Dicen que la historia reciente de la danza española no se entiende sin Antonio Ruiz Soler, aquel magnífico bailarín y coreógrafo que dirigió el Ballet Nacional de España (BNE) y llevó su arte hasta el mismísimo Hollywood. En el centenario de su nacimiento, el BNE ha decidido homenajearlo con un programa finamente estructurado, donde brillan piezas claves de su trayectoria.
Es jueves de una semana fragmentada y el Teatro Real estrena temporada de aforo completo -recordemos la pandemia- con Sonatas, Fantasía galaica, Zapateado, Leyenda, Asturias y Vito de Gracia en una misma velada a la par de deliciosa y cálida. No es tarea fácil conjugar, con maestría y precisión, estilos tan distintos como la escuela bolera, el flamenco puro y el folclore estilizado.
Tampoco es plato de sencilla elaboración enlazar el virtuosismo individual con la sincronización de un cuerpo de baile formado por rutilantes estrellas. Una vez más esta compañía, bajo la égida de Rubén Olmo, logra poner en pie a todo un teatro en la noche del estreno. Merecida ovación que premia un trabajo exquisito que incluye el vestuario atinado y elegante, un diseño de luces minucioso y, lo esencial, unos bailarines que explotan en cada frase coreográfica, colmando de arte cada rincón del excelso coliseo madrileño.
Con una primera parte, algo extensa pero nunca aburrida, que se me antoja definir como “Todo el sur para ti”, el BNE nos lleva de viaje onírico por la geografía de la música y la danza que inundan las tierras del sur. En algo más de hora y media, se destilan y degustan, en una única bandeja, el clasicismo y los palos flamencos. Pero hay más: tras el descanso, otras latitudes se unen al festín para culminar, con elegancia, una función memorable. A mi lado, una señora me comenta “…yo vi a Antonio bailar todo esto” y mi cara, oculta por la mascarilla, expresaba una mezcla de alegría y envidia.