En los meses posteriores a la desaparición de Ruth y José, Carmen Pastor, inspectora jefa de Homicidios en la Policía Nacional, hablaba casi a diario con la madre de los niños asesinados. También conversaron el día de Nochebuena. Ruth Ortiz la llamó a la hora de la cena, cuando la inspectora se afanaba en la cocina. La atendió, por supuesto. Al colgar, la madre de los niños le deseó feliz Navidad, pero ella no fue capaz de responderle. "Cómo le iba a decir feliz Navidad, con lo que estaba viviendo".
Volvieron a hablar días después. Ruth, siempre educada y atenta, le desearía de nuevo feliz año en las últimas horas de la Nochevieja. "Le respondí algo así como ‘ojalá sea feliz para todos, Ruth’. Es muy complicado mantener la coraza y la frialdad en momentos así. A eso nadie te enseña". Faltaban todavía muchos meses de angustia e incertidumbre, hasta agosto de 2012, cuando se encontraron los restos mortales de los niños, asesinados por José Bretón, su padre, el 11 de octubre de 2011 en la finca cordobesa de Las Quemadillas.
El nombre de Carmen Pastor, al igual que el del comisario Esmeraldo Rapino, o los del capitán Jesús Rubio y Joaquín Palacios, ambos agentes de la Guardia Civil, quizá no signifiquen nada para el lector de periódicos, pero los cuatro han sido figuras totémicas en una delicada especialidad en la que poseen un conocimiento enciclopédico: la resolución de los principales crímenes que han ocurrido en España a lo largo de los últimos 40 años.
Dice Cruz Morcillo (Castellar, 1973) que no ha resultado sencillo lograr que se abrieran en canal. Ha necesitado décadas para forjar con ellos una confianza mutua. Solo así ve ahora la luz un libro, Departamento de Homicidios (Libros del K.O.), en el que esas cuatro voces vertebran el relato y los entresijos nunca desvelados de su hábitat, el sórdido y oscuro mundo de los homicidios.
Por sus manos han pasado crímenes como el del asesino de la baraja, el crimen del rol, el triple crimen de Burgos, el asesinato de Marina Okarynska y Laura del Hoyo a manos de Sergio Morate, o la desaparición del niño de Somosierra. Años después de jubilarse, ya retirados de la primera línea de investigación, la reportera de sucesos, casi 25 años en ABC, ha logrado que se atrevan a extraer de sus baúles los más preciados secretos policiales.
Pero lo más interesante de este volumen es que aquí los sucesos pasan a un segundo plano, y son los agentes, siempre entre bambalinas con sumarios, seguimientos, interrogatorios y otras vicisitudes policiales, quienes relatan por primera vez la historia desde su punto de vista. Es un libro sobre lo que sienten, sobre cómo lo viven y sobre lo que puede llegar a afectar un oficio así. Por él desfilan los nervios, las noches sin dormir, las guardias interminables delante de un portal, las escuchas, la tensión ante la inminente fuga de un sospechoso, los reproches, el miedo, el humor, incluso; también los traumas y la culpa que surge ante el fracaso, hasta la amarga felicidad al resolver los crímenes más execrables.
La conversación con Cruz Morcillo se desarrolla jornadas antes de la aparición del cuerpo sin vida de Olivia, la mayor de las dos niñas de Tenerife secuestradas y presuntamente asesinadas por su padre. Es uno de los casos en los que trabaja estos días sin descanso. Quedamos, como no podía ser de otro modo, en un bar a pocos metros de la entrada de una comisaría. Es la clase de sitio en el que los silencios valen más que las palabras.
El libro es una inmersión en el mundo del crimen y en la mente del criminal, pero habla sobre todo de la experiencia personal de los investigadores de asesinatos.
Ese era mi objetivo. Ha sido un poco como escribir el making off. Sobre todo, en los casos más o menos mediáticos, en los que casi nunca tenemos tiempo ni ellos se prestan a hablar de lo que hay detrás. Quería contar la trastienda de todos esos casos. La ventaja es que había una relación personal con todos los protagonistas. Elegí que estuvieran ya fuera de Homicidios, porque si no, muy probablemente no podrían haber hablado. Lo que cuento de Carmen es tal cual: había perdido siete kilos la primera vez que volvió de Córdoba. Se le caían los pantalones.
Cómo la tienes que conocer para notar eso.
Hacía muchos años que la conocía. Volvía con unas ojeras tremendas. Veía su sufrimiento desde el primer día. Y por eso quería trasladar la parte humana de los investigadores, y de ese modo también hacer una especie de homenaje a toda la gente que me ha ayudado durante tantos años. Me parece importante ese reconocimiento.
¿Son un grupo humano desconocido para la opinión pública?
