Barcelona, 2012. El concierto duraba ya dos horas y la gente esperaba de Leonard Cohen algún gesto. Al fin y al cabo, la mayoría de los que estaban en el concierto ya le habían visto emocionarse ante la reacción de su audiencia en el documental Bird on a wire, de Tony Palmer, que Cohen calificó como “demasiado íntimo”. Pero el intérprete de voz rugosa hizo otra cosa, se arrodilló sobre el escenario, como pidiendo la absolución y la gente estalló en gritos y aplausos. Era difícil bailar las canciones de Cohen, a pesar de que el ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo, se haya acordado del músico en esa situación.
El gesto era plenamente consciente, y concordaba perfectamente con su personaje de la última década. Tras haber sido el poeta folk de los sesenta -más serio que Bob Dylan-, se transmutó en el músico espiritual que buscaba respuestas en Cuba, Grecia o Israel, países dónde vivió y que influyeron profundamente en su trabajo.
Discos tan diferentes como su debut, Songs of Leonard Cohen (1967), Various Positions (1984), que reportó su canción más versionada Hallelujah, o el resultado de su reclusión monástica The future (1992) surgen de la reflexión sobre el amor, la muerte y el más allá que le acompañaron durante toda su vida.
“Su trabajo poético estaba profundamente influido por la Biblia”, explica su biógrafo y amigo Alberto Manzano. “La religiosidad de todo su trabajo se construye desde el Apocalipsis y el profeta Isaías, que está presente en sus versos, tanto como Federico García Lorca, que le abrió el mundo a la poesía”.
Musicalmente, Leonard Cohen se jactaba habitualmente de no tener un estilo concreto, e influyó mucho más a la generación siguiente a la suya. Pese a haber tocado con Jimi Hendrix, escrito letras para Judy Collins, y haberse bregado con Nico o Jim Morrison es la generación de músicos siguiente la que le reconoce como su chanson francesa transmutada en depresión: Bono declaraba que “las sombras su oscuridad parecen de colores” y recibía multitud de homenajes musicales, entre ellos I'm your fan, en 1991, por parte de músicos entre los que destacan Nick Cave, Pixies y R.E.M.
El gitano de Montreal
En nuestro país, el monumental Omega de Enrique Morente adaptaba sus temas para revolucionar el flamenco en 1996. “El propio Morente decía encontrar dejes flamencos en las canciones de Cohen. Como él ha explicado en alguna ocasión, no es casual, ya que fue un gitano el que le enseñó en Montreal los cuatro acordes que conocía”, dice Manzano.
Para llegar hasta ahí Cohen había recorrido un largo camino, que explican sus discos. Songs From a Room (1969) y Songs of Love and Hate (1971) le sitúan en la escena musical como el poeta depresivo que necesitaba el mundo para explicar una cultura pop que acababa de pasar el final de los sesenta marcado por dos eventos clave: las muertes durante el concierto de Altamont de los Rolling Stones y los asesinatos de la Familia Manson.
Paralelamente a la confirmación de su éxito, su salud mental empeoraba. Death of a ladies man (1977) le encontró en muy baja forma, como él mismo confesó, pero le ayudó a construir el personaje que otros cantautores siempre quisieron ser: torturado, sentimental y un imán para las mujeres.
De su indudable capacidad para la seducción son testimonios canciones inolvidables que dedicó a sus amores -platónicos o no- como So long, Marianne, Suzanne, Chelsea Hotel, que se convirtieron en himnos para la nostalgia por el amor que pudo ser y no fue, o el que fue y quedó reducido a sexo frío en un baño cualquiera. Esa era, quizás, otra de las bazas del artista: Cohen tenía la capacidad de transformar en escenas poéticas lo que resulta habitualmente sórdido en el rock and roll.
Voz rota y electrónica
I'm your man (1988) marca el paso definitivo del artista hacia su nuevo personaje: el elegante canalla que lo ha visto todo y te lo puede contar, eso sí, sin esperanza. La guerra fría, las hecatombes mundiales, la llegada del SIDA, todo se mezclan en un artista que ya no apela únicamente a lo íntimo, sino a trascender espiritualmente. La combinación de una nueva voz rota con el apoyo de bases electrónicas, hace del disco uno de sus mayores logros.
De ahí en adelante, ya estaba todo hecho: Old Ideas (2012) y Popular Problems (2014), sus últimos discos hasta You want it darker, publicado hace apenas unas semanas, reciben a un intérprete que ha logrado concentrar a sus propios demonios e incluso mirarles con algo de sorna.
“Las cosas espirituales ya están dónde deben estar, y estoy profundamente agradecido”, explicaba en su última entrevista a David Remnick en el New Yorker. Sus problemas económicos -que se desatan en 2004 cuando se descubrió que su manager Kelley Lynch le esquilmó durante décadas- le obligaron a salir de gira con ochenta años, y a brillar con una puesta en escena realizada exclusivamente para él.
Junto a sus temas de siempre, hilvanaba otros de viejo zorro que se las sabe todas y pide una entrada en la eternidad al menos placentera. “En esta última etapa, ya alejado de la prensa que le consideró 'el depresivo no químico más poderoso del mundo', estaba completamente en paz, preparado para la muerte”, explica Manzano. “Dímelo entonces cuando esté limpio y sobrio, dímelo cuando haya pasado el horror, dímelo una y otra vez, dime entonces que me quieres. Amén”, recitaba en Barcelona en 2012. Amén.