Ya lo advertía Joaquín Sabina en una de sus canciones más célebres: si le daban a elegir otra vida, se quedaba con “la del pirata cojo, con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo”, ya saben ustedes, “el viejo truhán capitán de un barco que tuviera por bandera un par de tibias y una calavera”. Es el arquetipo literario y gamberro que hoy toma la carne y el rostro del comisario Villarejo, recién salido de prisión, con su mascarilla con el símbolo de España -que casi ondea como el estandarte de su navío vital-, con su característica boina de hombre curtido en las tabernas y con su insólito parche en el ojo, según dice, a consecuencia de un ictus “que le ha acelerado las neuronas”. Los corsarios son así: para ellos no hay mal que por bien no venga.
Villarejo también es ese chulo del barrio, tiro porque me toca, suspenso en Religión que cantaba el maestro de Úbeda: lo único que tiene de santo es a su hermano Pedro, sacerdote y referente en Teresa de Ávila y Juan de la Cruz -amén de autor de un brillante libro sobre Lorca-, porque la vida tiene estas bromas macabras. No obstante, está trabajando duro en cimentar su estética de ángel caído, de héroe incomprendido, de combatiente aún en pie que torea con cierta soberbia su pasado -y su presente- turbulento.
En eso el parche negro juega un papel esencial: los que guardan muchos secretos procuran que no se les vean los ojos, porque las retinas tienen la lengua larga. Es un gánster, Villarejo, reconvertido casi en personaje de ficción maldito, que oculta como puede -con cierta clase siniestra, no lo negaremos- unas pupilas llenas de misterios, dos pequeños ventiladores de basuras. Le resultará familiar aquello que decía Al Pacino en Scarface: “Los ojos, chico. Ellos nunca mienten”. El parche es para los que han vivido duro y quieren subrayarlo desde la foto. El parche es para aquellos a los que la vida les ha sacado los ojos -críe usted cuervos- o para los que le han sacado los ojos a la vida.
Cuenta a este periódico José Luis Cañavate, experto en comunicación no verbal, que Villarejo es un genio en su materia: “Un espía es una persona entrenada en transmitir la comunicación que quiere y en ocultar lo que no desea que percibas. En mi oficio sabemos que hay dos personajes que hacen esto magistralmente: los psicópatas y los espías”, revela. “Es un agente especializado, no es una persona normal, y lo que nos transmite está muy cuidado por su parte. Mantiene una coherencia increíble teniendo en cuenta que acaba de salir de prisión -podría haber sesgos potentes- y que tiene una cierta edad y achaques médicos: podría haber inconsistencias en su mensaje, pero es realmente perfecto”.
'Dignidad' y marca personal
Apunta que el comisario “controla muy bien sus emociones y tiene poca variación en su conducta, es muy hábil”: “El parche le ha venido muy bien para reforzar su imagen, con la que quiere transmitir una rara dignidad”, sonríe. “Hace tres años un juez le ordenó quitarse la gorra y las gafas y le sentó muy mal. Ha hecho de todos esos elementos su marca personal. Quiere ser el bucanero, el personaje que ha podido hacer cosas malas pero que alega que estaba avalado por el poder. El parche, en este sentido, es su juguete perfecto, lo utiliza en positivo”.
Podía haber elegido otra forma de cubrir su ojo dañado, su desprendimiento de retina, pero ha sido exactamente ésta. “Él está encantado con la imagen de persona distante y oscura que quiere defender, a su modo, que no es malo, que lo que ha hecho tiene matices. Todo esto lo aliña con palabras en la misma línea: ‘maltrato’, ‘tortura’, ‘encapsular’, ‘desenmascarar’. No le falta un detalle”, explica Cañavate.
Es orgulloso, Villarejo. “Tanto que se confunde con un poquito de agresividad”, apunta el experto. “Saca la mandíbula, no anda tan encorvado ya. Trata de respaldarse diciendo ‘soy policía, soy comisario, trabajo para España’. Piensa que los bucaneros estaban protegidos por la realeza: les venían muy bien para coger los barcos que hacían viajes transatlánticos y no pagar al ejército, por eso se les daba permiso a los piratas para que hicieran lo que quisieran”.
El pirata amigo de los poderosos
En estos términos, el rey de las cloacas patrias está sacando colmillo y recordando que ha trabajado en connivencia con los poderosos. Que su impunidad de espíritu es legítima. Que hay método en su locura, como diría Polonio en Hamlet. Que el mundo era una barra libre para él y que cogió de ella lo que debía, lo que le permitían sus compadres del cetro.
Dentro de su macarrismo hay ley: eso es lo que quiere contarnos. Se trata de un personaje pícaro pero no nihilista, no anárquico, a la postre. Sus actos tenían un sentido interno, subterráneo. “No es un arquetipo de segunda como el Lazarillo de Tormes: Villarejo aspira a la dignidad del pirata”, recalca Cañavate. Está buscando glamour y valores, el presumido.
