Javier Giner: "Igual que nos reapropiamos del término ‘maricón’, hay que hacerlo con ‘yonqui’"
El guionista y director acaba de publicar 'Yo, adicto', un libro sobre sus memorias cuando ingresó en una clínica de desintoxicación.
13 abril, 2021 17:11El 2 de enero de 2009, Javier Giner entraba en una clínica de desintoxicación. Había tocado fondo. Consumía habitualmente alcohol y cocaína y tomó una decisión que le cambiaría la vida. Una decisión valiente, como valiente es su libro Yo, adicto (Editorial Paidós) en el que explica en primera persona un proceso de deconstrucción en el que consiguió conocerse a sí mismo. Esto no es un libro de autoayuda.
No es una taza de Mr. Wonderful. Es un relato real, duro. También para todos los que le conocemos. Relata un retazo de su vida que sabemos que existe, pero del que nunca se habla. Yo, adicto tiene forma de diario a cara de perro. Sin endulzar la experiencia. Habla de adicciones, pero también de salud mental en una sociedad que nos obliga a competir, a no mostrar nuestra debilidad.
Es un libro que habla de tu proceso de desintoxicación en una clínica, un momento de tu vida que incluso los que te conocemos sabemos que existe pero nunca hemos hablado. ¿Cómo nace este Yo, adicto?
Lo cuento en el prólogo, y es porque un día recibo una llamada del editor y me ofrece escribir un libro de no ficción. Yo dudo si hacerlo, porque no tengo una voz respetada en ningún campo. No soy politólogo, ni monitor de crossfit, ni nutricionista… así que de qué iba a escribir yo. Y de una manera visceral entendí que era una oportunidad para hablar de algo que me importa y que he vivido en primera persona, así que aunque no tenga una voz profesional sobre el tema, sí que tengo una voz persona personal porque he sido un adicto, y creo que es un tema del que no se habla con rigor, ni con honestidad, ni con naturalidad.
Así que decido que si voy a escribir un libro de no ficción va a ser sobre eso, y ahí comienzan las dudas sobre si estoy preparado, porque yo no ambiciono mostrarme ni como una persona perturbada ni dar la imagen que a veces se desprende del libro, donde cuento aspectos muy íntimos que no me hace especialmente feliz que se hagan públicos. Por ejemplo, el momento en el que yo tomo la decisión definitiva de ingresarme tiene que ver con mi madre, y es un recuerdo que hasta ahora sólo había compartido con mis terapeutas. No era capaz de verbalizarlo porque se convirtió en algo muy traumático en mi vida.
¿Qué te llevó a escribirlo?
De alguna manera es un libro que a mí me hubiera gustado leer cuando atravesaba este problema, o mientras estaba ingresado en la clínica de desintoxicación, porque hubiera mitigado esa sensación de monstruosidad, de soledad tan abrasiva. Ese ‘qué me está pasando’, ese ‘soy un desecho indeseable que comete actos atroces’. Lo escribo para acompañar a gente que no conozco y sé que están ahí fuera porque yo he sido una de ellas. Lo que sí dejo claro es que no es una guía de cómo salir de la adicción ni intento que sigan mi ejemplo porque yo no soy ejemplo de nada. Yo cuento mi testimonio y sólo deseo que ese testimonio acompañe a personas que están fuera con esta enfermedad y que se sientan menos solas. Intentar que dejen de tener vergüenza y pidan ayuda y que, aunque suene cursi, hay una puerta que se abre. Que el camino es horroroso… sí, que las van a pasar canutas y van a sufrir como perros, también, pero que no todo son malas noticias. Cuesta salir, pero se puede.
Leyendo este libro no podía quitarme de la cabeza la palabra ‘pudor’. No sé si tú escribiéndolo también te ocurrió.
Sí, pudor, vergüenza… de todos modos ha habido algo muy curioso de lo que soy consciente ahora. Normalmente, las personas que empezamos un proceso creativo siempre tenemos este discurso aprendido de ‘yo no pienso en el público’, y eso es mentira. Todos pensamos en el público constantemente. Sin embargo, es cierto que como tenía muy claro a quién iba dirigido este libro, eso hizo que me olvidara de que algún día ese libro iba a estar en una estantería y la gente iba a poder leer cosas de las que no me siento orgulloso y que me han causado dolor. Pero a la vez sabía que escribir un libro así significaba hacerlo a tumba abierta, porque si no, sería grotesco.