Lo son, y las series que están tan de moda no logran acercar eso. No logran traspasar esa barrera que, por otra parte, tiene que existir, porque ellos se enfrentan a muchas cosas: una revelación de secretos, un expediente disciplinario… Pero una vez que ya la superas, ese componente personal, a mí me interesaba muchísimo. Algo que se refleja el perderte una fiesta familiar, no estar en el cumpleaños de tu hijo, irte a toda prisa de una comunión, no poder ir a ver a tus padres, saber cuando sales de casa y no cuando vas a volver…
Hay un paralelismo ahí.
Tiene muchos paralelismos con nuestra vida. Era también una forma de reivindicarnos a los periodistas, y en concreto a los periodistas de sucesos.
La Nochevieja en que apareció el cuerpo de Diana Quer, por ejemplo.
Aquel día maldito. No nos matamos en el coche de milagro, nunca había visto llover así en mi vida. Fui llorando por el camino y ese día, yo no sé tú, pero yo me cambié tres veces de ropa, porque es que no había paraguas que parara eso. Y la tristeza. Cómo estábamos todos. Era un funeral. No podías sustraerte a ese ambiente tétrico, dramático, a la pena… Intuíamos que el final iba a ser malo. No dormí nada la noche anterior. Mandé la crónica a las doce y me acosté a las dos de la madrugada sabiendo que podían encontrarla en cualquier momento, pero no sabíamos ni cómo ni cuándo. A él (José Enrique Abuín, alias ‘El Chicle’) le estaban apretando, y a las 6 de la mañana me despiertan. Quería hacer ese paralelismo, no para decir lo bien que lo hacemos, sino para transmitir cómo de similares son a veces nuestras vidas. Y cómo sin ese componente personal no es posible escribir sobre este tipo de sucesos.
¿Cómo gestionas todo esto?
Lo paso mal, me sigue afectando. He conocido a algunos compañeros con más coraza, pero también es verdad que no han durado mucho haciendo a estos temas. Creo que si uno no tiene una empatía muy fuerte, si no te identificas con los casos, no puedes hacerlo bien. Lo que decía de no dormir, todavía me pasa, no solo porque alguien se te adelante, sino por el dolor que está en el ambiente. Sucede sobre todo cuando hay desaparecidos y llevas hablando con la familia un montón de tiempo, y les conoces, y años después les sigues tratando. Hay una carga emocional muy fuerte ahí. Lo cuento en el libro que escribí sobre Asunta, cuando digo que la mochila cada vez se va cargando más de infiernos ajenos. Pero si dejas de involucrarte de verdad yo creo que no estás haciendo bien tu trabajo.
"Jugamos con información delicada"
Eres bastante crítica con el periodismo de sucesos que se hace hoy.
Con el periodismo en general, si me apuras.
¿Qué sobra y qué falta?
Hay gente que lo está haciendo francamente bien. Insisto que hablo desde una perspectiva personal, no me considero pesimista. Se está perdiendo mucho la calle y hay un montón de medios para competir. Cuando yo empecé éramos siempre los mismos, casi otra tribu. Por supuesto, había que ir al sitio sí o sí, pero había mucho más tiempo para dejar reposar los temas. Siempre digo que el periodista de sucesos se levanta con una página en blanco, y que los asesinos tienen la mala costumbre de no avisar cuando va a pasar algo malo. Antes tenías tiempo de cotejar, de contrastar hasta donde pudieras, de recorrer el edificio entero buscando al vecino correcto. Era una forma de trabajar bastante diferente. No es que la gente que lo hace ahora no quiera hacerlo bien, es que hemos entrado en una especie de trituradora de carne, que es la web, donde tienes que alimentar al monstruo cada 10 minutos, y todo cambia cada 10 minutos, y no hay tiempo de confirmar 20 veces las cosas, y no has acabado un tema y tienes que estar con otro. No te puedes pasar diez horas en la calle, cinco horas en una comida con una fuente, porque a lo mejor tienes otras tres historias que hacer.
Con la información de sucesos no hay término medio: o se hacen muy bien o se hacen muy mal.
Es verdad. Jugamos con información absolutamente delicada, con nombres de personas a las que involucramos en crímenes, y que si los machacas y luego no son, les hundes la vida. Eso no hay forma de reponerlo. De ahí la necesidad de que haya un cierto tiempo para el cotejo.
¿Por qué es más difícil acercarse ahora a los agentes? ¿Por qué se han distanciado del periodista?
La información está mucho más mediatizada y más condicionada oficialmente. Antes te podías acercar al policía con mayor facilidad. Ahora casi que tienes que echar una instancia. Se han alejado de nosotros por imposición. ¿Cuánta gente que está empezando ahora tiene la posibilidad de tener la relación que yo he tenido con esta clase de gente? Tu llamabas, pedías y podías estar hablando con ellos durante tres horas. Eso cambió cuando se empezó a controlar la información.
¿Para qué sirve contar un suceso?
