¿Se imaginan ustedes al auténtico Chiquito de la Calzada allá en los setenta, en Tokio, dejando a todo el mundo prendado con su espectáculo de flamenco? ¿Y a Pepe Habichuela, y a Antonio Gades o a Paco de Lucía, sin pajolera de inglés ni, por supuesto, de japonés, convirtiéndose en unos auténticos ídolos de masas allá en el lejano Oriente mientras que en España les malpagaban y les tomaban por el pito del sereno, aunque ya andaba cociéndose su leyenda? Lo cuenta maravillosamente David López Canales en Un tablao en otro mundo. La asombrosa historia de cómo el flamenco conquistó Japón (Alianza editorial), un libro divertido y conmovedor sobre ese choque amoroso entre dos civilizaciones.
Pero, ¿cuándo arrancó el romance y por qué? “Todo comenzó en los años sesenta, cuando empezaron a abrir los primeros tablaos en Japón, que es sólo diez años después de que los abrieran en España. Y empiezan a llegar artistas flamencos regularmente y se va cociendo su pasión”, cuenta el autor a este periódico. “Hay que pensar que Japón en ese momento empezaba a resurgir después de la II Guerra Mundial, aunque todavía quedaba Okinawa ocupada por los americanos, pero ya arrancaba el nuevo boom económico y se abren un par de tablaos en Shinjuku, uno de los barrios de ocio más importantes de Tokio”, relata el experto. Ahora hay más tablaos flamencos en Japón que en España, ojo al dato.
Y allí que empezaron a ir nuestros artistas flamencos, al principio con largos contratos de hasta un año y después, por el cambio en las leyes de inmigración, de seis meses. “Hay dos motivos básicos por los que se dio esta conexión: el primero, porque a los japoneses les gusta mucho las manifestaciones culturales ajenas ancestrales y complejas, y el flamenco es así: ancestral y complejo. Y el segundo, porque la japonesa es una sociedad muy reprimida y el flamenco es todo lo contrario, pura expresión y pura emoción, y ahí encontraron lo que no podían asir en su vida diaria”, cuenta.
“En el flamenco encontraron una forma de decir ‘te quiero’ o ‘te odio’, o un estar triste y mostrarlo. Fue más importante aún para las mujeres, porque la japonesa es una sociedad muy machista, y bailando ellas encontraron nuevas formas de expresarse”. Por Japón pasaron todos los artistas relevantes en algún momento, aunque había dos formas de ir: con contratos largos en tablaos o, si ya tenías un nombre en España, con giras más cortas en teatros. De este último modo lo hicieron Antonio Gades o Paco de Lucía, “que generaban mucho impacto porque eran los grandes maestros del flamenco”.
Temperamento y orden
“Y Pepe Habichuela, que hoy es un mito, Cristina Hoyos, Eva la Hierbabuena, Tomás de Madrid, Manolete de Granada… todos se iban para allá porque en Japón se ganaba mucho dinero, mucho más que en España. Vamos, que volvían de allí y se compraban una casa al contado, la amueblaban y les seguía quedando el taco, como dicen ellos, en el bolsillo. Eso en España no se podía conseguir”, expresa.
De allí sacaron nuestros artistas virtudes insólitas, de allí aprendieron temperamento y orden, todo a la vez. A Gades, por ejemplo, le gustaba mucho Japón porque le atraía “la seriedad de los japoneses”: “Le empezó a gustar mucho cómo se trabajaba allí. El flamenco es indisciplinado y salvaje, y eso le divertía, pero aprendió a conjugarlo con cómo se hacían las cosas en Japón. Y Paco de Lucía, por su parte, decía que para hacer flamenco había que tener intención, y que los japoneses tenían mucha, aunque contenida”.