Sería grotesco haberlo hecho para quedar bien o para dármelas de gurú, y además sería irreal, porque yo no tengo todas las respuestas. Lo que sí tenía claro es que si yo le iba a decir a alguien desconocido que no tuviese vergüenza, la primera persona que no podía tenerla era yo. Sobe todo, porque toda historia de adicción encierra un relato de terror. Para que esas personas que están atravesando esas historias de terror se sintieran acompañadas, tenía que contar la mía. Decirles que estaba escribiendo alguien como ellos, que no escribo desde una atalaya. Que yo he estado en la mierda como ellos. Sí que me da pudor, pero no soy consciente hasta que releo la primera versión del manuscrito y digo: ‘qué cojones he escrito’, pero ya era demasiado tarde.
Si yo le iba a decir a alguien desconocido que no tuviese vergüenza, la primera persona que no podía tenerla era yo. Toda historia de adicción encierra un relato de terror
Hay una cosa muy interesante que haces, que es reapropiarte del lenguaje. Igual que se ha hecho con la palabra ‘maricón’, tú lo haces con la palabra ‘yonqui’. ¿Por qué crees que era importante?
Me parece muy importante. Las palabras no solo curan, también producen dolor, y el lenguaje y lo que decimos muchas veces daña a niveles muy profundos. De la misma manera que es importante que el colectivo LGTBI se reapropie del término maricón, que se ha usado para crear estigma, para oprimir y para vejar. Porque reapropiarse de la palabra es vaciarla de su significado, y de alguna manera adoptarla con orgullo. El término ‘yonqui’ es paralelo, porque el yonqui se refiere al yonqui desdentado de la epidemia de la heroína que daba el palo a las viejas y te amenazaba con una jeringuilla. Ese yonqui que ha generado rechazo, condena y un juicio social y todos los estigmas asociados.
Porque si yo te digo yonqui, en tu cerebro aparece una imagen muy concreta. Por eso, para mí era importante reapropiarme de esa palabra y decir ‘yo soy yonqui’, porque además yo también lo soy. No es sólo aquel, lo soy yo y las 150.000 personas distintas, de otras razas, de otras clases, de otras sustancias… Entonces, ya que ‘yonqui’ se va a seguir utilizando, porque no va a desaparecer, me parece importante reapropiarme políticamente de ella y vaciarla del significado que se le ha dado en la sociedad. Yo no voy a decir que soy yonqui con orgullo, ojalá no lo hubiera sido, pero ya que lo soy, pues voy a ser consecuente con eso y enorgullecerme de esa palabra, porque la palabra en sí no es mala ni buena, lo malo es lo que asociamos a ella.
No hay relatos sobre la adicción, es uno de los temas tabú, y además hay mucha hipocresía, sobre todo en ciertas esferas de la sociedad.
De hecho, las clínicas de desintoxicación están llenas de ‘hijos de’. Si hay un fenómeno transversal, como la violencia de género, es el de la adicción. No conoce de clases, ni de géneros, ni de razas. Hay adictos de todo tipo y condición. Lo que ocurre es que es importante hablar de estos temas. La adicción existe, y que se mire hacia otro lado, que se aparte y que se condene al ostracismo sin hablar de ella con rigor o haciéndolo de forma frívola, con estereotipos y prejuicios, no ayuda a nadie. Ni a la sociedad ni a las personas que están atravesando la enfermedad. Esto de que si hablas de estas problemáticas se fomentan… Cariño, la adicción no necesita más publicidad. Hablar de ello previene.
Las clínicas de desintoxicación están llenas de ‘hijos de’. Si hay un fenómeno transversal, como la violencia de género, es el de la adicción. No conoce de clases, ni de géneros, ni de razas
No podemos quedarnos en decir ‘no te drogues que es malo’, eso no le sirve a nadie. Yo no me drogaba porque pensara que es bueno. Es como la salud mental, es algo que nos pasa a todos. No estoy hablando de una experiencia alienígena o de que se me ha aparecido la virgen. Alguien tiene que explicar que la toxicomanía es una enfermedad y que el consumo de sustancias no es la enfermedad. La enfermedad es lo que esconde el consumo de sustancias, y es una enfermedad emocional y psicológica que tiene que ver con los miedos, los complejos, la soledad… son cosas que nos ocurren a todos.