No está solo en la historia. Hace dos años, la mismísima Madonna sacaba su álbum Madame X luciendo un parche en el ojo, fruto del personaje que quería encarnar: “Ella es una espía, una agente secreta. Viaja por el mundo y cambia su identidad. Duerme con un ojo abierto y lucha durante el día con un ojo cerrado. En realidad está herida, por eso cubre uno de sus ojos”, contó la diva en su día. Revelador. Simbólico. En los piratas, el parche servía para adaptar el ojo a las condiciones de la luz: estos chungos marineros entrenaban un ojo para la luz de la cubierta superior del barco y el otro para la oscuridad de los camarotes.
De hecho, la Federación Americana de Aviación recomienda a sus pilotos mantener un ojo cerrado cuando las condiciones de luz se alteran y se exponen a una mayor luminosidad: es una forma de garantizar la visión nocturna. Podríamos decir que Villarejo sabe mirar en la oscuridad, como los gatos: al fin y al cabo, es lo que lleva haciendo toda su carrera. Echarle el ojo a lo prohibido. Colarse en los sumideros.
De Millán Astray a James Joyce
Millán Astray llevaba un parche testimonial que recordaba constantemente sus heridas en la Guerra de Marruecos. En marzo de 1926, tomando la Loma Redonda, recibió un disparo en el rostro que le hizo perder el ojo derecho -a partir de entonces sufriría de vértigos el resto de su vida cada vez que giraba la cabeza-. Blas de Lezo le dijo adiós al suyo en la Guerra de Sucesión, allá en la fortaleza de Santa Catalina de Tolón mientras se encaraba con las tropas de príncipe Eugenio de Saboya. Después de un cañonazo a la fortificación, una esquirla se le metió en el ojo izquierdo y le hizo perder la vista para siempre.
Parche llevaba también doña Ana de Mendoza, princesa de Éboli y de Melito y duquesa de Pastrana: Enrique Santos-Bueso, de la Unidad de Neuroftalmología del Servicio de Oftalmología del Hospital Universitario Clínico San Carlos (Madrid), lo achacó en un ensayo sobre la cuestión a un posible traumatismo producido por el florete de un paje con el que jugaba a esgrima. Concretó y determinó que podría tratarse de un “proceso secundario a un traumatismo inciso-contuso con pérdida de visión”.
Hasta el escritor James Joyce llevó parche aunque nunca perdió su ojo -intentó utilizarlo, estérilmente, para frenar la pérdida de la vista, que era lo que se creía entonces-. El torero Padilla viste parche desde 2011, cuando tras una terrible cogida de su cuarto toro, cayó al suelo y recibió una cornada que le entró por la mandíbula y salió por su ojo izquierdo. El rapero Slick Rick lo luce también desde que en su infancia perdió el ojo a consecuencia del impacto de un cristal roto.
Por no hablar del legendario cineasta John Ford, del que cuentan que en 1953 se calzó su coqueto parche antes del rodaje de Centauros del desierto: le operaron de cataratas, con éxito, pero le pusieron tan nervioso los vendajes que se los quitó antes de tiempo y su ojo derecho se volvió muy sensible a la luz. Otros creen que, aunque no lo necesitaba, le gustaba el toque poético y enigmático que le daba. Otro bueno fue Nicholas Ray, que fingía ser tuerto aunque no lo era y vestía su parche pirata de seda negra en el ojo derecho -aunque dicen los mentideros que algunas mañanas, si la resaca venía fuerte, se equivocaba y se lo ponía en el izquierdo-. Todo por la leyenda.
¡Y Tísner, periodista, escritor, caricaturista, escenógrafo, corredor y director artístico catalán! De él nunca se llegó a saber por qué llevaba el parche. También la intrépida reportera de guerra Marie Colvin y la maravillosa pionera María de Villota, primera española en pilotar un Fórmula 1.
Cómo no iba a tener este símbolo su eco en la ficción. Recuerden a Kirk Douglas en Los Vikingos con su enorme parche. Y a John Wayne en Valor de ley -también Jeff Bridges en su adaptación de 2010-. A Charlie Kilgore en Moonrise Kigdom. A Tom Cruise en Valkiria. A Angelina Jolie en Sky Captain y a la fabulosa Bette Davis en El aniversario. Todos y todas ellas, de alguna manera, fueron fulanos sin lágrima fácil de esos que se quejan sólo por vicio. Si la vida les deja, le meten mano, y si no, aún les excita su oficio, como cantó Sabina. El primero, Villarejo, falso bucanero bueno que ya amenaza con que la va "a liar fuera”. Le esperamos con los ojos abiertos.