Anne Applebaum: "Vox es una revolución de exmiembros del PP contra su propio partido"
La periodista e historiadora estadounidense publica un nuevo ensayo en el que analiza la amenaza del autoritarismo para los sistemas democráticos.
15 mayo, 2021 02:14Noticias relacionadas
Anne Applebaum (Washington, 1964) saluda al otro lado de la pantalla del ordenador a primera hora de la mañana. Está en su casa de Polonia, donde vive con sus hijos y su marido, el europarlamentario Radosaw Sikorski; un país que el siglo pasado fue arrasado por el totalitarismo de ambos extremos y cuyo fantasma vuelve a deambular en la actualidad, con un disfraz diferente, menos explícito, sin violencia.
La periodista e historiadora estadounidense, especializada en el estudio del lado más oscuro del comunismo —en 2004 ganó el Premio Pulitzer con una investigación sobre los gulag, los campos de concentración soviéticos— atiende a EL ESPAÑOL para radiografiar esta vez el presente y describir El ocaso de la democracia (Debate), como así se titula su nuevo ensayo. Un libro en el que describe la ola de autoritarismo que está poniendo en jaque al sistema, radicalizando a la ciudadanía y azuzando los sentimientos nacionalistas. Un relato preocupante, pero esperanzador al mismo tiempo.
Autoritarismo, populismo, radicalismo… ¿cuál es la gran amenaza actual que se cierne sobre la democracia?
Son distintos nombres para la misma cosa. El populismo es un concepto complicado porque hay una versión que sí es democrática y otra que no. La amenaza real son aquellos grupos políticos que se declaran como garantes exclusivos de la verdad y únicos representantes del pueblo. Y esto también es una forma de autoritarismo que representa problemas estructurales más profundos.
Una de las cosas más impactantes de su libro Hambruna roja es descubrir cómo las autoridades soviéticas lograron esconder los millones de muertes. Hoy en día una mentira de ese calado es inconcebible, ¿pero son más peligrosas pequeñas fake news reproducidas todos los días?
Sí, y añadiría algo a eso. Es cierto que los líderes políticos actuales no podrían contar unas mentiras de semejante calibre y que se les creyera. Sin embargo, hay otro tipo de "mentiras medianas", de las que hablo en el libro, que son todas estas teorías conspiranoicas que van calando en la población y que provocan la pérdida de confianza en las instituciones democráticas.
Un ejemplo de esto lo tenemos ahora en Estados Unidos. Una parte del Partido Republicano comparte la teoría de que Trump ganó las elecciones y que hay algo que no funciona bien en el sistema electoral. Esta no es una mentira que esconde millones de muertes, pero es extremadamente peligrosa y dañina para la democracia estadounidense.
De hecho, una de las características principales de los líderes populistas es decir barbaridades tan a menudo que ya ni nos escandalizan. ¿En qué momento se cruzó esa línea roja?
Parte del problema es que hay demasiada información disponible todo el tiempo. La gente se ve desbordada y simplemente se va haciendo inmune y apática ante el bombardeo de noticias. Esta es una táctica deliberada de muchos líderes como Putin, que publican muchas diferentes del mismo hecho para confundir a la gente. Eso es lo que hizo cuando derribó aquel avión en Ucrania. El efecto de esta táctica es que la gente acaba diciendo: "Bueno, no sabemos lo que ha pasado y nunca llegaremos a saberlo". Es lo que hacen políticos como Trump o Boris Johnson, y al final la población se confunde y renuncia a conocer la verdad. Esto es lo que mina la democracia, que necesita que haya un consenso sobre la verdad para poder debatir.
¿Cómo valora los primeros meses de Joe Biden en la Casa Blanca? ¿Cree que la polarización se ha rebajado?
Biden está tratando de combatirla de dos maneras. Por un lado, no entra en guerras culturales. No habla de Trump nunca; cuando le preguntan por él, lo ignora. Tampoco discute de temas como el aborto o los derechos homosexuales. Se mantiene alejado de todos los temas que encienden a la gente. En segundo lugar, está intentado poner el foco en cuestiones concretas: puestos de trabajo, vacunas, ayudas a la infancia… De esta forma, está intentado cambiar la imagen del Gobierno. Eso es una manera de combatir el populismo.
No temo que España vaya a convertirse en una versión moderna de la URSS de Stalin
Los autoritarios también han desplegado una campaña de acoso contra los medios, empujando al periodismo a una situación muy frágil a nivel de credibilidad. ¿Han ganado esta batalla?
No sé si la han ganado, pero no es solo contra la prensa, sino contra cualquier institución que establezca la realidad, la verdad, como la comunidad científica o los tribunales. Intentan debilitarla a través de ficciones, o incluso del uso de la corrupción, que es lo que están haciendo Rusia, Polonia o Hungría.
