35 años de Arco: una foto del arte español
Hace tres décadas, tres artistas canarios visitaron Nueva York y se estrenaron en Arco. ¿Qué fue de ellos? ¿Y de España?
22 febrero, 2016 01:23Noticias relacionadas
Hace 30 años Arco era una fiesta y España también. A la inauguración de la cuarta edición de la feria de arte contemporáneo asisten el vicepresidente Alfonso Guerra; el alcalde de Madrid, Juan Barranco; y el ministro de Cultura, Javier Solana. El ministro dice, en el Congreso de los Diputados, ese mismo año -apunten, 1986-, que se atreve a hablar del “Estado cultural como aspiración, y, en parte, como realidad iniciada”. Recuerda a los parlamentarios que “no tienen más que salir de casa para comprender que la cultura ya es una práctica envolvente, totalizadora, en la que se invierte mucho tiempo y mucho dinero”. Solana va más allá y añade que “es posible sustituir el hombre económico por el hombre cultural y es posible que la aspiración al Estado de bienestar sea superada por el Estado cultural”.
La democracia estaba hasta arriba de confeti y había que soltarlo. Nada mejor que la cultura para cambiar los grises del país y el enfrentamiento ideológico. Había presupuesto, había ganas, había una democracia que decorar y había que enseñarla ahí afuera. El “Estado cultural” es el “Estado apolítico” y enciende el rodillo de las infraestructuras. No hay esquina que no proyecte un museo o centro cultural. “La cultura tiene una trascendencia estratégica e ideológica de primer orden y abre posibilidades de empleo”, añade Solana en aquella alocución histórica. Quedaba inaugurada la edad de oro entre la cultura y el Gobierno: amigos para (casi) siempre.
El “Estado cultural” es el “Estado apolítico” y enciende el rodillo de las infraestructuras. No hay esquina que no proyecte un museo o centro cultural
La fiesta es a todo color, la foto en blanco y negro. Al fondo, inalcanzable, el Empire State Building, como los sueños de los tres jóvenes que se retratan a los pies del templo de las ilusiones conquistadas, en el país de la libertad, donde los hombres se hacen a sí mismos, ya saben. Los tres risueños artistas acaban de aterrizar en Nueva York, han salido de las Islas Canarias con sus pinturas para montar una exposición cuyo título recoge la inercia atropellada de la España que quiere modernizarse sea como sea: Utopía.
El primer gobierno socialista aumenta un 68% la inversión en infraestructuras culturales, entre 1983 y 1986, y pone en marcha la primera gran campaña para atraer turismo, de éxito rotundo: “Todo nuevo bajo el sol”. Lo nuevo es la cultura.
De izquierda a derecha en nuestra foto aparecen Carlos Matallana (Las Palmas, 1956), José Luis Pérez Navarro (Tenerife, 1961) y Adrián Alemán (Tenerife, 1963). Son los representantes de la nueva pintura canaria y parte de la nueva plástica española. Colores subidos de tono en los paisajes y la naturaleza que mancha los lienzos. El entorno exótico estalla con la potencia del grito libertario: ¡abajo las cadenas, arriba el arte!
Basquiat, un poco yonqui
José Luis y Adrián no habían salido nunca de la isla. Eran dos veinteañeros en el Nueva York empapelado con el pop de Warhol y Keith Haring, y del graffiti en las galerías. Creían que la exposición de sus pinturas sería en una galería, pero terminan colgados de la Universidad de Columbia. “Por allí no pasó nadie”, recuerda José Luis. No debió importarles mucho, estaban en el centro del mundo, habían huido del pasado por unas horas y conocerían el futuro. Se llamaba Jean-Michel Basquiat. El crítico de arte Octavio Zaya les presentó al genio atormentado del East Village, el pintor vagabundo que tenía su edad y trabajaba con Warhol. La memoria tiende a dilatarlo, pero fue un encuentro fugaz.
“Lo vi un poco yonqui y hablaba algo de español. Sabía dónde estaba Canarias”, recuerda Pérez Navarro. Tenía 24 años. Ahora, 54. Vive en Tenerife. Trabaja programando las actividades culturales para el gobierno autonómico. En su tiempo libre sigue pintando. Sus paisajes se han vuelto monumentales, el color ha adquirido categoría de símbolo y la isla sigue proporcionándole la materia prima (como tuneras o chumberas).
