El día que Leonardo abrió los ojos
Así se puso el arte al servicio de la ciencia. Un libro recopila la historia del dibujo aplicado a la divulgación desde el Renacimiento.
1 agosto, 2016 23:48Noticias relacionadas
Para dibujar se necesita mucho estómago. Con abrir un cadáver no es suficiente, hay que insistir sobre varios cuerpos hasta alcanzar el conocimiento completo del cuerpo humano. “Y si tú demuestras amor por tal práctica, quizá te impedirá llevarla a cabo el estómago, y si esto no sucede, te invadirá tal vez el miedo a convivir durante la noche con estos muertos descuartizados y espantosos a la vista”, recomienda Leonardo da Vinci. Todo el que quiera seguir sus pasos como ilustrador de botánica, geología, hidrología, movimiento, maquinaria, armamento, zoología y, claro está, anatomía, tendrá que ser minucioso y honesto con lo que ve. Y prepararse para las pesadillas.
“El dibujante científico, lejos de esperar la llegada de una musa inspiradora, debe emplearse con gran sacrificio en la tarea de apresar la realidad para la ciencia”, explica Manuel Barbero Richart en el volumen Dibujo científico. Arte y naturaleza, ilustración científica, infografía, esquemática (publicado por Cátedra). Como recuerda Inmaculada López Vílchez, en otro de los artículos del libro, la anatomía, junto con la perspectiva y la geometría, fueron piezas angulares y polémicas en la enseñanza del arte hasta el siglo XX.
Durante el Renacimiento, el humanista Leon Battista Alberti (1404-1472) reflexionó -años antes de que Leonardo (1452-1519) se convirtiera en el emblema de la integración del arte y la ciencia- sobre la necesidad de entrar a descubrir el interior de los sujetos: “Al igual que cuando hacemos un personaje vestido hace falta primero dibujar un desnudo que vestidos después… igual huesos y músculos”.
Sin corazón
Sin embargo, el interés de Leonardo por la anatomía le abarrotó de problemas con el papa León X, que le prohibió entrar en la morgue de Roma después de diseccionar unos 30 cadáveres. No lo consideraban “normal”. Pero estos estudios aportaron notables avances sobre la naturaleza y el funcionamiento de órganos que se adelantaron a su tiempo, sobre todo, en las investigaciones dedicadas al corazón.
Los dibujos anatómicos de Da Vinci se conservan, en su mayor parte, en la Royal Library del castillo de Windsor. “Se caracterizan por la introducción magistral de innovadores procedimientos gráficos, entre los que destacan los cortes anatómicos”, cuenta López Vílchez. Quizá estos dibujos conservados en cuadernos desperdigados fueran a componer un tratado de anatomía, pero no llegó a realizarse, como tantos otros planes en la vida de Leonardo.
Quien sí cumplió con ellos fue el doctor Andrea Vesalio (1514-1564), médico de Carlos V, que creó un catálogo de imágenes anatómicas que pervivió vigente en Europa al menos dos siglos. Vesalio observó del natural, pero sobre todo contrató a los mejores dibujantes para los originales de la edición del famoso De humani corporis fabrica. Entre ellos se encontraba un dibujante de la escuela de Tiziano.
Gracias a artistas como Piero della Francesca (1416-1492) y Alberto Durero (1471-1528) el arte alcanza categoría científica. “La manifestación más clara de sus aportaciones se concreta, en el caso de Durero, en la construcción de máquinas de dibujar punto por punto, con su “método del porticón”, los cuerpos y figuras de tres dimensiones”, cuenta Lino Cabezas Gelabert. El propio Alberto Durero escribió que “quien pretende hacer algo perfecto no debe suprimir nada de naturaleza ni sustituirla por nada que sea contrario a ella”.
Lo que escapa a los sentidos no tiene razón de ser, según el pintor renacentista alemán, que dibuja en 1502 Joven liebre y crea un paradigma absolutamente novedoso: la reproducción imparcial de la naturaleza. “Abre la vía a la representación naturalista de los animales y a la pintura animalista en sentido moderno”. Sorprende por el protagonismo del modelo animal, por la ausencia de artista. La liebre tiene incluso un reflejo en la pupila.
Sin artistas
La ciencia puede atar los sentidos del pintor, pero no su estilo a la hora de dibujar lo que ve. Es inevitable que cada autor imprima su gesto personal, incluso a la ciencia. “El gesto no responde sólo a sus capacidades artísticas, sino también a los modelos iconográficos transmitidos y aceptados en la época”, escribe Inmaculada López. Otro paso decisivo en el avance de la ciencia dibujada es la incorporación del color en las ediciones seriadas en el siglo XVIII. Hasta que llegamos a la revolución informática, momento en el que el horizonte de la ilustración científica se amplía y crece hacia nuevos recursos gráficos como las enciclopedias visuales o la infografía.
El dibujo científico debe transmitir información, hacer comprensibles contenidos complejos al público más amplio posible, resumir la estructura del ADN en un sencillo esquema de doble hélice. El dibujante se somete a la narración didáctica y evita la lírica que le ofrece la técnica, a pesar del recelo que esgrimió el tratadista Antonio Palomino (1653-1726) al recomendar a los pintores que la anatomía ha de usarse como de la sal en las viandas, “que la que basta sazona; la demasiada ofende; la que falta disgusta”.