El periodista y activista antirracista Moha Gerehou nació en Huesca en 1991, pero nadie se cree lo primero: está acostumbrado a que le levanten la ceja cuando habla de sus raíces. “¿Pero cómo vas a ser de Huesca…?”, es lo que le preguntan, no siempre sin añadir después lo que verdaderamente están pensando: “…si eres negro”? Lleva toda la vida experimentando el síndrome del extranjero, Moha, lleva toda la vida intentando sentirse de alguna parte cuando sencillamente, es de aquí.
“Mis padres son de Gambia y emigraron de allí hace más de treinta años”, explica a la grada. Y entonces llega el: “Aaaah”. Ha crecido “con una parte de África en casa y con Europa en la calle” y está lleno de riqueza, de mezcla, de los valores que ha elegido de uno y otro lado y de los que ha desechado también. Por todo eso escribe Qué hace un negro como tú en un sitio como este (Península), porque ya no se odia por ser negro, aunque durante mucho tiempo lo hizo. Y eso debería avergonzarnos como país.
¿Qué piensa Gerehou cuando escucha la palabra “negro”? “Hemos crecido asumiendo que es completamente negativa. Uno de los estereotipos que ha pesado sobre las personas racializadas es que son incultas, sucias, peligrosas… yo siento que se ha usado la palabra ‘negro’ de forma tan despectiva que se ha convertido en una palabra como prohibida, pero en mi caso la trato de reivindicar desde hace unos años, porque es simplemente descriptiva”, cuenta. “Dices ‘negro’, igual que dices ‘blanco’, o ‘pelirrojo’”.
Ser español y negro
El Estado sólo aceptó a Moha como español a los ocho años, cuando su padre obtuvo la nacionalidad española. ¿Cómo se siente al respecto; qué es ser español, cuántos carnés de españolito nos van a dar, quién tiene la legitimidad de dárnoslos? “Creo que existe una idea muy estereotipada de lo que es ser español, en el sentido de que se piensa que sois todos personas blancas, con unas mismas costumbres, unas mismas formas de hacer, de vivir… pero todos tenemos muchas contradicciones y muchas complementariedades”, señala. “España no asume lo que es, tanto por su historia como por su actualidad”.
Pone el ejemplo de un colegio de primaria. “Asómate ahí y verás qué diversidad racial hay. Esa es la realidad del país. Es complicado, porque cuando tu identidad es española pero eres una persona negra, parece que eso colisiona a ojos de muchos y la sensación es extraña, como si no te terminases de sentir del todo español. A mí me hace gracia que a veces me veo diciendo ‘soy español’, y lo repito muchas veces, más que Santiago Abascal”, sonríe. “Leía en Twitter que alguien dijo que para ser español tienes que serlo de doce a quince generaciones. ¡Sí, claro! Miremos su árbol genealógico, seguro que ahí arriba hay un Mustafá. Por favor. ¿Y los árabes, durante 700 años? ¿Y la historia con Latinoamérica, y el pueblo gitano en España? España no es sólo blanca”.
¿Cómo ve el autor que existan personas negras que apoyan a partidos como Vox y que, de hecho, militen en ellos, si van contra sus propios intereses? “La diversidad política en la gente negra y en la gente blanca es un hecho. Hay gente negra muy de izquierdas y de extrema derecha, como es el caso de Ignacio Garriga o como Bertrand Ndongo, pero es importante entender que Vox aplica una y otra vez la lógica del ‘amigo negro’. ‘Nosotros no somos racistas porque tenemos a una persona negra en las listas…’”, suspira. “Pero el antirracismo se demuestra con acciones, y el racismo también. Si tus propuestas políticas son racistas -como las que han demostrado con los menores migrantes no tutelados- ahí se determina todo”, concluye. “Son racistas y excluyentes, lo demás es una trampa”.
Cultura 'incivilizada'
Él se crió aprendiendo sonike, uno de los idiomas de Gambia, y español, pero “no consideraba un mérito saber sonike”: “Ahí ves cómo uno mismo entiende una cultura como inferior a otra, inferior respecto a lo europeo. Parece que hay costumbres más legítimas que otras, y que existe una cultura aspiracional y otra que es incivilizada. Luego entendí que esa desigualdad no era real, era impuesta”, revela.
