A la niña Roberta Marrero la hipnotizaban las llagas de Cristo. No porque naciese en España y en los setenta -y estuviese abocada a mamar educación católica-, sino porque el imaginario cristiano le parecía tan siniestro que lo traducía en fascinación. Se quedaba colgada de Santa Rita y el clavo que atravesaba su frente. También ella tenía heridas: dice que no nació hombre ni mujer, sino que llegó al mundo como un bebé verde. Que necesitaba tiempo para saber quién era y que los demás no parecían tener intención de dárselo. El primer “maricón” de boca de una madre se te instala dentro toda la vida. Campa a sus anchas. Hace sus cosas.
Marrero es dolorosa y dulce, como un cóctel afrutado que al final te raja la garganta. Es punk y naive, valiente y frágil. Dibujaba superheroínas y cayó rendida -viendo La tarde, de Pepe Navarro- ante Boy George. Toda una experiencia mística: había hombres que se maquillaban y se vestían de modo femenino. Cita recurrentemente a Patti Smith: "Me sumergí en los libros y en el rock'n'roll. La salvación en mi adolescencia".
Durante los recreos, le pedía a los profesores quedarse en un aula vacía para no tener que soportar las torturas de sus compañeros. “Sufrir bullying en el colegio es una mierda. Si no mueres a causa de una paliza, creces odiando o aprendes a sobrevivir pero con el corazón roto”, escribe. “Tu autoestima acaba hecha pedazos y es un trabajo muy duro reconstruirla”.
Lo cuenta en El bebé verde -infancia, transexualidad y héroes del pop- (Lunwerg) escrito e ilustrado por ella y con prólogo de Virginie Despentes. La última parte del título es crucial: suerte que los ídolos le ensancharon las miras. Hay una familia invisible pero elegida en los referentes de la infancia.
Hay una familia invisible pero elegida en los referentes de la infancia. Pronto cambió los pies sangrantes de Cristo por los entaconados de Lux interior
Pronto cambió los pies sangrantes de Cristo por los entaconados de Lux interior, aunque el futuro siguiese pintando chungo. El 68% de las mujeres transexuales dicen haber sufrido situaciones de maltrato o violencia tanto por desconocidos como por familiares. El 84% no acaba secundaria y el 64% tiene la primaria incompleta. El 95% se dedica a la prostitución y el índice de suicidio en la comunidad trans es de un 41%, un porcentaje nueve veces mayor que el de la media (4,6%). “Como mujer transexual, mi expectativa de vida es 35 años”.
Nunca victimizarse
La rareza -el vivir fuera de lo normativo en este momento histórico, es decir, el ser un bebé verde- consiste en no ser hombre heterosexual, blanco y de clase media. Señala Roberta que hay cinco trucos para avanzar siendo un ser humano extraño. Uno es leer, leer, leer. Otro es “nunca victimizarse”.
Otro: “Replantearse el sistema patriarcal que te hace ‘raro’, que te hace otro. Es una dictadura de violencia y odio que nos hace vivir con miedo. Su dominio sobre la tierra se extiende por casi 10.000 años de historia, no es fácil escapar de él, pero no es imposible”. El cuarto punto pasa por nunca creer que uno lo sabe todo. Y el quinto: “Sal, investiga, conoce gente. El mundo está lleno de otros como tú, y si no haces amistades en tu localidad vete a otra o sumérgete en internet. Sé feliz. Es tu responsabilidad y tu derecho”.
Con 12 años, Roberta se dejó el pelo largo porque era “la única forma que tenía entonces de expresar mi feminidad”. Entonces a su madre le diagnosticaron un cáncer terminal. Iba a morir en días, en horas. “Mis hermanos me dijeron que me cortara el peo para que mi madre me viera como un hombre antes de morirse”, recuerda. “Evidentemente, cedí a tamaño chantaje emocional. Recuerdo que cuando mi padre me vio en el hospital el día que fui a despedirme de mi madre, lloró de la emoción al verme. Yo me sentía doblemente mal”. Él le dijo que estaba tan orgulloso…
Su madre murió y nunca más volvió a cortarse el pelo ni a ceder a chantajes emocionales, ni a permitir que nadie interfiriere en su vida como mujer. “Mi padre sobrevivió varias décadas a mi madre y jamás me llamó por el pronombre y nombre correctos”, evoca. “Murió hace cinco años y lo hizo sin conocer de verdad a su hija, lo mismo que mi madre, quizá por eso no los echo de menos”. En 2010 cambió de nombre y de género legalmente.
La transexualidad, cuenta, al contrario de lo que mucha gente piensa, no tiene nada que ver con el sexo: es un viaje interior hacia tu identidad. Es “una suerte y un castigo”. Dicen que cuando alguien te da un don, te da también un látigo.