La Santísima Trinidad de la poesía rock son Lou Reed, Bob Dylan y Leonard Cohen. El primero representa el poema hecho relato. El segundo es el exceso y la borrachera presumida. Y luego está Cohen. El que afila, el que pule, el poeta de la canción popular que hace de su intimidad un asunto de interés común. De los tres es el que más respeta la palabra en su mezcla con la música. Él destila cada una de las sustancias que componen sus canciones, apurando cada adjetivo, cada artículo y dejando cada verso en el hueso: “De las guerras contra el desorden, / de las sirenas noche y día; / de los fuegos de los indigentes, / de las cenizas de los homosexuales: / la democracia llega a Estados Unidos”. A éste lo tituló Democracia, incluido en el disco El futuro (1992).
De ahí viene la democracia, canta, del silencio, del bravo, del intrépido, de la bronca homicida, del dolor en la calle, de los pozos de la decepción. De los pozos de la decepción. “Llega primero a América, / la cuna de lo mejor y lo peor. / Aquí está el campo de pruebas / y la maquinaria para el cambio / y aquí también la sed espiritual. / Aquí es donde la familia está rota / y aquí es donde los solitarios dicen / que el corazón tiene que abrirse / de una forma fundamental: / la democracia llega a Estados Unidos”.
Soy un sentimental, no sé si me entiendes: / amo este país, pero no soporto la vista
Y no viene sola, porque, ya saben, el sueño de la razón produce monstruos. Cohen tuvo que fallecer el día después, con el susto dentrometido por ver que el país que le canta a la democracia se acerca a “los Arrecifes de la Codicia, bajo las Tormentas del Odio”. Maldita la ironía. “Soy un sentimental, no sé si me entiendes: / amo este país, pero no soporto la vista. / Y no estoy a la derecha ni a la izquierda, / esta noche simplemente estoy en casa”. Canciones de fe, sexo y amor de quien en sus últimos días no se vio como un hombre espiritual. Acaso, terco como esas bolsas de basura que el tiempo no puede destruir, aunque la democracia esté acojonada.
Un ser único
Un letrista se pelea con la métrica y la fonética, porque es esclavo de la melodía. La música del poeta es muda, corre bajo el poema, invisible. Aunque la oímos, como el violonchelo que ronca al fondo, protegiendo a los violines cantarines. El letrista no puede traicionar a la melodía, el poeta vuela sin límites mientras decora las emociones. Y luego está Cohen.
“Desde que me entregué / a mi naturaleza malvada / y a la pereza que yace tras / mi frenética actividad, / la mejor parte de mí / (que nunca pude localizar) / ha empezado a aparecer / en los sueños de personas / desconocidas para mí. / Según sus cartas / estoy siendo útil de pequeñas maneras, / dando provechosos consejos, / ocasionalmente realizando dramáticos rescates / en medio de peligrosos sucesos”. A éste lo llamó La mejor parte, un poema escrito para ser poema. Uno nacido para hablar de su debilidad, de su diminuta existencia, de los miedos de una vida en colapso que empujó a otras a salir de ahí donde él era incapaz.
Nunca se me dio bien amarte / se me daba bastante bien sacar las basuras
Cohen nunca estuvo sobreactuando. Cuántos Premios Nobel pueden decir eso. Siempre en su sitio, la dignidad. En la soledad que nos enseñó a disfrutar, en el amor que hizo respetar. “Nunca se me dio bien amarte / se me daba bastante bien sacar las basuras”. Escribió y cantó que el éxito es no haber triunfado en nada, que no cumplió con las expectativas, que no se le dio bien amar y “hacer las cosas que una mujer quiere que haga un hombre”. A pesar de todo, Cohen nunca olvidó dónde estuvieron sus labios. “Nunca se me dio bien amarte / No era más que un turista en tu cama mirando el paisaje”. A ésta la llamó Nunca se me dio bien (1997).
Aprender de Cohen que nunca se es demasiado viejo para descubrir todas las vidas que necesita alguien para encontrar la vida. Su legado es no haberla encontrado nunca, pero saber lo suficiente para ver que “somos muy pocos los que quedamos / en silencio / temblando siempre / escondidos entre / los fanáticos absortos por la sangre”. Maldito noviembre y gris.