Hay un capítulo del libro en el que hablas de lo que te lleva a ello, y mencionas tu infancia, a tus padres, los valores que se inculcan… No les culpas, pero sí que cuentas que es una educación que marca y un patrón que se repite, por lo que es un problema también como sociedad que inculca valores como triunfar, la importancia del éxito…
Vivimos en una sociedad de la imagen, y no hace falta ser Bauman para llegar a esa conclusión. Una sociedad en la que se dice ‘no hables de eso’, ‘queda bien’ o en la que si estás triste lo que haces es subir una foto monísima a instagram con filtros y una frase de autoayuda para que te lluevan los likes. Vivimos en una sociedad adicta y hay muy poca verdad en eso. Yo en la clínica aprendí a hablar, con 'h mayúscula', y me doy cuenta de que llevo 30 años manteniendo conversaciones de las que el 95% no tienen la más mínima importancia, porque nos relacionamos desde la superficie. Y no es porque los decidamos nosotros, sino porque es lo que nos han enseñado, y a nuestros padres más aún.
Yo no puedo culpar a mis padres, pero me pregunto cómo es posible que en el colegio sepamos historia, matemáticas, física o literatura pero no haya una clase de gestión emocional. Nadie nos enseña a identificar nuestras emociones y a qué hacer con ellas. Hay una deficiencia brutal, hasta el punto de que hace dos semanas, Íñigo Errejón habla en el Congreso de la salud mental y hay un energúmeno que le grita 'vete al médico'. Como si fuera algo ajeno, que a él no le compete. Vete al médico con esos ‘freaks’ y engendros y cállate la boca. Hablaba de una realidad, que es que la ansiedad está causando estragos en la sociedad española, y la forma de dirigirse a él es ‘vete al médico’. Esa es la sociedad en la que vivimos, y esa sociedad es consecuencia de un tipo de educación.
Una de las primeras cosas que te dicen en terapia es que cuando uno comparte los miedos, de alguna forma desaparecen. Un mensaje que normalmente no te dicen cuando eres un chico. Te dicen que no llores, que no seas débil… ¿Crees que afecta esa educación patriarcal?
Claro. De hecho, el primer aprendizaje de un toxicómano es pedir ayuda. Yo he recibido una educación exquisita, leo, soy culto... y me costó años pedir ayuda, porque no tenía herramientas para identificar que tenía un problema de adicción. Tuve que destrozarme, que tocar fondo para que la vida me pegara un sopapo en la cara y despertar cinco minutos de esa pesadilla. Y a la generación de nuestros padres peor, nos dicen que tienes que ser poderoso, que no te muestres vulnerable, no llores... nadie nos enseña lo liberador que es poder decir: no me va bien, necesito ayuda, salvadme que yo no puedo, que yo no sé.
Ahora las clínicas de desintoxicación están llenas de gente joven ludópata. Tenemos que poner solución con recursos, información y educación
Yo en la clínica aprendí a decir algo tan básico como ‘no sé’. Porque me aterraba decir no sé, porque si lo decía significaba que era un fracaso como persona, porque tenía integrado el mensaje de que tenía que saber de todo. Eso son mensajes que recibimos y es como la gota china. Y ahora que has hablado de la sociedad patriarcal y que hablamos de la deconstrucción, el proceso de desintoxicación tiene mucho de eso. De deconstruirse.
El libro acaba cuando sales de la clínica, y uno se pregunta cómo fue enfrentarte a la primera fiesta, al primer estreno, a un cumpleaños… eso en una sociedad en la que se es tan permisiva con el alcohol o la droga.