La primera vez que fue a Arco -al año de conocer a Haring, Warhol y Basquiat, el Metropolitan, el MoMA y las grandes galerías- llevó graffitis a la feria. Matallana y Alemán también se estrenan. El historiador y crítico Francisco Calvo Serraller se fijó en los tres amigos, a quienes citó como un “acierto” en una de sus famosas retahílas sobre las sorpresas artísticas de Arco. Viento en popa.
“Estudiábamos Bellas Artes y pintábamos muchísimo. Era muy idealista”, recuerda José Luis. Vino a vivir a Madrid la Movida antes de volverse a Nueva York becado por el Gobierno canario. “Puse a amigas desnudas en un escaparate con una ola. Era una época muy loca y divertida. Acabábamos de marcha en el Volteretas, en la Plaza de los Cubos”, recuerda.
Alimentarse del trabajo
Hasta que llegó el hambre. “Luego, dejamos de ser idealistas y nos hicimos más irónicos. Ocurre cuando estás pintando en el taller y ves que no tienes para comer. Entonces llega la realidad y debes ponerte a trabajar”. Sucedió seis años después de aquel viaje a la cuna del arte contemporáneo. Fue el mismo año en que Adrián Alemán se echó a llorar en Arco. “Tardamos poco en darnos cuenta de que aquello no tenía ningún sentido”. Arco había dejado de interesarles. El sueño de la modernidad se había acabado cuando más popular era.
“La foto de Nueva York fue atípica en nuestra carrera. Algo marginal”. En palabras de Adrián, una alucinación. Un espejismo del tamaño del proyecto cultural español: inflado en presupuestos, raquítico en propósitos. “La historia del fenómeno joven en estos últimos cinco años es la historia de una especulación sin base, a la que se han apuntado irresponsablemente ciertos poderes públicos, galerías y hasta algunas firmas comerciales. No se ha querido pensar en una educación artística seria y renovada que hubiera tenido efectos benéficos”, escribió Gloria Collado, en 1988.
En ese momento, mientras Barcelona celebrara unos Juegos Olímpicos y Sevilla el quinto centenario del descubrimiento de América, Bilbao ultimaba las negociaciones para crear un modelo que envidiaron todas las capitales de provincia. El Guggenheim de Frank Gehry es una maquinaria turística capaz de poner en el mapa una ciudad deprimida y supone -paradójicamente- el tiro de gracia al “Estado cultural” ideado por el PSOE. La llegada del PP al poder en 1996 acelera la construcción de grandes museos y centros de arte contemporáneo, en una carrera sin control ni finalidad.
Las políticas en estas tres décadas han estado más basadas en los contenedores, que en los contenidos
“Pensábamos que se estaba construyendo un tejido cultural que necesitaba tiempo y que, finalmente, no ha sido así”, dice Adrián Alemán, que vive de dar clases como profesor de Bellas Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Laguna. “Las políticas en estas tres décadas han estado más basadas en los contenedores, que en los contenidos. Se han construido como hitos de la marca turística de la ciudad, no para propiciar el debate social. El tejido cultural se ha quedado en el aire, no hay nada más allá del mercado”, añade.
La burbuja de Arco
Arco no fue una excepción a la decepción. La feria, que estaba llamada a ser un núcleo irradiador de ese “Estado cultural”, abre en 1986 con una crisis de conflicto de intereses en la dirección. Una parte notable de las galerías invitadas se rebelan contra Juana de Aizpuru, porque ven “totalmente improcedente que la dirección de Arco sea ejercida por la directora de una galería de arte”. Su cargo es incompatible con su empresa, acusan a Aizpuru de repartir el pastel de los espacios a su antojo y su galería siempre ocupa un lugar amplio, céntrico y estratégico. Su dimisión dará paso a Rosina Gómez Baeza, que quiere una feria plenamente comercial. El cartel promocional de Arco 1988 es elocuente: “España: el país del mundo donde más se ha revalorizado el metro cuadrado”.
Ese mismo año abre el Centre d'Art Santa Mònica en Barcelona (CASM), antesala del MACBA, en 1989 el Institut Valencià d'Art Modern (IVAM) y el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) en las Palmas de Gran Canaria. Antes abrieron el Museo Reina Sofía y el centro Arteleku. Podríamos dividir en tres etapas el arte en democracia: la ausencia del museo, la creación del museo y la frustración del museo.
