Cecilia, una mujer contra las élites: resucita 45 años después de su muerte para arreglar la crisis catalana
La artista catalana Lídia Pujol presenta 'Conversando con Cecilia', un álbum donde estudia y reivindica las letras de una poeta de la canción que se fue demasiado pronto.
31 julio, 2021 00:55Noticias relacionadas
“Mis canciones no son para hoy, son para mañana”, decía Cecilia: y mañana resultó que era hoy, que se cumplen 45 años de la muerte prematura de una joya de la canción de autor que fue ella, una compositora de versos punzantes, políticos y feministas que equivalían a bofetadas sin mano, a poemitas de ira clandestina. Eva Sobredo fue una disidente pacífica desde niña, desde que a pesar de venir de una familia católica y del establishment -eso sí, liberal y culta, con espíritu internacionalista y bajo las influencias musicales de Dylan, Joan Báez y Simon and Garfunkel- les espetara un día a las monjas de su colegio: “¿Podéis cambiar de cuento alguna vez? Nos contáis siempre el mismo”.
Siempre sospechó del relato único aquel viejo país franquista: desde las bases de su educación, de su cultura, de su propia casa. La suya era la mirada del descontento, cerca siempre de la intuición trágica de España -leyendo con ahínco a Machado y a Valle Inclán-, pero bebiendo también de la copla y sus historias -fan de Quintero, León y Quiroga-, que le entusiasmaban y que la ayudaban a entender el país al que regresó a los veinte años, después de una adolescencia errante entre Inglaterra y Jordania -por los destinos laborales de su padre-.
Cecilia se enfrentó a la hipocresía de la burguesía y a la Iglesia, a Franco y al machismo imperante, como cuando en el 73 publicó Me quedaré soltera, que no era -en ningún caso- un lamento, sino una crítica mordaz, un retrato satírico del destino terrible que solía acechar a la hembra española: ¡no casarse! "Todas las mujeres entendemos bien de qué va... mi madre está empeñada en casarme y he escrito una canción que se llama Me quedará soltera, porque voy a quedarme soltera", enunciaba antes de entonarla.
En ese temazo trató esa compasión repugnante con la que todos se dirigían a la llamada “solterona”; ese sentir que ya no valía, que no era más que un desecho patriarcal -la niña a la que “nadie quiso”, la niña que “no fue elegida”-. Esa idea de que no hay nada más que el cuerpo, nada más, nada más, y que cuando éste se encorva… ¿qué es una mujer, qué puede dar ya? ¿Qué tiene para entregar al marido si no es su sensualidad, su belleza, su juventud y sus caderas fértiles?
Cecilia, anarquista
Ahora, la artista catalana Lídia Pujol adapta ésta y otras canciones en Conversando con Cecilia, despojando sus composiciones de los arreglos de la época y poniendo el foco en las letras, vivísimas: “Dicen que es mejor ser monja que estar así, como lo estoy yo, con mi perro viejo, con mi loro que llora, con mi gato tuerto; soy como un verso suelto sin rima, sin par”, recita Pujol al teléfono con este periódico. “Cecilia sabía que la soledad, cuando es elegida, es una riqueza absoluta y permite colocar las cosas en una balanza, como ella hizo”.
Reseña también la hermosísima canción Dama, dama: “Está inspirada en Doña Estefaldina, de Valle Inclán, al que ella adoraba: de hecho, dejó pendiente un trabajo sobre su obra. Aquí habla de una mujer que hace lo que le viene en gana, pero bajo un contexto hipócrita. Bajo el quedabién. Cuenta que esta mujer escribe y piensa, pero es un escribir y un pensar superficial. Sus conversaciones son frívolas, siempre en los palcos del Real y en los tés de caridad. ¿Por qué hacía ella lo que le venía en gana? Porque tenía dinero, porque era una mujer rica, no porque fuera una liberal. Quien manda es el dinero, quien tiene el dinero tiene el poder, las llaves y las armas”, desmenuza.
Recuerda que Cecilia era “una mujer de principios”. En Si no fuera porque dice ‘si no fuera porque me querrán confesar (…) si no fuera porque he pecado y no pienso volverme atrás, me mataría mañana sin pensarlo más. Cecilia es Jesús en el huerto de los olivos, preguntándose si puede decir lo que piensa, si puede decir quién es sin que la crucifiquen”, esboza. “Ella leía a Teresa de Jesús, leía a los místicos y leía la Biblia, pero iba siempre más allá y no le interesaban las jerarquías de ningún tipo, tampoco las eclesiásticas. Era una mujer libre y su visión de la libertad era anarquista. Usó sus privilegios de nacimiento para hablar de los más desfavorecidos, no para engrosarlos y repetirlos”.
