Está ahí, es su sombra. Sobre el cuerpo del único niño sin malformaciones de los que están disfrutando del baño en la playa. Es su firma. Quiere reivindicarse, quiere ser reconocido. Busca la fama y la gloria fuera de España. París, oh la la! “Tú ya comprendes mi deseo cuál es, abrirme camino fuera de España”, escribe el pintor a su amigo Pedro Gil, en 1893, año en el que presenta por primera vez obra al Salón de París (premiado con la Tercera Medalla). En 13 años, el éxito internacional del pintor valenciano es un hecho.
Lo ha logrado, se ha esforzado por acomodar su habilidad a los gustos del mercado y la jugada le sale perfecta
En 1906 celebra su primera exposición individual en la galería Georges Petit, en París, la misma que vende a Claude Monet y Auguste Rodin. No ha cumplido los treinta y la carrera del joven artista, protegido desde los 15 por su suegro, es imparable. De ahí llegarán exposiciones en Berlín, Düsseldorf, Colonia, Londres y las dos giras norteamericanas, de 1909 y 1911.
Lo ha logrado, se ha esforzado por acomodar su habilidad a los gustos del mercado y la jugada le sale perfecta. Tiene los temas: madres infanticidas, pescadores en plena labor, trata de blancas, dramas infantiles, retratos íntimos de las clases desfavorecida. El drama social está en pleno auge, gracias al naturalismo. Tiene personalidad: rigor compositivo, pincelada suelta y segura, y un colorido atrevido. Tiene también las referencias: “Velázquez fue el primero, el supremo impresionista”, deja escrito. Se suma a la explosión devocional del maestro barroco en los últimos 40 años del siglo XIX, en Europa.
“Sorolla formaba parte de una nueva generación de artistas para los que el arte español era asumido como emblema de la modernidad, y sólo podían mirarlo a través de los ojos de Manet”, explica en el catálogo de la exposición Sorolla en París una de sus dos comisarias, María López. La muestra, que se inaugura el próximo martes en el Museo Sorolla de Madrid, tras pasar por el Museo de los impresionistas de Giverny (París) y antes de llegar a la Kunsthale de Múnich, es, sin duda, la más importante de las dedicadas al pintor en las últimas dos décadas (y no ha recibido ayudas del Ministerio de Cultura).
Uno de los grandes
“Desde su primer viaje a París hasta su consagración definitiva como pintor, Joaquín Sorolla Bastida (1863-1923) participó en todos los grandes certámenes internacionales y, muy especialmente, en los Salones de París, donde fue forjando su propio estilo, hasta llegar a ser reconocido como uno de los grandes pintores internacionales del naturalismo, a la altura de John Singer Sargent, Anders Zorn, William Merritt Chase o James Abbott McNeill Whistler”, cuenta Blanca Pons-Sorolla, comisaria también.
Muchos años antes de que eso sucediera, su sombra. Volvemos a ella y al niño que lo mira protegiéndose del sol con la mano. Cerca de 40 muchachos enfermos entran al mar, en la playa del Cabañal (Valencia), bajo la vigilancia del cura del hospicio para niños en riesgo social. Les ha borrado la cara a todos menos al religioso, la firma en 1899 y la presenta a la Exposición Universal de París de 1900 y lo gana. ¡Triste herencia! es un enorme lienzo de más dos metros.
Pasa la realidad por el filtro de la imagen fotográfica para después traducir esa instantánea al código pictórico
Hay pocas pinturas que sean capaces de neutralizar el magnetismo de esta obra, Cosiendo la vela (de tres años antes) es una de ellas. Pintada al natural, con referencias espaciales velazqueñas, destellos y matices a plena luz, atrevimiento en cada pincelada, toques cromáticos arriesgados y una perspectiva de vértigo. El propio pintor escribe a su colega que “si la cosa gustara solo ya sería un gran triunfo, pues me animaría a seguir por el camino nuevo, para mí el único, la verdad sin arreglos, tal y como se sienta, y aún con menos preocupación de la que se nota en el cuadro”.
El instinto fotográfico de Sorolla queda patente en sus primeras pinturas directas y espontáneas. “Pasa la realidad por el filtro de la imagen fotográfica para después traducir esa instantánea al código pictórico”, explica María López.
¿Un impresionista?
Pincelada rota, suelta y sin complejos, tintas yuxtapuestas que revientan en luminosas mezclas, ¿es Sorolla impresionista? “Oponía a los tonos sofisticados y a las figuras desmayadas de Sargent una luminosidad y un color absolutamente mágicos, que le acercaban a las mejores conquistas del impresionismo”, responde López. El propio Sorolla había renegado del impresionismo, calificándolo de “chifladura” y de “plaga de holgazanes”. Pero lo cierto es que lo estudió y asimiló “lo que hay de bueno y verdadero en el impresionismo”, como escribe Beruete.
En esta sala también Los pimientos (1903), un abuelo con su nieta, en un interior oscuro cruzado por un rayo de luz que cae sobre el hombro y el brazo izquierdo de ella. Una pincelada blanca vehemente, temeraria, espectacular. Y de ahí, de la España negra, a la intimidad familiar de los Sorolla, con Madre (1895-1900) como protagonista inapelable de esta sala en la que el retrato muestra el camino que no ha abandonado el pintor, porque en París interesa. Es el siguiente paso, del drama social a la vida burguesa. Ahora toca ser cosmopolita y disfraza a toda su familia.
A partir de 1904-1905, la pintura de Sorolla evidencia un cierto alejamiento del naturalismo, con afán de destacar aún más los colores
El siguiente hito en el recorrido es Verano (1904) -llegado del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana-, némesis de ¡Triste herencia! y prueba de los nuevos intereses que está practicando el artista. Un canto a la vida: “A partir de 1904-1905, la pintura de Sorolla evidencia un cierto alejamiento del naturalismo, con afán de destacar aún más los colores”, cuenta López. De ahí surge una de las obras más importantes del tramo final de la exposición: El bote blanco. El artista se ha liberado en la representación de la fluidez marina, pero “se libera completamente convirtiendo en manchas de pura pintura todos los efectos del agua, sus brillos y sus transparencias, deshaciendo los cuerpos infantiles”.
Justo al otro lado de la sala, Clotilde paseando en los jardines de La Granja (1907), otra joya aterrizada desde Cuba, con la que el pintor desvela su gusto para la moda femenina de clase alta. El tour del éxito ha concluido, y Sorolla no volverá a París en una década. De las oscuridades y miserias de finales de siglo, a la luminosidad de los jardines de principios. De los dolores de las clases marginadas, a los privilegios de los que contemplan. Un recorrido redondo, el montaje perfecto que “subyuga y deslumbra en un segundo”. “Nos invade la magia”, escribió el crítico Mauclair.