Mientras el sector artístico crecía, el artista seguía olvidado. Sólo en las últimas elecciones generales los partidos políticos incluyeron la elaboración del estatuto del artista. Más de treinta años en los márgenes. Sólo unos pocos, del boom de aquellos maravillosos ochenta, han vivido del arte. Por hacernos una idea, los artistas más cotizados en 1995 eran Antoni Tàpies, Antonio López, Benjamín Palencia, Eduardo Naranjo, Miquel Barceló y Manolo Millares.
Los tres protagonistas reconocen en la foto el entusiasmo que han mantenido hasta hoy
“Los imaginarios construidos alrededor de los “grandes valores jóvenes” de la plástica española durante los años ochenta tampoco lograron asentar en los libros de cuentas los resultados deseados, a excepción de algún artista puntual”, escriben Jorge Luis Marzo y Patricia Mayayo, en Arte en España (1935-2015).
Los tres protagonistas reconocen en la foto el entusiasmo que han mantenido hasta hoy. Puede que la imagen fuera un espejismo, y Nueva York un decorado. Puede que el arte sea menos sagrado de lo que se presenta en las ferias y el mercado. Es posible que no sea nada más y nada menos que una necesidad de comunicación sin condiciones, sin intermediarios. Un hobby. A los veinte años les parecía que España estaba por construir, a los cincuenta tratan de sobrevivir a ella.
José Luis, hijo de militar franquista, echa en falta el movimiento de ruptura que vivió en su juventud. Dice que hemos perdido temperamento, que el arte se ha vuelto bonito y decorativo, sin ironía ni impacto. “Arco nos dejó de asustar. Se aburguesó. Me aburre ver siempre lo mismo”.
Explica que ha vivido la juventud cuando le ha tocado, que ha pintado de forma juvenil cuando ha pintado y que siempre ha hecho lo mismo (aunque de formas distintas). Paisajes. “Ha sido una vida satisfactoria. No he podido dejar de pintar nunca”. Ni siquiera en los malos momentos, como cuando se enteró del precio al que su galerista vendía los cuadros que éste le había comprado a él por cuatro perras.
Todos los artistas de nuestra generación tuvimos que trabajar en otra cosa que no era arte
“Tengo sesenta años y sigo pintando ocho horas diarias. Me duele la desconexión con el resto de España y Europa. Estamos aislados”, dice Carlos Matallana. ¿Sigue vendiendo obra? “Hombre, vendiendo es un decir. Ahora vender es una casualidad... algún amigo. En 2011 fue mi última exposición grande. Ahora haré una con cuadros muy grandes de cuatro metros”, es su respuesta a la crisis. Dice que tiene trabajo y que se lo puede permitir.
En aquella foto con el rascacielos al fondo, los tres aspiraban al arte como medio de subsistencia. Pero todos llegan a fin de mes gracias a otras actividades. Aquello del trabajo os hará libres (e independientes). “Todos los artistas de nuestra generación tuvimos que trabajar en otra cosa que no era arte. A las nuevas generaciones les pasa lo mismo: si te dedicas al arte no tienes ni para un café con leche”.
Las revoluciones se olvidan cuando no llega para café. Las galerías de los ochenta tenían stock de artistas y el metro cuadrado de arte estaba demasiado barato. Pronto enterraron a Paloma Chamorro y su Edad de oro televisada. “En esa foto creíamos que viviríamos de nuestro arte. Era una atmósfera tergiversada por el momento cultural que vivíamos. No éramos conscientes de que nuestras expectativas no eran demasiado precisas”, asegura Adrián Alemán.
La deriva de la ruptura de los ochenta se convirtió en un parque temático en los noventa
El artista y profesor lamenta que los políticos no hayan permitido a la cultura ser el verdadero parlamento. En estos años, después de la ilusión de un nuevo país, “han convertido la cultura en un departamento de ocio, la han infantilizado y despolitizado”. En estos momentos está en manos de un consumo de consenso. “La deriva de la ruptura de los ochenta se convirtió en un parque temático en los noventa”, dice. Todo aquel entusiasmo se ha evaporado. Aunque no ha desembocado en la desilusión, sino en un espacio de mayor conciencia. La foto del arte español en los ochenta era un espejo deformante de la realidad que afloraría sin artificios en nuestros días.