El pianista James Rhodes, en su casa de Madrid.

El pianista James Rhodes, en su casa de Madrid. E.E.

Cultura

Razones por las que James Rhodes ama España (aunque sea un "paisito mezquino de mierda")

En 'Made in Spain', el músico hace una alabanza al país que le curó la vida y habla de su proceso de integración en el lenguaje, en los sabores, en los sonidos y los afectos. 

13 abril, 2021 02:21

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Fue en 2017 cuando el músico y escritor James Rhodes se instaló en España con tres maletas, "cuatro palabras de español y un cansancio tremendo". "Ni me imaginaba el impacto colosal que esto iba a tener en mi vida. En mi fuero interno, una parte de mí temía que huir de mis problemas no solucionara nada, porque por desgracia la verdad es que no puedes escapar de ti mismo", escribe en Made in Spain (Plan B). "A pesar de ese miedo, acabaría notando que me aproximaba a una sensación de plenitud, de pertenencia, a un calor de hogar completamente nuevo". 

Todos conocemos a este lado su trágica historia, su terrible infancia marcada por los abusos sexuales, que llevaron a Rhodes a refugiarse en el alcohol y las drogas y, más tarde, afortunadamente, en la música. Para no suicidarse. Para no irse de aquí de la tierra. ¿A dónde huye uno cuando arrastra tanto dolor; qué lugar será el adecuado, dónde nos insonorizaremos de los traumas agudísimos, dónde podremos despertarnos una mañana más limpios, más crédulos de nuevo, más felices y protegidos de los monstruos del mundo? 

No es que España le salvase del todo, no vamos a concederle ese inmenso honor, pero sí que España le resultó cicatrizante, como una pomada caliente. Un punto de sutura. Un abrazo largo para el niño temeroso. Por eso escribe este libro, quizá, dice, desde "la rabia por la inexplicable forma en que España se odia, algo que he visto con mucha frecuencia": "Más rabia todavía al pensar en mi país de origen, mi antiguo hogar, en el Reino Unido y el horror del Brexit", lanza. Le da a la tecla desde ese hartazgo, sí, pero para culminar en una celebración: la fiesta hacia el "país mágico" que le ha permitido coniar, al fin, "en la bondad, en el amor, y en el bien común". 

Lo quiere con todas sus costuras. Desde sus croquetas a sus expresiones como "me cago en la leche". Ha trabajado y explorado su lengua, sus ademanes, su humor, sus giros poéticos y complicadísimos de explicar a veces. Sus sonidos, sus olores, sus sabores. Será que James Rhodes sabe que sólo se ama lo que se conoce. Y él conoce España porque la piensa. Porque se la toma en serio casi siempre y, cuando es necesario, felizmente a broma

Amores y odios patrios

Es interesante, cuanto menos, que haya sofisticado su afecto hacia el país: entiéndanme, en los primeros tiempos de tuits locos esto parecía un panegírico al puchero y a las conversaciones de taxistas, pero ahora, con este libro, entendemos que hay mucho más escarbando en esas declaraciones que rozaban la autoparodia. Y es arrojado y divertido cómo arranca el relato, con un capítulo titulado Rabia donde despacha a gusto, aunque a la postre vemos que algo irónicamente, algo amargamente, sobre su tierra prometida. 

"España es un paisito de mierda, infame, mezquino. Un sitio que en su momento fue un peso pesado mundial, en todos los aspectos posibles, ha mutado, se ha marchitado (...) sus ciudadanos son superficiales, egoístas, y, en buena parte, incultos", despliega. "El panorama político es tan aterrador como vergonzoso para todos los que participan en él: una desagradable mezcla de postureo, racismo, comunismo, machismo, chorradas progresistas, alarmismo, reproches, zancadillas y estupidez. Por no hablar de la indecente corrupción, las mentiras y la manipulación que han invadido la Moncloa como un cáncer". 