Al rescate de Cataluña
El romance de Lídia con Cecilia comenzó, curiosamente, el 3 de octubre de 2017, cuando atendía a las palabras del rey después de los hechos del 1 de octubre en Cataluña, paciente desde su casa de las montañas, acompañada de sus perros: “Fue un poco shock para mí, porque de alguna manera esperaba que fuese más allá de los bandos, y en la recámara de mi conciencia apareció una canción que había escuchado de pequeña, Mi querida España”, recuerda. “Casi la entoné a modo de plegaria, porque Cecilia siempre fue más allá de los Estados, de los nacionalismos. Ella, como yo, era de donde la amaban y yo me siento muy amada en todas partes”, comenta Lídia.
“Cecilia tenía claro que una no es ni de una misma cuando no se quiere. Recuerda cuando decía ‘de tu santa siesta ahora te despiertan versos de poetas, ¿dónde están tus ojos, dónde están tus manos, dónde tu cabeza?’. Lo que nos está diciendo es ‘hazte cargo de ti mismo, ese es el punto de partida de cualquier soberanía o cualquier autodeterminación’. Tú eres el país más grande y el más pequeño”, interpreta.
Señala que Cecilia nunca fue dogmática porque entendía de las contradicciones de la vida: las del mundo y las suyas propias. “Ya lo decía Teresa de Jesús: ‘Para gobernar almas, hijas mías, hace falta ser a un tiempo indulgente y severa, liberal y conservadora, paciente e impaciente, simple y astuta. Ay, tantos contrarios… Si faltara uno solo, todo serían desórdenes. Claro que… todo es más fácil cuando hay amor”. Ni Cecilia ni Lídia son mujeres de “defender ninguna portería”.
Contra las élites
Apunta Pujol que el trabajo artístico de Cecilia era “contra las élites”: “A estas alturas creo que los únicos bandos que hay, en verdad, son el de los ricos y el de los pobres”. Los niños de hoy conocen a Evangelina a golpe de karaoke. Antes de la pandemia, no había sábado en el Tony 2 en el que no resucitase Cecilia al lado del piano hablando del amor que el macho alfa no sabe demostrar. Un ramito de violetas (1975) es el himno del hombre triste que escribe versos en secreto a su esposa haciéndose pasar por un admirador: total, ella es feliz, así, “de cualquier modo”. Era complicado entonces quitarse el disfraz de salvador de la familia, de héroe tosco y pragmático que trae el dinero a casa y no se para en minucias sentimentales, y cogerla de la mano para declararse bajito.
Imagínense ustedes: cuarenta años de dictadura, Franco agonizando en la cama y un país que reconstruir. Malos tiempos para detenerse en esa mamarrachada del amor. Pero ahí estaba la cantautora sociológica, lúcida y audaz cuando se la necesitó para ponerle palabras y melodía al drama doméstico de la Transición. Luego hay quien reinterpreta los cánticos viejos como quiere, ya que el ramito de violetas fue usado -llamativamente- en la campaña de la consulta catalana de 2014.
Artista censurada
Su Un millón de muertos la convirtió la censura franquista en Un millón de sueños. Por ella tuvo que rendir cuentas ante el Tribunal de Orden Público el 28 de noviembre de 1973. La canción -que ha sido repetida hasta la saciedad con mensaje dedicado a las víctimas de la guerra civil española- fue considerada “no apta” para emitirse en la radio. Cecilia siempre mantuvo que la letra iba dedicada a los caídos en la Guerra de los seis días, de la que había sido testigo directo cuando vivía en Jordania.
Teresa, su hermana, explicó en su día a este periódico que “ella se tomaba a risa todo eso… decía que un millón de sueños es lo mismo que un millón de muertos, porque los asesinos acababan con todo, hasta con los deseos”. Le gustaba jugar para dejar que se intuyera el sentido. “Ella no se obsesionaba: ‘le doy un giro y pasa la censura’, contaba, ‘se trata de que la gente piense’”. El país que empezaba a asomar la cabeza cuando se enterró la del caudillo se agarró, en recíproca hermandad, a su verso honesto, a sus himnos hermosos y eternos. Pero ella no pudo quedarse para verlo crecer. Se fue muy pronto, Cecilia. Se quedó dormida aquella madrugada de 1976 en la carretera.