Más de diez años, cuatro horas a diario, pasando de lo abstracto a lo concreto. Fumiko Negishi entraba en el estudio de Antonio de Felipe para poner en limpio sobre el lienzo las ideas que le encargaba su empleador. Olvidaba su arte y se lo alquilaba a él por 1.300 euros al mes, más el “b”.
Conocemos a la pintora nipona por las denuncias que ha presentado contra De Felipe por despido improcedente, a los pocos meses de firmar el contrato, y por la propiedad intelectual de más de doscientos cuadros. Sabemos de su existencia porque dejó la oscuridad de un trabajo en negro para reclamar sus derechos. Sabemos que De Felipe, por primera vez, reconoció públicamente en un comunicado que hay otras manos que hacen realidad sus ideas, a pesar de que el mercado lo desconocía.
Yo prefiero refugiarme en el arte. Para mí la obra es un acto terapéutico
“Yo soy el único autor de mis creaciones, limitándose la colaboración profesional en mi taller de la señora Negishi a aspectos meramente técnicos y no creativos”, explicó De Felipe en su escrito. “Ella pintaba, pero el concepto y la idea eran mías. Ha trabajado como una obrera”, dijo a EL ESPAÑOL. “Pintar un cuadro no es sólo una cuestión de pinceles. Yo era Antonio de Felipe antes de conocer a Fumiko. ¡Soy uno de los artistas más famosos de España!”, contó entonces desde Sitges.
Fumiko no era famosa, era invisible. Sus manos parecían pop, pero su corazón era abstracto. Tampoco es una fotocopiadora a color. Es una artista abstracta que recrea paisajes oníricos de un mundo flotante, en el que aparecen figuras inconcretas, manchas coloristas y un blanco absorbente que choca con la estridencia pop. La pintura que le daba de comer tenía por protagonistas a Audrey Hepburn, Marilyn Monroe, las Meninas o una lata de Pepsi con un mensaje irónico. El arte del que se alimenta “son sueños con ojos abiertos”.
Lenguas mentirosas
El próximo 2 de febrero inaugura en la galería Cuatro, en Valencia, la primera exposición comercial en muchos años. Casi 20 pinturas, entre 800 y 6.000 euros, acrílico sobre tabla y sobre tela (seda y algodón). “Son dibujos automáticos. La pincelada sobre la tela se expande si está muy aguada y muy definida con más materia”, cuenta a este periódico. Junto a unidades esféricas que recuerdan a células aparecen tiras rojas y blancas, que describe como “lenguas mentirosas”.
“No me siento una artista contemporánea, me siento aislada”. Hay referencias a Miró y a la artista Yayoi Kusama. “Ella quiere desaparecer en su arte, pero yo prefiero refugiarme en el arte. Para mí la obra es un acto terapéutico: quiero estar ahí dentro”. Dice que antes veía estas formas con facilidad, pero ahora sólo las encuentra cuando trabaja. “Antes las veía, ahora trabajo para verlas”. Por eso prefiere aislarse y concentrarse en ese universo tan particular.
“Necesito la pintura para tener otra realidad”, cuenta y ahonda todavía más en su distancia con el arte que bebe de lo real para llegar a su exageración, el pop. Lo que se imagina y lo que se ve, lo que no existe y lo que se reproduce, lo que está en construcción y lo construido. “Tu cabeza está en una realidad al margen del mundo. Mi mundo es diferente al tuyo y yo necesito descubrir cuál es el mío”, dice. El pop es reconocible, es familiar, es un anuncio claro y directo; la abstracción es extraña e irreconocible, subjetiva, una obra sin masticar que debe cerrar el que mira.
Pintando desarrollo unas emociones que no sabía que tenía. No es que grite sobre el lienzo, pero cuando pinto aprendo de mis emociones
Y se marcha hasta Japón para hablar del arte como refugio. Pertenece a una cultura introvertida, en la que las emociones son una incorrección, dice. “Pintando desarrollo unas emociones que no sabía que tenía. No es que grite sobre el lienzo, pero cuando pinto aprendo de mis emociones. Por eso lo importante es que la obra conmueva. El arte no puede explicarse. La pintura hay que mirarla y sentirla, porque la palabra es insuficiente para explicarlo”, se explaya. “Prefiero que mis pinturas se sientan a que se piensen”.
Es sorprendente la distancia que separaba los mundos de Fumiko. Su yo abstracto es común, no tiene banderas y cruza cualquier frontera. Al contrario, lo que hacía por encargo para Antonio de Felipe es pintura nacionalista, destacada por hacer del pop algo propiamente español y de lo español algo pop.
Ahora hay mucho arte que menosprecia la belleza, lo bonito, porque se critica como algo del pasado. Yo estoy en contra
“La elegancia y la belleza es una manera de estar en la vida. Es el camino correcto, desde el arte a las relaciones. Lo feo es el error. Ahora hay mucho arte que menosprecia la belleza, lo bonito, porque se critica como algo del pasado. Yo estoy en contra: el concepto no está por encima de la forma. Si el concepto triunfa es porque emociona, y si emociona es porque es bello”, cuenta. Es fiel defensora de la pintura con pintura. ¿Qué es una pintura, sin la pintura? ¿Qué es un pintor sin saber pintar? ¿Es posible un artista sin obra? ¿Y una obra sin obreros?