Y continúa: "La derecha quiere acabar con todo y volver a la situación que se vivía con Franco. A los inmigrantes que les den; a los pobres que les den; las mujeres, que se dediquen a cocinar y follar y cerrar la puta boca; los discapacitados físicos y mentales, que se las apañen solos (...) En lo económico, España es lamentable. Un hazmerreír en la escena mundial. Por dios, aquí, si tienes la suerte de ganr mil euros al mes, se te considera de clase media (...) Dependemos de borrachos turists de piel quemada para sostener la economía (...) ¿Y lo de Cataluña? ¿En serio? No sé a quién le importa. A no ser que hables catalán sin acento y que nunca sonrías, te tratan como si fueras basura". 

Volver a la patria

Después del vómito, viene la verdad: "Lo siento. Perdonadme. He estado oyendo demasiadas charlas de bar, demasiados programas de tertulias en horario matutino y leyendo demasiadas opiniones de españoles de verdad, y está claro que, por un momento, me he creído que yo era también realmente español", sonríe. Y por fin revela lo que el libro es: "Esto es una carta de amor, un discurso nupcial, un canto de alabanza que prácticamente se escribe solo". 

Aunque cuestiona que el concepto de patria haya sido secuestrado por a extrema derecha, plantea que se puede volver a amar a un sitio y sus gentes desde cero, con alma de recién nacido casi. "Nunca había entendido en qué consiste el patriotismo hasta que llegué aquí. Para mí, la idea de amar tanto a mi país me parecía una cosa aborrecible. A ver, que soy inglés, coño. ¿De dónde podría salir exactamente el orgullo? ¿De una victoria en la Copa del Mundo hace cincuenta años? ¿De una sanidad pública que se está cayendo a pedazos? ¿Del tremendo racismo? ¿De la mierda de comida? ¿De Benny Hill? (...) El problema es que todas las cosas y personas grandiosas de Reino Unido llevan mucho tiempo muertas". Boom.

Aquí en España, cuenta, no siente esa "frialdad" en el trato, ese "no me mires, coño". Aquí casi todo está "de puta madre". Somos más celebratorios, más alegres, más dispuestos a disfrutar. Su vida estaba al borde del colapso: de nada le valían los edificios resplandecientes, la arquitectura, la energía de la ciudad.

Cicatrizar los traumas

Cuenta cómo se sentía cuando escribió su primer libro, Instrumental (Blackie Books). Cuenta cosas muy dolorosas, como que su novia de entonces se murió de celos hacia su primera mujer, que prácticamente le pidió que hablase de ella como de una salvadora, como de una esfinge, como de una luz nueva. Toda esa presión. Todas esas acusaciones de pornografía emocional. La demanda conjunta que le pusieron a sus editores y a él, ante la que no se achantaron. Su exmujer decía que el libro era "un intento directo y consciente de hacerle daño a mi hijo, incluso, según ciertos expertos que ella había contratado y pagado, matarlo". 

"Sus letrados aseguraban que yo estaba transmitiédole, de modo muy real, la violación a mi hijo (...) y que si el chico llegaba a leer algo referido a mis abusos del pasado, sufriría un daño psicológico irreparable". Estremecedor. Entendió que su país había sido un "espectáculo de los horrores" para él desde los seis años. Alcanzaba día a día "nuevos niveles de incredulidad y repugnancia hacia Reino Unido". Coincidió ese desencanto con un nuevo enamoramiento español. 

El Teatro Real. Un paseo por el Retiro. Ese metro rápido, regular, barato, limpio, con aire condicionado. Los colores. Sentirse seguro al ir por la calle. Cenar con gente siempre nueva, interesante y distinta. ¡Tener una pandilla! Un equilibrio que se sostiene entre el trabajo y la vida de forma "sencilla, preciosa y absorbente". Su interés inusitado por la comunicación. Por aprender el idioma. Por abrazar la cultura o por dejarse seducir por ella. Y algo más: su intervención en la política. ¿Hay más formas de querer a un sitio, hay una manera más fiel de estar que estando y respetando y aprendiendo? Léanlo. Les gustará.