Ricardo Domínguez, mi primer jefe en ABC, que ya murió, decía una frase que yo nunca me he olvidado, y es que cualquiera puede pasar por la página de sucesos de un periódico. Es decir, cualquiera puede ser víctima de un secuestro, de un asesinato, de un robo, de un atraco, de una extorsión. Aunque muchos se pongan la máscara de siempre y nos digan: "Oh, qué sórdidos son, qué carroñeros…". Es una atracción natural. Los crímenes tienen un componente azaroso importantísimo. Tu hija puede bajar las escaleras y no llegar al primer piso. Tú duermes tranquilamente en tu casa y se presenta un policía en tu puerta para decirte que han matado a tu hijo.
O que tu vecino sea un asesino.
O un narcotraficante. En fin, yo creo que no es que sean necesarios, es que son la vida misma. Quién no se siente concernido o afectado por eso.
Hay cierta hipocresía ahí en el público.
En cualquier periódico digital, de papel, en la televisión, en la radio, cuando asesinan a un niño, a una mujer, cuando se produce un hecho dramático con esas características, esas noticias siempre están entre lo más leído. A mí no me gusta hablar del dolor, pero si el mal existe habrá que contarlo.
Y cuanto mejores sean las fuentes, más preciso será el relato, y mejor se podrá contar. Con más rigor.
A los agentes que conozco siempre les digo lo mismo: buscad un periodista de confianza. Busca a alguien que sepas que no te va a traicionar y que sea capaz de empatizar con la información, porque efectivamente, si no lo cuenta quienes están en primera línea, lo contará alguien secundario que no tenga ni idea. Cuando hay una relación de amistad o de confianza surge algo recíproco con el periodista. Alguien al que si el policía o el guardia civil le dice: esto no se puede contar, pues él no lo va a contar. Pero para eso tiene que existir esa confianza en una doble dirección. Ahora se ha mediatizado muchísimo. Y si no hay esa relación de confianza mutua…
"Una entrevista a un asesino solo suma dolor"
Qué es lo primero que hace Cruz Morcillo cuando llega al lugar de los hechos.
¿A un crimen, dices? Mirar. Yo miro. Si voy, por ejemplo, a un sitio desconocido, lo primero es intentar llegar con fuentes hechas que me puedan orientar y ayudar para darme cobertura. Y luego ver el sitio. Lo que más me gusta en un suceso es analizar el contexto en el que se ha producido, e intentar hablar con gente de allí.
Hay cierto humor negro en el libro.
En algún momento te habrás reído, imagino. El humor campa a sus anchas cuando se impone la muerte. Es que si no sería insoportable. Yo creo que los de sucesos somos bastante cachondos. La broma escabrosa que los demás no entienden, pero es que si no no puedes soportarlo.
El momento de ir a comer gallinejas tras una autopsia es surrealista.
Eso era tal cual, la prueba de fuego para los novatos.
¿Hay que entrevistar a un asesino?
Hay que dar voz a todo el mundo, pero habría que ir circunstancia por circunstancia. Se suele alegar una razón que no deberíamos perder de vista, y es que no se victimice más a las víctimas. Nosotros tenemos que ser notarios, pero con algo así es muy complicado no acabar hurgando en el dolor de esas personas. Tu imagínate una entrevista en prime time con Ana Julia Quezada. Imagínate esa madre y ese padre. Imagínate una entrevista con El Chicle, lo que sería para Juan Carlos, para Diana, para Valeria… Hay que darle voz a todo el mundo, pero ojo, no puedes darle la misma voz ni tratar de la misma forma a un asesino y a una víctima. No pueden estar al mismo nivel. El asesino te va a contar su versión, te va a contar una mentira. No soy partidaria de cercenar la información, pero no podemos perder de vista a las víctimas.
Hace treinta años Jesús Quintero entrevistaba en la cárcel a Rafa Escobedo, el asesino de los marqueses de Urquijo. ¿Había más libertad o menos conciencia?
Poquísima gente logra entrevistar a un preso en la cárcel. El periodista ha de tener el máximo acceso a toda la información. Luego ya con tus herramientas, tu experiencia y tus conocimientos lo sometes todo a una criba.
¿Pero incluso escuchar la versión del asesino?
Yo creo que sí, lo que pasa que hay que cribarlo. Quiero decir, no puedes sentar ahí a un asesino y dejarle que diga lo que le dé la gana. No puedes convertirte en su altavoz. Insisto, más importante que todo eso es no hacer más daño a las víctimas. La vida de esas personas queda arrasada de tal manera que no puedes hurgar más en ese dolor. No hay periodismo que justifique hacer daño a esas personas. Otra cuestión es que tengan alguna patología, que haya una sentencia controvertida, pero si está muy claro no lo le haría la entrevista. ¿Tenemos muy claro que Ana Julia Quezada mató a Gabriel? Sí: yo no la entrevistaría. Si tuviera la opción, y hay víctimas vivas, herederos directos que se pueden sentir concernidos, como mucho primero les pediría permiso. Pero si hay una autoría clara yo particularmente no la haría. Solo suma dolor. Solo sirve para que se luzca el periodista.