El desprecio de España
El espectáculo flamenco en Japón era como el de España: salían un cuadro, se bailaban y tocaban diferentes palos… lo que cambiaba, eminentemente, era el público. Allí encontraron los artistas el respeto y la admiración que aquí les faltaba. “Para los japoneses aficionados al flamenco, eran como luchadores de sumo. Seres casi mitológicos, semidioses. En España eran artistas pero no recibían esa veneración, quizá porque en este país el flamenco nunca ha estado tan prestigiado ni cuidado como merece. ¡Y eso que los sesenta y los setenta fueron épocas doradas! Las grandes figuras estaban en los tablaos. Ahora ni siquiera”, esboza López Canales.
Recuerda el experto que, al contrario de lo que ha quedado en el imaginario popular, el flamenco nunca estuvo ligado al franquismo, “sí la copla”. “Los flamencos nunca han estado cerca del poder, vienen de la exclusión absoluta y de la rebeldía absoluta. Y cuando se han acercado al poder ha sido para trincar, para ganar dinero. Si pagan, allí están ellos. Les da igual para quién tocar, si para Franco, para Stalin o para Trump”.
Los japoneses flamencos
Otra cosa muy curiosa que sucedió es que muchos japoneses comenzaron a venir a España precisamente atraídos, en los sesenta, por este arte tan atávico. “Imagínate, todavía en la España gris de la dictadura y ellos venían a hacerse flamencos. Los de aquí se reían, les parecía un exotismo y los llamaban ‘los chinos’ con desdén, porque en un mundo tan cerrado no era cualquiera. Y también pasaba al contrario, ¿eh? Muchos españoles fueron y se quedaron allí, porque les pagaban de lujo e incluso se empeñaban en comprarles todo lo que llevaban: mantones, guitarras, vestidos… los flamencos se aprovecharon y lo vendieron todo a precios desorbitados. Es interesante el dato de que los flamencos vendieron sus cosas en Japón antes de que las compañías japonesas llegaran a España para vender transistores”.
Cuenta David la historia de Emilio Maya, guitarrista gitano y flamenco de Granada, que se fue a Japón hace unos diez años. Un día, el artista se levantó con la profecía en to’ lo alto. Le dijo a su mujer que había soñado que se iba a Japón, y ella le contestó, con guasa: “Emilio, ¿ya estás drogao’ otra vez?”. Pero a los dos meses, paseando por el Sacromonte, se encontró con Teruo Kabaya, un japonés que empezó a venir a España en los setenta y organizó espectáculos de flamenco allí. Le ofreció ir a actuar… ¡y no ha vuelto! “Dios mío, que lo que tú me contaste era virídico’, lo de que yo me iba a Japón era verdad y no eran pollas en vinagre”, reía Maya, exaltado.
Y tanto que se fue: allí se casó con una japonesa y es tremendamente feliz. “Dice que gracias a Japón se ha quitado de to’ lo malo del flamenco, de las malas noches y de los excesos, y ha vuelto a descubrir el sol y el desayuno, que llevaba décadas levantándose a la tres de la tarde”, sonríe el autor.
El desembarco flamenco
Va otra anécdota hermosa: “En el año 1960, la bailaora Pilar López fue con su compañía a Japón -en esa compañía tenía entre sus bailarines a Antonio Gades-. Tardan más de un mes en llegar en barco porque va desde Marsella a Yokohama, y tardarán más de un mes en volver. Sólo están en Japón 15 días, hacen apenas unas pocas actuaciones, pero da la casualidad de que esas actuaciones las ven los que luego se convertirán en los grandes bailaores japoneses, como Yoko Komatsubara”. Es icónico y es simbólico, porque allí germinaron muchas cosas y se entremezclaron pasiones.
¿Qué demanda cree el autor que habría que pedirle al ministerio de Cultura para que cure su desmemoria y su desinterés histórico hacia el flamenco? “Creo que habría que empezar a enseñar en los colegios lo que es el flamenco, el valor que tiene, de dónde viene y su riqueza musical. Tenemos que mostrarles que es algo realmente único y especial y que en otras partes del mundo se pelean por ello y sienten pasión por nuestro arte. Que sepan cuidarlo, valorarlo y que no se diluya”, clausura.