Ida Vitale es un nombre de aptitudes capicúas con quien lo lleva, un apellido que resuena como un compromiso con la vida que sigue intacto a sus casi 98 años. Mientras caía uno de esos "atardeceres sin escapatorias" —como el que invocan algunos de sus últimos poemas—, los muros de la Residencia de Estudiantes de Madrid acogían la presentación del último libro de la escritora, Tiempo sin claves (Tusquets).
Este último trabajo, plagado de animales y símbolos de viajes y vidas pasadas, es el resultado de un trabajo incansable. Un siglo de vida condensado en poemas construidos desde la humildad de quien se excusa porque "a veces lanzamos palabras que no nos gustan al poema". En el libro le dedica también versos en ocho partes a Enrique Fierro, su segundo marido, fallecido en 2016.
Un poemario fascinante y que pone de manifiesto la constancia y la calidad de la uruguaya. Casi siete décadas han pasado desde la publicación de La luz de esta memoria en 1949. De su primer libro leyó algunos versos, señalando que la memoria del título no era todavía larga —como lo es hoy—, sino voluntaria. Ante la antología de su obra, editada en 2017 por la editorial Tusquets bajo el nombre de Poesía Reunida, deslizaba el dedo por las páginas disculpándose ante el público por no saber cuál es coger. "Se corre el riesgo de demostrar que la línea de la poesía no ha sido vertical, sino inclinada", bromeaba Vitale.
Los encargados de su presentación fueron el poeta Carlos Catena y la escritora e investigadora Arantxa Romero. Catena señaló la "sombra" de la uruguaya y su compromiso con la poesía más joven. Una nueva generación que sigue mirando hacia la anterior para encontrar las claves en esa alquimia inclasificable que Catena definía como 'poesía por condensación'. Una cualidad que habita en la elección de las palabras, de las más cotidianas a las más ocultas. Haciendo surgir, por aproximación, significados completamente nuevos. "Ida es capaz de unir las palabras más improbables para enseñarnos todas las opciones que pueden acontecer en el poema", explicaba Catena.
No es de extrañar que la obra de la Premio Cervantes 2019 siga siendo estudiada y reeditada. Un camino de vuelta que Vitale mira todavía con la humildad que solo cumplir un siglo puede dar, señalando la "responsabilidad limitada sobre lo que escribimos", añadiendo entre risas que "solo podemos ser responsables una semana, después ya es tarde, sobre todo si se ha editado".
Una cautela con la que pretende "no asustar al lector, empezando siempre por lo último que se ha escrito". Excusándose, en sus propias palabras, por los errores que ella misma podría haber cometido al escribirlos. Cuando le preguntaron sobre el futuro de la poesía, la escritora respondió que "lo más importante es que la gente no se aburra".
Mientras Madrid se iba sumiendo cada vez más en la penumbra, la voz de Vitale guiaba hacia nuevos poemas, arribando en uno de los publicados en este último trabajo, Precipicio y aire. Así se despedía recitando a la ciudad en la que "ninguno labra por San Isidro Labrador", como rezan sus dos primeros versos. Una vez terminado, añadía: "Leo uno más para no dejar a Madrid sola". Con esa misma vitalidad capicúa con la que sigue firmando sus poemas.