La manipulación de la historia se ha revelado en un arma fundamental para demagogos y populistas. ¿Cómo se combaten sus mentiras?
La manipulación de la historia es algo que han hecho todos los dictadores: reconfiguran la historia para justificar su presencia en el poder y el medio para llegar a él. Los historiadores, los profesores, las universidades y los institutos deben combatir esto. Además, tienen la obligación de mantener una discusión abierta de la historia, no solo ante versiones de Estado que nunca deben ser aceptada para explicar el pasado, sino también ante aquellas que están extendidas entre la población.
Creo que hay un problema en Estados Unidos con el deseo tanto de la extrema derecha como la extrema izquierda por controlar la historia para imponerle una camisa de fuerza ideológica y establecer un único relato. La misión de los historiadores es mantener abiertas todas las preguntas, revisitar constantemente los hechos a la luz de la metodología científica. La historia, como la política, tiene muchos matices. Insistir en verla a través de la mentalidad del presente o como justificación para políticas modernas, acaba por distorsionarla. Es muy importante que los historiadores huyan de esas presiones e intenten ser lo más honestos posibles con respecto a lo que ocurrió en el pasado, ser políticamente indefinibles.
En su libro también aparece el caso de España. ¿Qué es lo que más le ha atraído de nuestro país y qué valoración hace de la irrupción de Vox?
En un principio me interesó Vox porque conocía a gente que militaba en el partido y así podía establecer un paralelo con los movimientos en la derecha de otros países. Pero creo que ninguno de estos partidos son exactamente lo mismo. Lo que ocurre con este tipo de movimientos es que representan a una parte del electorado que se ha cansado de la política de centroderecha y busca algo más radical. Muchos representantes de Vox proceden del Partido Popular o de sus juventudes. Por lo tanto, estamos hablando de una revolución contra su propio partido. Y esto ocurre en otros países.
Además, Vox es un partido que ha comprendido la importancia del nacionalismo o que al menos ha aprovechado el hecho de que otras formaciones no le hacen mucho caso. También han aprendido de otros partidos de extrema derecha, como el de Salvini en Italia o el de Bolsonaro en Brasil, la utilidad de las redes sociales y de cómo difundir mensajes a través de ellas. Se han nutrido de tácticas ya existentes.
Dice que estos partidos como Vox no ofrecen una ideología, sino una identidad. ¿Por qué calan estos mensajes en la gente? ¿Cómo incluso una persona de izquierdas puede llegar a apoyar a la ultraderecha?
Vivimos en un momento en que los grandes partidos políticos ya no tienen una ideología, sino que más bien luchan por una definición del país. Y en ese momento la política se convierte en personalidades. Esto se ve clarísimamente en el caso de Europa oriental, como en Ucrania. ¿Qué versión de la nación es con la que nos identificamos? Esto puede ocurrir con gente que tradicionalmente ha votado a la izquierda, pero que están a disgusto con los efectos de la modernidad en su país: los cambios sociales y demográficos, porque no se hayan sentido beneficiados por la economía digitalizada o porque buscan una idea política basada en una nostalgia, en una situación antigua que ellos recuerdan.
Cada vez más gente desconoce el pasado y no recuerda la gran catástrofe que fue el marxismo
Usted ha investigado algunos de los lados más oscuros del comunismo. ¿Qué queda de esta ideología en la Europa actual? En España, la oposición define al Gobierno como "social-comunista".
Me gusta mantener los matices y puedo ver las diferencias ente el comunismo soviético y el socialismo español. No son lo mismo. Vivimos en un momento peculiar, y esto afecta sobre todo a la gente joven, que vive online, recibiendo toda la información a través de las redes sociales, y parece que están desconectados de la historia. Cada vez más y más gente parece no saber lo que sucedió en el pasado y no recuerda la gran catástrofe que fue el marxismo. Existe el gran riesgo de que las malas ideas que fracasaron en el pasado, porque no se conocen, vuelvan a ser puestas en práctica. Pero ahora mismo, y quizá estoy equivocada, no temo que España vaya a convertirse en una versión moderna de la URSS de Stalin.
¿Cree que la pandemia del coronavirus contribuirá al deterioro de las democracias o, por el contrario, saldrá una sociedad más solidaria e igualitaria?
Es demasiado pronto para decirlo. En los primeros días de la pandemia parecía bastante claro que el efecto inmediato era incrementar el poder del Estado. Pero últimamente, estamos presenciando esta reacción libertaria, de actitudes contra el Estado que en diferentes países han adquirido distintas formas. Cada país evolucionará de un modo u otro. Es una pregunta que me han hecho durante todo este tiempo y me he resistido a responder. La situación y la actitud de la gente son cambiante en función de cómo evoluciona la pandemia y cómo se van haciendo las cosas.