El Prado abre sus puertas al tesoro racista de la Hispanic Society
La pinacoteca presenta una muestra sobre la institución neoyorquina que Archer Milton Huntington creó para resumir "el alma español". Una de las citas más importantes del año.
31 marzo, 2017 19:14El arte español ha tenido dos grandes benefactores en su historia: Felipe IV (Valladolid, 1605 – Madrid, 1665) y Archer Milton Huntington (Nueva York, 1870 – Connecticut, 1955). Uno contrató a Velázquez para que decorara sus estancias en palacio e hiciera de su corte su mejor propaganda. El otro se dedicó a comprar a principios de siglo XX todo vestigio hispánico con una intención, explicada a su madre por carta, en 1898: “Mi afán de coleccionar ha tenido siempre -como tú bien sabes- un trasfondo: un museo. Un museo que ha de abarcar las bellas artes, las artes decorativas y las letras. Ha de condensar el alma de España en contenidos, a través de obras de la mano y del espíritu. No ha de ser un montón de objetos acumulados al tuntún hasta que todo ello parezca una asamblea artística -los vestigios medio muertos de naciones entregadas a una orgía-. Lo que quiero es ofrecer el compendio de una raza...”
Y en 1094, el neoyorquino fundó la Hispanic Society of America, un museo en el extrarradio de la ciudad, lejos de todo, con el que logró definir el “espíritu” español a través del arte. “Es importante por lo que cuenta de nosotros mismos. Esta colección mezcla de Museo Arqueológico Nacional, Biblioteca Nacional, Museo de América y Museo del Prado. Es un reflejo de la pasión de Huntington y nos ayuda a recordar que es importante que otros piensen en nosotros”, ha explicado el director del Museo del Prado, Miguel Falomir, en la presentación de la exposición más destacable de 2017: Tesoros de la Hipanic Society of America, patrocinada por la Fundación BBVA (con 625.000 euros), abierta hasta el 10 de septiembre.
El propósito del filántropo al mostrar la esencia de España en los EEUU y sus gentes encontró cómplices como Joaquín Sorolla, al que montó una exposición en 1909 y situó en el plano su museo. Huntington cruzó el charco para conocer de primera mano y en profundidad la obra de aquel pintor de la naturaleza y los tipos españoles y cayó entregado a la “apoteosis de lo visible” y al “resplandor solar” de la visión del valenciano. Aquella muestra tuvo 29.461 visitas el día de máxima afluencia y en total pasaron por la institución 159.831 visitas, durante el mes que duró abierta al público.
Como indica Mitchell A. Codding, director de la Hispanic Society of America y comisario de la muestra, a este periódico, ahora tienen muchas menos visitas que entonces. Apenas 20.000 visitantes. En los años cincuenta, llegaban a tener 50.000. El centro ha quedado aislado de la almendra cultural neoyorquina y se encuentra en plena reforma del edificio para adaptarse a las nuevas necesidades. Hasta 2019 permanecerá cerrado y moverá sus colecciones por el extranjero. La parada del Prado será más larga para algunos retratos del siglo XIX, que en estos momentos negocian ambas instituciones para que se queden en el Prado.
Las creencias de Huntington de que las gentes de España compartían rasgos comunes se resume en su tesoro patrimonial
El multimillonario norteamericano creía reconocer “el alma española” en sus rincones: “Es en las zonas apartadas donde se puede conocer a España, en las tierras peladas que antaño estuvieron cubiertas por grandes bosques y ahora están habitadas por una población dispersa y cargada de tradiciones, donde se ha conservado el tipo auténtico mejor que en otros lugares”. Huntington estaba entregado a los “campesinos asombrosos, cuya lucha por la existencia es verdaderamente dura”. Eran los hombres y mujeres, “bien plantados”, de las visiones de España, que Sorolla pintó en 14 paneles para la decorar la biblioteca de la institución americana.
Las creencias de Huntington de que las gentes de España compartían rasgos comunes se resume en un tesoro patrimonial del que destacan vasos campaniformes fenicios, joyas celtíberas, busto de mármol romano, un delicado bote de marfil musulmán, una seda de la Alhambra, mucha cerámica de reflejo metálico, un libro de horas negro (el único hecho en España), dos santas de Juan de Juni, otra escultura de Pedro de Mena, artes decorativas hispanoamericanas, cuadros de Velázquez, el Greco, Zurbarán, Murillo, Goya, Sorolla… Doscientas piezas que resumen cuatro siglos de hispanidad, un tesoro que hace de las dos plantas dedicadas a ellas un museo dentro del museo.
El montaje es el otro gran protagonista de la exposición. El propio Mitchell A. Codding reconoce que las obras nunca se han mostrado así en su sede, “por falta de espacio”. “Esta situación se podría resolver con más fondos y más espacio. Nunca tenemos expuestas tantas obras como aquí. Necesitamos más fondos económicos para ampliar. Va a costar un dineral, pero no lo tenemos”, ha asegurado en rueda de prensa.
Ni megalómano, ni hortera
En la planta baja prima la oscuridad. Las piezas sobresalen con puntos de luz que las levantan y subrayan como obras de arte, más que como obras de arte decorativo. El espacio que simula la biblioteca (de más de 375.000 ejemplares) es una joya, con manuscritos y libros raros (el libro negro de las horas) que parecen flotar. Hay entre ellas la carta más larga de Carlos V a Felipe II, tachones incluidos, y una autorización suya para que se le doble el sueldo anual a Tiziano, siete años después de haberle contratado por demostrar su lealtad.
Antes de subir a la planta superior, donde vuelve la luz y llega la pintura española del siglo XIX, hay que atravesar la sala de joyas pictóricas: una miniatura del Greco, dos pequeños retratos de Velázquez y el de cuerpo entero del Conde Duque de Olivares, santa Emerenciana de Zurbarán, Murillo, o el mítico retrato de la duquesa de Alba de Goya… Arriba: los retratos de Pío Baroja, Vicente Blasco Ibáñez, José Echegaray, Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán o Juan Ramón Jiménez de Sorolla. Dos gouaches de José Gutiérrez Solana. Y el brillante tenebrismo de Ignacio Zuloaga en Lucienne Bréval como Carmen.
Si bien el Prado brilla por los gustos de la monarquía, el tesoro que fue adquiriendo Huntington supone la evidencia de todo lo que en época contemporánea el Estado español no ha podido retener. No era un megalómano hortera sin escrúpulos que pagaba para saquear el patrimonio de aquella España y decorar sus mansiones, como hizo el padre de la prensa sensacionalista, William Randolph Hearst. Éste causó daños irreparables al conjunto de bienes históricos y culturales del país gracias a su voracidad, la ignorancia del pueblo, la mezquindad política y del clero y la falta de leyes de conservación.
“Hoy Huntington no podría haber acumulado esta colección por las leyes”, dice Codding a EL ESPAÑOL. De hecho, explica que sólo compró aquí los libros (bibliotecas enteras), que todo lo demás lo hizo en el mercado europeo, sobre todo en Francia. Eso tampoco evitaba que los saqueadores españoles no lo sacaran al mercado francés para él.
Hay una foto del millonario en carro, viajando por la remota España, en 1892, que revela la pasión de Huntington. Llegó a Yuste a lomos de una mula desde Plasencia para admirar a aquellos campesinos “que conservan una independencia y un fondo de autenticidad y honradez”. Su destino: crear un museo de lo español.