El hogar a veces se confunde con el horror. Tortas, golpes, insultos, vejaciones, traiciones, amenazas, miedos y mentiras. La supervivencia tiene un precio. Olvidar es el más caro. Carlos Giménez publicó hace 50 años una serie de tebeos que recordaban el drama de los niños sin hogar de la guerra civil española. En 1976 publicó la sexta entrega y lo dejó. Cuarenta años después vuelve a la saga con menos gracia de la historia del cómic patrio: “Quedan muchas cosas por contar”, dice el autor.
“En los seis libros anteriores se ha hecho hicapié en los hechos: en cómo se vivía en aquellos internados, en cómo era la existencia diaria, la disciplina, la religión, los castigos, el frío, el calor… Ahora, en este álbum número siete y en el próximo, quiero contar un poco más de cerca de lo que hasta ahora he hecho los sentimientos”, asegura el dibujante. Explica que se ha centrado en ellos, en la intimidad de los niños, en cómo se relacionaban entre ellos y sus familias. Menos acontecimientos, más sentimientos.
Giménez dice que el título del libro Hombres del mañana (Reservoir Books) está tomado de un párrafo de una canción falangista que a los niños les hacían cantar al desfilar: “Somos hombres del mañana llenos de fe y de ilusión”. “De fe y de ilusión aquellos niños sabíamos poco, pero en una cosa la canción decía la verdad: éramos los hombres del mañana. La generación que más tarde hizo posible la democracia en España”, afirma el autor de 75 años.
Hambre, fútbol y tristeza
Hace 50 años a los editores que Carlos Giménez les presentaba las primeras páginas de la serie quedaban espantados al “ver aquellas páginas llenas de niños famélicos y tristes con aquellos ojos desproporcionados y aquellas orejas más desproporcionadas aún”. Hambre, fútbol y tristeza, no es la mezcla habitual entre las nuevas generaciones de lectores de novela gráfica. ¿Se adaptará a los nuevos tiempos o será rescatado por sus inondicionales?
Las historias de la séptima entrega de Paracuellos no son nuevas. Aparecieron como textos en los epílogos de anteriores álbumes. Ahora los ha iluminado, pero han perdido la crudeza visual de la presencia grotesca y esperpéntica de seres a un paso de los muertos vivientes. Los personajes son caricaturas de aquellas, más amables, estereotipos de los originales. Las historias siguen siendo brutales, pero el punto de vista también es menos arriesgado, mucho más plano y frontal, sin los contrapuntos y picados con los que tanto ha jugado.
Es material biográfico. Materia prima del dolor, que recuerdan al autor sus nueve años de internado en un Auxilio Social de las JONS, desde los cinco años de edad. Experiencia vital sin dulcificar. El relato más duro de todos es el de “porterito”, un abusador nato que maltrataba con impunidad a sus compañeros de acogida. Era el matón del patio, el consentido por las autoridades. Mantenía el orden, su orden, pegando a los demás porque sí.
“En la medida en que pude ir publicando más historias y desarrollando los temas, fui avanzando en los restantes aspectos que componían este mundo cerrado y hermético de los “hogares” para niños de Auxilio Social: el trato entre ellos, las peculiares relaciones con los mandos, con profesores y guardadoras, las visitas”… cuenta el autor. La niñez nunca fue fácil, pero Giménez dibujó el infierno.