Cuando has estado tan cerca de saber que te ibas al otro barrio, cuando has visto las llamas del infierno tan cerca, te das cuenta de que o tomabas el acto desesperado de sobrevivir o te ibas y te llevabas por delante a las personas que más quieres. Entonces, lo que te digan en una fiesta no tiene la menor importancia. Esos momentos los vivo con mucha protección, siendo muy consciente de lo que estoy haciendo, con quién. Y las primeras veces que me enfrento a esas situaciones lo hago acompañado de gente que sabe mi problema y que si ven que me da ansiedad o lo que sea me agarra de los pelos y me saca de allí. Aprendes formas de protección, pero realmente cuando superas una adicción bien, lo que obtienes de vuelta es tan positivo, que al final no sientes que has renunciado a nada, sino que has ganado una oportunidad y muchísimas cosas. A mí ya no hay fiesta que me vaya a dar tanto placer como el que descubro en mi día a día con otras cosas como leer un buen libro o pasar tiempo con mis amigos.
La clínica a la que vas es cara, y hasta en eso hay una brecha de clase, haces un discurso político en ese asunto y una llamada a la sanidad pública.
Claro que lo hay. Es como lo que dije antes de Errejón, si como sociedad no estamos preparados con los recursos que hay para tratar algo como la ansiedad, imagínate algo de este tipo, tan importante. Una toxicomanía es imposible curarla sin ayuda, sin acompañamiento y casi me atrevería a decir que sin una terapia diaria de varias veces al día. Me consta que hay recursos públicos, los conozco y sé que hay gente que ha superado la adicción en clínicas públicas, pero sé que no hay suficientes recursos para la problemática que es, y además para una problemática más extendida de lo que se piensa.
El mundo está lleno de adictos que no tienen ni idea de que lo son. A mí me generaba mucha incomodidad el hecho de que, evidentemente, en el sistema capitalista sé que nos movemos por la oferta y la demanda y todo tiene un coste, y acepto que es así, pero mi problema era el exceso de beneficio económico. Que haya instituciones que se lucren a través del sufrimiento de otras personas desesperadas. No hablamos de una operación de cirugía estética, hablamos de vidas humanas. No me atrevería a criticar la sanidad pública, porque soy un defensor total, pero me gustaría que hubiera muchos más recursos de los que hay, porque el alcohol y las drogas no van a desaparecer, y es algo que va por ciclos. En los 80 fue la heroína y en los últimos cinco años hemos asistido a la epidemia de la ludopatía. Ahora las clínicas de desintoxicación están llenas de gente joven ludópata perdida que ha lapidado toda la economía familiar, así que o le ponemos solución con recursos, información y educación o solo podemos esperar a la siguiente ola.
Nadie que consuma dos gramos de cocaína durante 20 años sale sin ayuda, y mucho menos porque un día tiene una epifanía yendo a un escenario y decide que nunca más lo hará
El libro cuenta lo difícil que es salir, y lo necesario que es hablar de ello de forma frontal, de verdad. ¿Cómo has vivido el otro día un testimonio como el de Miguel Bosé?
Pues me cabreó mucho. Me puse de muy mala hostia por dos razones. La primera, porque es mentira. Yo soy un adicto, y yo he superado una adicción, y no sólo la he superado yo, sino que desde que la superé desde hace doce años vivo con gente que, o son toxicómanos o médicos relacionados con ello, y lo que dijo es directamente mentira. Nadie que consuma dos gramos de cocaína durante 20 años, que es una enfermedad, sale de ella sin ayuda, y mucho menos porque un día tiene una epifanía yendo a un escenario y decide que nunca más lo hará.
Es que le escuchas hablar y parece que es alguien que decide un día no usar prendas de color rojo, y no es tan sencillo, porque si lo fuera no habría un problema. La gente se drogaría y lo dejaría cuando ellos quisieran, y eso es mentira, es falso y es peligrosísimo, porque el mundo de los profesionales de la toxicomanía se dejan los cuernos a diario para que la gente pida ayuda. Y que una persona se plante en televisión y diga esa barbaridad y diga que lo dejó sólo porque tiene fuerza mental… ¿qué quiere decir, que el resto no la tenemos?, ¿que los que se han quedado por el camino no tenían esa fuerza mental?, es de una megalomanía presuntuosa que es una aberración. Y sobre todo no ayuda, si vas a hablar de eso hazlo con rigor y generosidad, que tu testimonio sirva para poner luz, no para revictimizar al enfermo.