Estamos curados de espanto, ¿cómo podemos curarnos de eso? ¿Cómo puede el arte superar el impacto de First Dates? Una vez el espectador ha perdido todos sus afectos y nada le toca por el exceso de visibilidad, cómo puede el arte, acorralado por la obscenidad de la realidad, recuperar su lugar en este mundo de pornobostezo. Una Venus de Milo con pene y, de repente, amanece. Un Discóbolo negro y el amor de Hitler por la escultura griega queda aguado. Para Mateo Maté (Madrid, 1964) derrotar a la asepsia que nos cura de espanto es un juego y el mayor de los retos de cualquier artista.
En la Sala Alcalá 31, de la Comunidad de Madrid, inaugura Canon (hasta el 23 de julio), una exposición que pretende acabar con el canon. Para lograrlo ha contado con la inestimable ayuda de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. De las cuevas de los académicos han salido los moldes -que se conservan como las joyas de la Corona, entregados en tiempos de los viajes de Velázquez- para hacer las copias en escayola de 15 esculturas que falsean el canon. Es un recorrido laberíntico, marcado por catenarias, que dirigen al espectador por el nuevo relato de la Historia del Arte y la Moral.
Míralo. Por fin se ha convertido en la mujer que siempre quiso ser y que espero durante 2.000 años. Ahora es una mujer bellísima
Maté no ha respetado ni los penes. Aquellos atributos masculinos que los griegos jibarizaron para sobrevivir a los siglos y siglos de censura -desde la Inquisición católica a Mark Zuckerberg-, gracias a un tamaño invisible, crecen hasta normalizarse. Hasta ruborizar. Porque la normalidad escandaliza: “Míralo. Por fin se ha convertido en la mujer que siempre quiso ser y que espero durante 2.000 años. Ahora es una mujer bellísima”, explica el artista a los pies de Apolina, a la que ha cambiado de sexo a partir de la copia de una obra romana, Apolino, quizá a su vez copiada de una escultura de Praxíteles (siglo IV a.C.).
Todo lo políticamente modélico ha sido sustituido por lo políticamente correcto: machismo, sexismo, homofobia y racismo han sido expulsados de la sala. Ahora la escultura se parece más a la vida, a la realidad. A First Dates. Ahora, las esculturas son viejas, fofas y tienen celulitis. “Ante la ley y el orden del poder, la creatividad y libertad de la vida”, asegura Maté a EL ESPAÑOL su propósito con este recorrido.
Abajo los tabúes
Si Apolino se ha convertido en Apolina, la Venus de Médici es hermafrodita. Luce sus pechos redondos y una pelvis de la que cuelga un aparato reproductor masculino. Efectivamente, es la exposición que no soportarían las organizaciones que defienden que las manzanas son manzanas y las peras son peras. De hecho, Maté presenta también una delicada intervención en el Niño de la espina, a partir de la copia del Spinario, obra romana en bronce, de la primera mitad del siglo I a.C., y conservada en los Museos Capitolinos (Roma). Aquí es Niña de la espina.
Le ha bastado con añadir materia a sus pechos para cambiarlo de sexo: su rostro se mantenía en la dulce ambigüedad que desarticula el integrismo de las etiquetas. No es una venganza contra el canon que asfixia, lo es también contra los bárbaros que piensan que destruyendo las imágenes las harán desaparecer. Maté demuestra que, en sus objetivos propagandísticos del terror islamista, habría sido mucho más poderoso alterarlas.
El poder de los artistas es trabajar con la iconografía para despertar las sospechas o sembrarlas en los demás, y mostrar que las cosas no son tal y como te las venden
“Mi trabajo es compartir mis sospechas. El poder de los artistas es trabajar con la iconografía para despertar las sospechas o sembrarlas en los demás, y mostrar que las cosas no son tal y como te las venden”, dice. “Por eso quien vea estas imágenes nuevas no le va a quedar más remedio que asumirlas y relacionarlas con las originales cada vez que las vea. Un artista debe hacerse un hueco en la mente de los demás. Eso es un éxito”. Y hacerlo con sosiego, sin violencia. A pesar de las figuras decapitadas de Aristóteles y Menandro, del Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Viva imagen de cómo valoramos la filosofía.
Arte populista
Canon no es un mapa ni un laberinto de la cultura, la muerte y la religión. Es un cortocircuito contra el fanatismo que acaba con los iconos y hunde el canon, sin vociferar, sin ofender, sin agredir. Eso sí, marca de la casa: sobredosis de ironía. “Con 30 gramos me ha bastado para cambiar el sentido de algunas esculturas”, dice. Como los labios y la nariz del Discóbolo de raza negra adorado por Hitler. Mateo ha contado con la ayuda de los maestros formadores de la Academia y ha pasado meses aprendiendo a modelar. Sus virtudes artísticas siempre han partido del mundo de las ideas.
Como es habitual en su trayectoria de más de una década, Canon también es un cuestionamiento del poder y de sus herramientas de propaganda. En este caso, el arte (político). “Parece muy antiguo, pero sigue estando muy presente en la publicidad. Porque trata de colar modelos como lo hacían los griegos y romanos. Con este trabajo juzgo cómo los poderes usan el arte para establecer el orden y las estructuras de poder”, cuenta junto a la Venus de Esquilo, una copia de una escultura de mármol romana, conservada en los Museos Capitolinos. Aquí está embarazada.
Lo jamás visto: embarazadas, niños obesos, hermafroditas, viejos, celulitis, muertos… La realidad que ha sido expulsada del arte. La mayoría. Podríamos considerarla la primera exposición acorde a los tiempos, populista. La que recupera para el pueblo un espacio que había estado secuestrado por una élite y un ideal. Era fácil desmontar la mentira: se podía utilizar el código genético original de la escultura del poder para convertirla, con naturalidad, en escultura popular. Mateo Maté ha descubierto la mentira y se ríe de ella.
De hecho, ninguna de las acepciones de la palabra “canon” dice la verdad. A saber, “mentir”. Para el diccionario “canon” es la regla o precepto, el modelo de las características perfectas, la regla de las proporciones de la figura humana, conforme al tipo ideal aceptado por los escultores egipcios y griegos… Ninguna explica que el canon no representa a la sociedad que representa, sino a sus aspiraciones inverosímiles, a las mentiras construidas por unos pocos para todos. El canon es fuente de frustración y nostalgia, un recurso perfecto de la publicidad, que lo rescata para crear un modelo inalcanzable y carísimo.