De Esteban Vicente a Martín Chirino pasando por Antoni Tàpies, la relación entre Mariano Rajoy y Albert Rivera ha estado decorada por tres pinturas de tres pintores, en tres legislaturas diferentes. Y sólo once meses. El último apretón de manos llega en el tiempo de descuento para el nuevo Gobierno en minoría del PP. Al fondo, Raíz del viento, del escultor informalista del grupo El Paso, Martín Chirino (1925), el mismo que colgaron el pasado día 12 de julio, cuando Rivera anunció que no formaría parte del Gobierno de Rajoy, al menos en la primera votación.
Chirino aprendió de Julio González que “menos es más”, que con ideas más simples se puede llegar más lejos. Conocido por sus espirales, dice que es un “herrero del arte”, que la escultura está hermanada con el arado y la reja, porque son instrumentos populares que lo unen a la tierra. La belleza de sus gestos abstractos por los que fue elegido en vez de Tàpies esconden la censura de la España de la soledad y del destierro intelectual de la posguerra.
El arte figurativo sólo interesa a la política cuando puede ser manipulado como metáfora visual de sus intenciones. Por eso rescató del olvido de las catacumbas el favor de El abrazo, de Juan Genovés, para firmar un acuerdo tardío y sin fecha de caducidad entre el PSOE y Ciudadanos. Por eso, en el primer encuentro público después del 20-D, sancionan el cuadro Jeu de Paume, de Antoni Tàpies (1923-2012), porque la única figura real de la pintura, una cruz, caía entre Rajoy y Rivera, a pesar de la insistencia del último por distanciarse del PP y aclarar que “Ciudadanos no suma”.
Arte a su servicio
Esa cruz, esa suma, tan habitual de la obra de Tàpies, tan espiritual y metafísico, no gustó nada. El arte no estaba a la altura del juego político y la obra del pintor informalista de referencia fue retirada por el equipo de Rivera para el siguiente encuentro, como explican desde el Congreso a este periódico. Las salas están a disposición de los grupos y ellos eligen cómo quieren decorarlas. Normalmente, se les pasa un catálogo con todas las obras cedidas por el Museo Reina Sofía, pero en el caso del Chirino fue más sencillo: estaba en una estancia aledaña y no le dieron más vueltas.
Prefirieron el arte lavado, a simple vista, de referencias interpretativas. Nada podía interferir en su mensaje, el apretón cordial. Los dos ya con corbata, traje oscuro, zapatos brillantes y treinta años de diferencia. Un dibujo negro sobre un fondo blanco era lo que necesitaban. Algo bello que no se resista a la foto.
Así pasó en su primer encuentro, en la Moncloa, dos meses antes de las Elecciones Generales del 20D. Rajoy se reunió con todos los líderes de la oposición para mostrarse como un líder dialogante y preguntarles, con las cámaras encendidas, qué pensaban de la independencia. Rivera le dijo que el Artículo 1 de la Constitución debía quedar blindado, “gobierne quien gobierne”.
Aquella cita se resolvió en “buen clima” y “disposición a escuchar” entre Rajoy y Rivera. El pintor expresionista abstracto Esteban Vicente (1903-2001) era testigo de la cercanía entre ambos con el cuadro Dentro, un cuadro de 1987 que entró con la redecoración del palacio nada más llegar el presidente del PP, junto con José Guerreo y Pablo Palazuelo. A pesar de que Rajoy no se ha declarado admirador de ningún pintor en particular, Miró, el favorito de Aznar y Zapatero, dejó de tener tanto protagonismo. Picasso lo fue de Felipe González, pero ahora también está en cuentagotas.
La abstracción española de los años cincuenta triunfa en los espacios de alta representación institucional. Como explicaba Juan Genovés a este periódico, su generación se volcó con el informalismo porque era un lenguaje nacido en países democráticos. “Nosotros también queríamos ser libres en nuestro país bajo una dictadura. Fue un lenguaje en libertad que terminó por convertirse en académico. La gente no lo entendía”, dijo el pintor realista. La pintura que no se entiende es buena para hacer política.