La fotógrafa que retrató la transformación de Merkel (de hippie a líder mundial)
Herlinde Koelbl se reúne con la hermética canciller una vez al año desde hace casi treinta. En cada cita, le hace siempre las mismas tres preguntas y la captura en un retrato.
6 abril, 2017 12:13Hay una mujer que tiene a la Unión Europea asida del testiculario. Y lo hace desde un mando sobrio, estéticamente austero y hasta insípido en las formas. Es Angela Merkel, esa política que podría haber desarrollado un rostro afable de abuela joven si no fuera porque levanta el cetro de Alemania desde 2005 y todo lo que diga la educada señora va a misa: desde sus rasgos dulzones, sus ojos aniñados y su cuerpo enjuto controla cada una de las estrellitas de esta comunidad internacional nuestra.
La acusan de “sosa”, pero en realidad es enigmática hasta el desquicie: se sabe poquísimo de ella aunque sea la líder nacional que lleva más años al servicio de la UE. No va repartiendo por ahí guiños de intimidad como flyers de discoteca.
Concede escuetas entrevistas sólo en el período previo a las elecciones, las anécdotas personales que se le conocen se basan en una sola fuente y los atrevidos que osaron a filtrar historias sobre su vida privada -al principio de su mandato- hace años que andan desterrados del debate público. El aura que rodea a Merkel es de poca información y mucha mitología: tiene un doctorado en Física, dicen que escucha música clásica y que colecciona postales de arte, que le gusta la jardinería y cocinar pastel de ciruelas, que no vive en una gran mansión, sino en un departamento en el centro de Berlín y que sus vacaciones se las pasa en una residencia den Uckermark, devorando libros.
Desde 1991, y con un intervalo entre 1999 y 2006, Koelbl ha quedado con Merkel una vez al año y han compartido una pequeña conversación y un retrato, a menudo bajo la misma fórmula del año anterior. Tres preguntas claves.
Para desazón de los periodistas políticos, la única persona ajena a su entorno y a su equipo que Merkel deja pasar, a ratos, a echar un vistazo detrás de su fachada, es a la fotógrafa Herlinde Koelbl, una mujer 15 años mayor que ella con quien la canciller comparte una de las relaciones más inusuales de la política moderna: desde 1991, y con un intervalo entre 1999 y 2006, Koelbl ha quedado con Merkel una vez al año y han compartido una pequeña conversación y un retrato, a menudo bajo la misma fórmula del año anterior.
Una serie llamada 'Poder'
Tres preguntas claves. “¿Qué ha aprendido este año?”, “¿qué no ha aprendido?” y “¿ha encontrado tiempo para hacer un pastel de ciruela?”. El enfoque de la artista para abordar la situación siempre ha sido la no confrontación, la cordialidad, el conseguir que la líder se relaje y recuerde que sólo es una foto, una seña anual en la vida. Gracias a esta distensión ha conseguido que las respuestas se vayan sucediendo: hay anécdotas de su relación con el científico Joachim Sauer, su no maternidad, lo que le cuesta no subir de peso durante la campaña electoral y la legendaria torpeza que la caracterizaba de niña.
Koelbl creó una serie llamada Poder que consistía en fotografiar a líderes políticos y empresariales para estudiar cómo el alto cargo cambiaba el físico de la gente. Se acercó a 15 figuras que auguraban una proyección brillante -y que acababan de salir a la palestra- y les pidió que se comprometiesen a ocho fotografías durante los ocho años siguientes. “Al principio pensé que sería una lástima perder la oportunidad de enseñar sus oficinas de lujo, sus sillones de seda. Pero luego me di cuenta de que quería algo más elemental, más formal”, cuenta la fotógrafa al periódico The Guardian.
Puso a sus modelos delante de una pared blanca, sin apoyos. Los que tuvieron apoyos fueron elegidos por ellos mismos. La artista no dio ninguna instrucción e hizo dos fotografías, una en primer plano y otra de un ángulo más amplio: dejó que el lenguaje corporal fluctuara libremente.
