Tres nazarenos de capirote rojo juntan los cráneos, como un racimo de cerezas. Los ojos asoman entre las ranuras de la tela. Uno de ellos saca un móvil y se fotografían para decirle al mundo que son cofrades, pero que antes que la Semana Santa de Sevilla aquí se celebra la verbena de Instagram y que los tiempos modernos pueden con la sobriedad religiosa.
“La idea se me ocurrió hace dos años, cuando empecé a ver fotos en instagram y de repente encontré un selfie de unos nazarenos. Dije ¡no podrá ser! ¿Qué hace alguien haciéndose una foto con el capirote puesto? Es tan absurdo… podrían ser cualquiera, no se les conoce, es como un retrato de todos”, cuenta Agustín Israel (Morón de la Frontera, 1980), autor de la obra. El licenciado en Bellas Artes y doctor en Historia del Arte ha centrado su trabajo en la iconografía y simbología de Sevilla y sus fiestas. “Ahí vi la imagen de la globalización total. El anonimato que da el capirote habla de eso”.
Israel saca los pies del tiesto con su trabajo, porque a pesar de que su intención no sea ofender, ha roto los esquemas estéticos de lo sacramental y los hace coquetear con lo celebratorio. Aquí no hay flagelaciones ni pies descalzos para cumplir una promesa hecha al Cristo de turno. Los nazarenos se ponen el vestido de flamenca y se echan unos bailes, o se ponen a perseguir un farolillo volador de la feria como si fuese una aparición. Sacan el abanico farandulero, posan ante un fondo alunarado. Sá, sá. Cojo la manzana, me la como y la tiro.
De la feria a la iglesia
El artista aborda esa dualidad de los sevillanos -entre los que él mismo se cuenta, claro- de jugar con la Semana Santa y la Feria en el mismo mes. De mutar de estrictos animales católicos a disfrutones sudorosos y descamisados manchados de vino. “¡Pero es que es muy seguido!”, repone, sonriendo. “Somos los mismos habitantes los que hacemos una cosa y la otra”.
Él reconoce que siempre ha tenido mucho gusto “por lo típico y lo tópico”, por el lado kitsch de las cosas, pero que su educación y formación le han llevado a preservar siempre el respeto. “Juego con los limbos, que es algo muy del pop art. Me dirijo a la cultura de masas con un toque de ironía y de humor, pero sin llegar a la crítica directa o a la ofensa”.
Otras de sus obras, a simple vista, chirrían más: un hombre desvestido yace sobre unas sábanas blancas, sólo con un capirote en la cabeza. Una mujer en cueros -también nazarena- deja caer los pechos en una cama negra. Lo que parecen dos desnudos de corte erótico esconden una historia terrible. Pertenecen a la serie El caso 114 y reflejan, en realidad, al marqués y la marquesa de Urquijo. Muertos.
“Para esa expo, que era por encargo, empecé a indagar sobre crímenes españoles sin resolver que fueran muy misteriosos, y me quedé con tres. Los Galindos, Los Urquijo y Los Puerto Hurraco”, relata el artista. “Aunque no lo parezca en una primera visual, las dos obras tienen sangre. Fíjate en las manos dejadas caer, inertes. Sólo cuando te acercas ves esa realidad. Están desnudos porque quería que estuvieran libres de todo prejuicio. Convirtiéndolos en personas desprovistas de cualquier cosa se conserva, a priori, su anonimato”.
En poli bueno del arte sacro
Hay unas señoras vestidas de negro, también con capuchas nazarenas. Están de velatorio. “Eso es un fotograma de la película Volver, de Pedro Almodóvar. Un homenaje. Las viudas de pueblo cargando el luto engarzaban perfectamente con el capirote, que es otra forma de luto espiritual”, cuenta. Agustín Israel no se siente identificado con esos otros artistas que “arriesgan yendo a lo bestia” y “montando un escándalo”. Es, por decirlo de alguna manera, el poli bueno del arte sacro, el hermano comedido de la drag queen del Carnaval de Canarias que resucitó como Cristo en la cruz.
“Yo pienso que hay que conocer bien de lo que uno está hablando para poder tratarlo, y yo desde he pequeño he investigado tanto la feria como la semana santa de Sevilla. Estoy trabajando sobre algo que es parte de mí, de mi tradición y de mi educación”, apostilla.
Yo desde he pequeño he investigado tanto la feria como la semana santa de Sevilla. Estoy trabajando sobre algo que es parte de mí, de mi tradición y de mi educación
Pero no falta tampoco la reprobación a las políticas de ciertas hermandades sevillanas. Uno de sus trabajos, llamado Marca registrada, presenta a la virgen de la Macarena con el rostro pixelado y portando entre sus manitas de cerámica una ‘R’ rodeada de un círculo. “Una hermandad se ha hecho con la imagen de un bien popular como es éste, y ahora no se puede utilizar de manera comercial nada que tenga que ver con La Macarena”, resopla.
“Han denunciado a gente que se hizo una camiseta, a un diseñador de tejidos que reproducía parte de los de la virgen… no entiendo que algo que es de todos acabe en manos de unos cuantos, especialmente cuando la escultura con su cara es del siglo XVIII, es decir, previa a la existencia de la hermandad”. Agustín Israel no entiende “cómo la ley ha permitido esto”: “¡Y los de El Gran Poder también lo están haciendo! Se están quedando con nuestro patrimonio por la cara”.
Su obra La Macarena puede verse desde la semana pasada en 7 vírgenes, una muestra expuesta en la librería-galería Un gato en bicicleta. Otra, que refleja a su Sevilla en fiestas, se basa en los cuadros clásicos de la tradición andaluza -desde Sorolla a Velázquez-, aquí: en Zunino gallery, a partir del día 8. Ha creado señales de tráfico -una suerte de código de circulación- para regular la Feria y la Semana Santa y ha parido pictóricamente un superhéroe con capirote, a quien llama “el guardián de la sevillanía”, con cachondeíto de fondo.
“Él defiende la filosofía de mi obra, que es proteger la tradición pero buscando lo contemporáneo”. Por no hablar de esa caja de iMac -que es también obra plástica- y que luce con un cartoncito que refleja a la virgen en una pantalla. Se llama “iMac arena”.