Delante de Pérgamo hacían cola el lunes por la mañana clientes, vecinos y curiosos que se habían acercado a ver de cerca las estanterías casi vacías de la librería más antigua de Madrid. Como si ellos también se despidiesen, los libros descansaban los unos sobre los otros, como abatidos y desamparados, cada vez más solos a medida que avanzaba la liquidación que las hermanas Serrano anunciaron este fin de semana a través de Facebook.
Tras 76 años de servicio, Pérgamo vive ahora sus últimos días. Lourdes Serrano ha sido la encargada de continuar el legado familiar, recibiendo la ayuda de su hermana Ana, herederas ambas de la casa que abrió su padre en 1946. Más de siete décadas de historia en torno al negocio familiar iniciado por el patriarca, Raúl Serrano Guillén. Un aragonés que, tras fundar las Juventudes Republicanas de Aragón y obtener una cátedra de Lengua y Literatura por la antigua Universidad Central de Madrid, vio como la posguerra cercenaba sus esperanzas entre la Academia franquista. "Era de esa gente que se tendría que haber marchado, pero no lo hizo, decía que mejor pasar hambre donde tienes a tu familia", explica su hija Ana desde la misma trastienda donde aprendió a leer.
Las catorce dioptrías en cada cojo le mantuvieron alejado del frente durante la Guerra Civil, terminando Derecho a los 17 años y defendiendo, como abogado, a las monjas encarceladas del Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil de Valdemoro durante la contineda. "Le dijeron que, si firmaba los Principios del Movimiento, al no haber tenido delitos de sangre, le devolverían la cátedra", pero no lo hizo y abrió una librería. Hasta su muerte defendió la tricolor del mismo republicanismo que no pudo votar por no tener la edad suficiente en 1931, llevando pasteles a casa cada 14 de abril y recibiendo constantemente las visitas de la policía franquista.
La familia Serrano vivió en la calle María de Molina durante años, cuando al término de la misma con la Castellana no existía nada más del Madrid sobre el que ahora se cierne el fantasma de la gentrificación. Solo una colina se levantaba al final de bulevar que era su calle; "un montecito" en palabras de quien aprendió a leer y contar en las mismas escaleras que separaban el despacho de su padre del almacén. Con un movimiento, Ana extrae una pequeña plancha de uno de los compartimentos del escritorio que ahora preside los estantes medio vacíos: "Aquí me ponía mi padre a contar pesetas".
"En aquellos tiempos, esto era el extrarradio. Ahora ha cambiado muchísimo, con los precios que han puesto todo son oficinas. La gente normal no se puede permitir vivir aquí". Con la librería, se daba de comer a cuatro familias, despachando los quehaceres diarios entre el trabajo de la papelería, donde también se aprovisionaban de libros de textos los estudiantes del Ramiro de Maeztu, muy cerca de Pérgamo. Allí obtuvo la cátedra de Filosofía, Manuel Mindán Manero, amigo de la infancia de su propietario. "Llamaba todos los días para saber si se habían vendido libros suyos e ir a recoger el dinero".
Algunos de esos niños, hoy ya ancianos, se acercaban a charlar con las hermanas Serrano. "Esta es una librería con mucha historia, hay gente que entra llorando", explica la hija del fundador mientras muestra los nombres de los clientes que han pasado a despedirse en las últimas jornadas, apuntados todos en una libreta que descansa sobre el escritorio del patriarca.
"Ayer vino un señor al que mi padre le regaló un juego de críquet de madera cuando terminó el bachillerato, todavía se acordaba", explica como una sonrisa. Entre recuerdos de quien además de librero, fue un hombre entregado a la lengua, recomendando con soltura clásicos e impartiendo clases de gramática a los niños del barrio. Unos días antes, otra persona confesaba a su dueña que le habían recomendado ir a Pérgamo, porque "allí se habla y se escucha".
Mientras Ana echa la vista atrás, Albert Camus observa con gravedad desde un marco, fumando gitanes dentro de su enorme gabardina. Los Serrano sentían devoción por el escritor existencialista, hasta tres ediciones distintas de La Peste se pueden contar entre los restos del naufragio en que se ha convertido la liquidación de la tienda. Un libro extrañamente actualizado por el sino de los tiempos.
Mientras tanto, ordenadamente los clientes siguen entrando y saliendo. "Yo llevo viviendo aquí más de veinte años, a Pérgamo volvías por Lourdes, porque es una persona muy especial", explica Carlos, otro de los parroquianos que se ha acercado a darle el último adiós a un lugar en el que "saben lo que hacen".
Mientras tanto, su hermana, Lourdes atiende a los clientes que llegan como si todavía quedasen otros setenta años para el cierre. Recomienda un libro de cuentos para la nieta de una clienta: "Llévatelo, y si no le gusta me lo devuelves otro día". Otro se acerca hasta la mesa que ocupa el centro de la tienda para preguntar por El hombre sin atributos de Robert Musil, "no lo tengo ahora mismo, pero compre la edición de Seix Barral", responde desde el otro lado. "Hay que leer Macbeth", insta a un grupo de jóvenes que rebusca entre las novelas.