Recuerda un momento cumbre en su vida llena de racismos: “Un ejemplo muy visible fue cuando me paró la policía en Ciudad Universitaria, delante de todo el campus. Vinieron dos agentes a pararnos a un colega de ascendencia colombiana y a mí, ¡los más negros de lugar! Ahí no me sentí como un estudiantes en el campus de la universidad, sino como un negro en la universidad. Esperaban que no tuviésemos papeles… yo veía al resto de la gente blanca caminar a nuestro lado diciendo ‘bua, qué habrán hecho, tal’. Fue algo tan violento y una constatación tan grande de una barrera que, no sé… era estar en un campus universitario y no poder sentirme una persona. A partir de ahí empecé a ser activista”, expresa.
Racismo íntimo
Pero hay otros instantes, otras reacciones, otros comentarios que a la larga se le han hecho más íntimos y dolorosos que ese momento. “Cuando ese racismo se ha dado en relaciones de amistad o en relaciones de pareja ha sido lo peor. Cuando te das cuenta de que tu color de piel es un handicap para que haya personas que te digan que no, que no avanzan contigo por eso, que les daría palo presentarte a sus padres porque no saben cuál sería su reacción, intuyendo que sería una mala reacción…”, resopla, refiriéndose al caso de parejas interraciales.
“Algo que ocurre muchísimo es que se construye toda una imagen sobre ti que considera que no amas a esa persona, que sólo tienes un interés económico o puramente sexual, porque ¡ah, como los negros tienen un pene grande! Están contigo porque son animales sexuales o porque quieren sacarte los cartuchos”, resopla, con cierta amargura. “Siempre es cualquier cosa, excepto amor. Eso se da en espacios íntimos y resulta muy doloroso. El tema del sexo y de sus estereotipos, como el del pene, te deshumaniza totalmente. No se está viendo a esa persona, sino el pene de esa persona”.
Y continúa: “En el caso de las mujeres negras pasa lo mismo, se las considera animales sexuales. Yendo hacia las causas, pasa algo mucho más grave y tiene que ver con los relatos adjudicados a las personas migrantes o racializadas: y es que somos potenciales violadores o acosadores. Nos colocan ese componente de que ‘no podemos controlar nuestra sexualidad’ y de que ‘el consentimiento es algo que nunca buscamos’. Eso es muy peligroso, porque aunque la realidad no sea así, se vende constantemente la imagen de que los extranjeros son violadores y se usa políticamente”.
Lenguaje y ficción
¿Qué hay de las expresiones racistas como “esto parece una merienda de negros”, “color carne” -para referirse a un rosa pálido-, o el “¿qué pasa, que soy negro?” para aludir a una discriminación? “Es la constatación de que lo que prendemos desde pequeños es conocimiento racista, por nuestros familiares, por las redes sociales, por la televisión… yo mismo he reproducido algunas expresiones como “dúchate, que pareces un gitano”, y este tipo de cosas tremendas en las que a veces uno no encuentra la contradicción y el error. Hay que generar conocimiento antirracista en el lenguaje igual que en cualquier ámbito”, sostiene. “No creo que nadie se muera si en vez de decir ‘esto parece una merienda de negros’ se dice ‘vaya alboroto’, que ahora parece que es un derecho humano decir expresiones racistas”, ríe.
¿Qué opina de la revisión de las películas desde una perspectiva antirracista? “Bueno, siempre hemos aparecido en la ficción de una manera inferior y estereotipada, pero si te refieres a casos recientes como Lo que el viento se llevó, a mí me parece que era una representación de su época”, expresa.
“Ahora entendemos que era una representación racista, y yo prefiero, en ese sentido, decir ‘vale, hemos aprendido’, pero hay que poner el foco en lo que se está haciendo ahora, en si estamos transformando o no la narrativa. En EEUU se siguen haciendo películas sobre la esclavitud como si fuese lo único que atraviesa a las personas negras en la historia de la humanidad, y no es así: hay un montón de historias cotidianas sobre amor o soledad que también habría que contar”.
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