Al principio, la actual canciller se mostró escéptica: ¿cuál era la gracia de un proyecto fotográfico que no sería publicado en ocho años?
Merkel sólo llevaba un año en la Unión Cristianodemócrata (CDU) cuando Koelbl se acercó a ella. Al principio, la actual canciller se mostró escéptica: ¿cuál era la gracia de un proyecto fotográfico que no sería publicado en ocho años? Los políticos necesitan estar en las mañanas de la prensa, explicó. Pero Koelbl la erosionó poco a poco, a fuerza de tiempo y conversación, y acabó cediendo.
La timidez de Merkel
Lo primero que sorprendió a la fotógrafa en el primer encuentro profesional fue lo tímida que era aquella bestia política de 37 años. Gerhard Schröder, por ejemplo -miembro del Partido Socialdemócrata alemán- se abrió a la cámara inmediatamente y pidió salir fumando un cigarro. “Él quería ser visto”, explica Koelbl. Merkel, sin embargo, se escondía de la cámara en el primer retrato y cruzaba las manos torpemente sobre el regazo.
“Los políticos no tienen que ser exhibicionistas, pero tienen que amar el centro de la atención”, dice Koelbl. “A menudo, los hombres son más vanos ante la cámara que las mujeres – todo lo que lo pueden ser, ya que de lo contrario no podrían soportar la presión. Pero Merkel no quería exponer su ego ante el objetivo. En aquella primera foto, su postura mostraba la sensación de estar demasiado expuesta. Y, sin embargo, hasta aquel día me topé con su cabeza dura”, sonríe la artista.
Para cuando llegó 1996, Koelbl se dio cuenta de que el lenguaje corporal de la canciller había cambiado: “Ya no estaba tan agobiada. Levantaba la mirada, subía la barbilla, erguía el cuerpo. Se había verticalizado, se había convertido en una persona mucho más segura de sí misma”. Ese mismo año, la líder política le hizo una pequeña confesión: “Antes, lo más difícil para mí era estar de pie en algún lugar y escuchar un discurso. Nunca supe qué hacer con mi cuerpo entero ni dónde colocar mis manos. Pero he mejorado: ya no me tambaleo de una pierna a la otra. Me he vuelto más segura. Supongo que es una mezcla de dos cosas: aprender a representar una función y estar en armonía con uno mismo”.
No son amigas, pero
La canciller ha pasado a utilizar esas imágenes como algo corporativo. “Las oficinas cambian a las personas, y no siempre favorablemente”, dice Koelbl. “Aprenden a ponerse una máscara para que sus emociones no sean tan fácilmente calculables. No me puedo imaginar un trabajo más difícil que el de ser un líder nacional. Constantemente están siendo objeto de estudio por parte del público, ya sea por la ropa que llevas o por las manchas de sudor en las axilas”, empatiza la fotógrafa.
Koelbl presenta paralelismos con Merkel: igual que esta última no se metió en política hasta los 35 la primera decidió ser fotógrafa relativamente tarde en la vida, a los 37 años, cuando un amigo vio las fotos que había hecho de sus cuatro hijos y la animó a seguir por esa línea. E, igual que Merkel, ha encontrado su senda muy a pesar de sus competidores masculinos y su horrible complacencia. “Algunos hombres políticos me han preguntado si me había acordado de poner el carrete en la cámara”, cuenta. “No me importa ser subestimada. Puede ser útil”, guiña.
No son amigas, pero se entienden. Aunque a Merkel, al principio, le parecieron muy molestas las tres preguntas de rigor de la fotógrafa, un día se encontró preguntándose a sí misma si ese año ya había pasado por allí Koelbl, o cuánto tardaría en hacerlo. Le ha dicho a su retratista que ya siente su proyecto como una especie de identidad corporativa. “Me siento obligada a aportar mi parte al éxito de esta cosa”, sonríe. “La resistencia se ha convertido en una gran aceptación. Esto es bastante increíble, la verdad”.