Murió Javier Reverte, el escritor de viajes, a los setenta y seis, de un cáncer de hígado: en los pies, los polvos de todas las arenas de la tierra. Con su sombrero y su gabardina, como un tipo enigmático de otro tiempo, toqueteando para nosotros todas las cosas que hace no tanto nos parecían exotismos, contando África y los cocodrilos, viviendo en el runrún de los tambores, escuchando el masticar de los caníbales. Periodista, corresponsal, enviado especial a todas partes, con su imaginación desbordante y generosa y su don para escarbar en la naturaleza humana y sus animaladas.
Cuando entendió que el tiempo se le agotaba, que había dejado de contar para adelante para contar para atrás, Reverte estuvo corrigiendo la novela póstuma que hoy se le publica, Hombre al agua (Plaza & Janés). “Su deseo era verla impresa y por eso desde la editorial tomamos la decisión de adelantar la publicación unos meses para que pudiera tener el libro en sus manos pero, lamentablemente, no se llegó a tiempo”, cuentan desde su sello en la nota de prensa.
“A pesar de todo Javier no solo logró entregar, pulida y corregida, esta novela sino que también nos dejó su libro de memorias, Queridos camaradas: una vida, que escribió “a saltos” entre 2005 y 2020 entre Madrid y Valsaín, su querido refugio de la infancia y de los años finales. Y también concluyó el que será su último libro, de su último viaje, el realizado a Irán y a Turquía, cuyo título –La última frontera– parte de una precisa cita de Goethe que define perfectamente el espíritu de ese libro: “Oriente y Occidente no pueden vivir separados”. Casi nada.
Lo último que pidió a sus editores, como revelan ellos mismos, es que cuidasen y mantuviesen vivos sus libros. Así van a empezar a hacerlo con este Hombre al agua, bautizado como “un testamento vitalista y crítico de Javier Reverte”. En él habla de Desiderio Calvario, un perdedor ilustrado, un tío de buen fondo que acabó en la cárcel por sus chanchullos como contable y que lee con fruición a Homero. Vive en Lavapiés, nuestro protagonista, muy humildemente, en una pensión llena de muertes frecuentes.
“Las rutinas de Desi consisten en charlar con una prostituta guineana que asegura llevar la misma sangre que el dictador Obiang, deambular por un Madrid repleto de tipos estrafalarios y en el que siempre hay algún colectivo manifestándose, o dejarse caer por La Joya del Forati, una taberna tirando a cochambrosa en la que encuentra por defecto algún motivo para discutir con su enfurruñado dueño, Felipe”. ¿Y qué pasó? Lo que suele pasar: el desbarre llega de la mano del amor, en este caso de la mano de Claudia, una joven que sólo quiere comunicarse a través de la tableta electrónica.
Contra el sistema
Por ella y para ella acaba colado en los círculos de unos extraños anarquistas que van desde “un millonario que quiere acabar con el capitalismo” hasta “un cura que desea destruir la Iglesia desde dentro”. Tienen un plan y van muy en serio: quieren dinamitar el capitalismo, pero no tenemos claro si su idea pinta bien. Desi los acompaña en la aventura mientras se deja llevar por sus fogosas pasiones, bebe como un cosaco y, muy especialmente, se pregunta por qué carajo estamos aquí, a qué ha venido todo esto a lo que llamamos la vida.
La intención de Hombre al agua es profundamente la denuncia, aunque trufadísima de humor: Reverte le mete el dedo en el ojo a las desigualdades sociales y a los abusos de poder, a las jerarquías y las infamias diarias que conforman el sistema. Aquí hay sátira, esperpento, parodia, picaresca, costumbrismo y absurdo. Cuánto cariño y cuánto rechazo a la vez a este país esquizofrénico, “lleno de vicios deplorables pero también de seres entrañables que se resisten a la derrota definitiva”.
Hay aquí guiños a La Codorniz, a Larra, a Camba, a Valle-Inclán, a Jardiel Poncela, a Azcona, a Berlanga o a Cuerda. Hostias como panes: “La Corona, políticos, sindicalistas, eclesiásticos, militares, policías, tertulianos, el CESID, el Opus Dei… quedan retratados bajo la mirada jocosa del autor. Por no faltar, no falta ni un centro que extiende diplomas de mendicidad por toda España ni una escuela dedicada a la formación de futuros políticos en el arte de la corrupción y el lavado de manos”.