel, echando mano de sus reflejos izquierdistas y antiyanquis, se mete de coña con Carrière: “¿Qué hace usted en Los Ángeles? ¿Por fin triunfó su ambición y se unió usted a la industria cinemática de esa legendaria ciudad? No me gusta ese amor que ha despertado en usted por el imperio americano. Tendrá que darme explicaciones de tan reaccionaria actitud”. En la despedida, Buñuel escribe: “Un fuerte abrazo de su discípulo y admirador, Luis”.
La carta está fechada en 1971. En ese año se estrenó la muy contracultural película norteamericana Taking Off, la primera que Carrière escribió para su amigo Forman, con quien, mucho antes de su aventura goyesca, volvería a escribir el guión de Valmont (1989), nueva versión de la novela epistolar Las relaciones peligrosas, de Pierre de Choderlos de Laclos.
Carrière fue el gran guionista paneuropeo de las últimas décadas, muy solicitado para adaptar al cine textos literarios de enjundia o dificultad
La verdad es que la industria cinematográfica del imperio no tentó tanto a Carrière como parecía temer Buñuel. Sin embargo, Carrière fue el gran guionista paneuropeo de las últimas décadas, muy solicitado para adaptar al cine textos literarios de enjundia o dificultad.
10 títulos para recordar
Carrière escribió guiones para directores, además de los nombrados y de muchos más, como Marco Ferreri, Alain Corneau, Patrice Chéreau o Phillipe de Brocca, pero se puede arriesgar una lista de diez títulos que, por uno u otro motivo, aficionados y cinéfilos recuerdan y recordarán: La piscina (Jacques Deray, 1969), El tambor de hojalata (Volker Schlöndorff, 1979), Sauve qui peut (la vie) (Jean-Luc Godard, 1980), El regreso de Martin Guerre (Daniel Vigne), Danton (Andrezj Wajda, 1983), Max mon amour (Nagisa Oshima, 1985), La insoportable levedad del ser (Philip Kaufman, 1988), Milou en mayo (Louis Malle, 1990), Cyrano de Bergerac (Jean-Paul Rappeneau, 1990) y La cinta blanca (Michael Haneke, 2009). De propina, una debilidad personal: Un hombre fiel (2018), la gozosa comedia romántica de Louis Garrel.
Febrero de 2012. Me encontraba en París dirigiendo unas jornadas sobre Luis Buñuel en el Instituto Cervantes. Por esas fechas, preparaba mi libro El banquete de los genios (2013), sobre la comida y los ilustres comensales que en noviembre de 1972 homenajearon a Luis Buñuel en casa de George Cukor, meses antes de que El discreto encanto de la burguesía (2013) obtuviera el Oscar a la mejor película en lengua no inglesa. Todos, el anfitrión y los invitados, habían muerto: Cukor, Mulligan, Wyler, Wilder, Wise, Stevens, Hitchcock, Ford, Mamoulian… En su visita a la mansión de Cukor en Beverly Hills, sólo habían acompañado a Buñuel el productor Silberman, ya fallecido, su hijo Rafael -que vive en Los Ángeles- y Jean-Claude Carrière. Yo quería hablar con Carrière, para que me contara.
Alto, corpulento, de nariz muy alargada, con barba probablemente, Carrière tenía un gesto serio, algo abrumado, que se convertía en casi infantil cuando se reía. Estuvimos hablando un buen rato por la tarde. Carrière se mostró remiso a refrescar recuerdos semiborrados y ya contados por él en muchas ocasiones en libros y entrevistas. Tomé algunas notas. Luego, pusimos un documental de Anne Andreu El discreto encanto de la burguesía y, a continuación, entrevisté a Carrière durante algo más de media hora ante el público del Instituto Cervantes.
Después, fuimos a cenar con varios amigos a un restaurante cercano. Carrière se mostró muy hablador durante la cena, comió y bebió con moderación y apetito. Al terminar, al filo de la medianoche -teníamos enchufe, sino de qué-, propusimos a Carrière pedir un taxi que le llevara a su casa. Carrière rechazó la oferta y prefirió ir caminando. “En París se pasea muy bien a estas horas”, dijo. La noche estaba fría. Nos despedimos.
Entonces vi a Carrière alejándose con calma, solo en la acera, en la calle no muy iluminada a esas horas. Su figura iba menguando, estrechándose, hasta que dobló una esquina hacia los Campos Elíseos y desapareció. Esa imagen, tan del cine, de un hombre solitario que poco a poco -cámara fija- se aleja y se esfuma en la oscuridad de la noche desierta, me dio el presagio de su muerte. Pero no, felizmente no ocurrió entonces.
Jean-Claude Carrière ha muerto el 8 de febrero de 2021 en su casa de París mientras dormía. Lo ha anunciado su segunda hija, Kiara, nacida en 2003 del tercer matrimonio del guionista, esta vez con la escritora iraní Nahal Tajadod, experta en lenguas y civilizaciones orientales. Carrière enviudó de su segunda esposa, Nicole Janin, y estuvo casado en primeras nupcias con la pintora y actriz Augusta Bouy, con quien tuvo en 1962 a Iris, su primera hija.
Había nacido el 17 de septiembre de 1931 en el pequeñísimo pueblo de Colombiers-sur-Orb, al sur de Francia, en la región de Languedoc-Rosellón, dentro de una familia de viticultores. Hay un documental magnífico de Juan Carlos Rulfo, hijo del escritor mexicano Juan Rulfo, titulado Carrière 250 metros (2011). Se pudo ver en el Festival de San Sebastián. Recorre con testimonios la vida y la obra del guionista. Carrière enseña en Colombiers la casa de sus padres, en la que nació y se crió -y en la que de mayor ha pasado muy largas temporadas-, y también muestra el cementerio del pueblo.
Tan activo y tan viajero, Carrière explica a Rulfo que su vida, que ha vivido con pasión y curiosidad en tantos lugares, no dejará de ser el recorrido, hecho lo mejor posible, por los 250 escasos metros que separan su querida casa natal del cementerio de su pueblo, donde deseaba ser enterrado.
Jean-Claude Carrière acaba de completar esos 250 metros.