Afuera caen chuzos de punta, dentro se rodea con los suyos. Mariano Rajoy ha vuelto a pisar la cima de la cultura española, el Museo del Prado, por segunda vez en cuatro años. El presidente en funciones se refugia y ocupa su “agenda libre” con unos galardones que premian la aportación, cultural, científica y educativa. El destino le reservaba un giro irónico y le ofrecía la cima de la cultura española como único lugar de protección.
Allí leyó en su discurso que “la cultura hace más vivible la vida de la gente”. Tal cual. Que “la cultura sacia la curiosidad, une y emociona sin tener en cuenta las fronteras”. También dijo que “la cultura es pensamiento, reflexión y creatividad”. Y ya haciendo cumbre: “Y al ensanchar el caudal de nuestro conocimiento contribuye a una sociedad más libre, más crítica y con menos prejuicios”.
Hierático, petrificado, marmóreo, congelado, rígido, paralizado... Felipe II asoma a su espalda mientras él habla y habla de las virtudes culturales, de los objetivos de la política cultural, de la creación de una conciencia social para proteger a nuestros creadores, de “superar muros artificiales que dividen y excluyen a los españoles de nuestra tarea común como país”. Esos muros que él sigue viendo como artificiales son los mismos que le han encerrado en este claustro de los Jerónimos, rehabilitado y decorado con los bustos de la familia de Carlos V, realizados por los Leoni -padre e hijo- hace quinientos años.
La otra vez que el presidente Mariano Rajoy pisó en Museo del Prado y habló de los objetivos culturales fue en 2013. Aquel día avisó a los mecenas que no recibirían nada a cambio de su implicación en el desarrollo de la cultura y las industrias culturales de nuestro país. El debate de la reforma de la Ley de Mecenazgo hervía, el tradicional modelo de subvenciones había sido enterrado y fue el propio presidente el que avanzó que la financiación de la cultura no era un asunto prioritario (para el Ministerio de Hacienda).
Nos falta cultura
Ayer, Mariano Rajoy resaltó los efectos “benéficos” de la cultura al “acercarnos los unos a los otros”, porque gracias a la cultura superamos “nuestras diferencias y creamos espacios de convivencia en armonía”. Tiene razón, lo que ha faltado en esta legislatura ha sido cultura. A kilos. Y regresó al pasado y tiró de Transición para explicar el modelo de diálogo al que aspirar y subrayó el papel de nuestros escritores, artistas y profesores, porque ellos proclamaron “que nunca hubiera unión y desigualdad entre españoles, que ningún español impusiera unilateralmente su visión sobre otro y que ningún español se viera excluido de ese gran proyecto que es España”.
“La felicidad de España sólo será posible con el diálogo y la inclusión”, remató su oda al diálogo, tras cuatro años de mayoría absoluta y de absoluta desconexión con el resto de grupos políticos en el Congreso y con la población en la calle. Las esculturas miraban mientras el presidente en funciones menospreciaba las consecuencias de la crisis financiera sobre los españoles: “Hoy, cuando nuestros problemas afortunadamente no tienen el dramatismo de los problemas de entonces, el espíritu de diálogo de nuestros mejores años debe ser el principio rector de nuestra democracia”. Estos ocho años no han sido tan malos como creemos. No tenemos derecho a lamentarnos.
La cultura es un engorro, un escollo. Es normal que haya quien la evite constantemente, porque cuando uno se acerca a ella corre el riesgo de quedar atrapado en sus metáforas
Al entrar en el museo Mariano se detiene y declara a los periodistas que tiene todas las fuerzas para presentar al rey su candidatura. No va a criticar a nadie, avisa, pero “hay que dar la talla y alguno no la está dando”. La talla de mármol. “Todo el mundo tiene ideas y dice cosas. Pero yo llevo diciendo las mismas cosas desde el día después de las Elecciones”, explica antes de entrar y recibir los aplausos, antes de entregar medallas, andes de hablar y formar parte de la decoración
La cultura es un engorro, un escollo. Es normal que haya quien la evite constantemente, porque cuando uno se acerca a ella corre el riesgo de quedar atrapado en sus metáforas. Podría identificarse con ese personaje que pasa por las páginas del libro, entre sufrimientos, alegrías y enmiendas al silencio de la conciencia. Nadie escapa a la fuerza del reflejo del arte, ni siquiera un presidente en funciones. Ni siquiera un presidente en funciones escapa al poder de mímesis con un grupo de esculturas decorativas, mudas desde hace cinco siglos, sin saber que algún día serían fiel representación de un presidente en funciones.
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