“No hay procesos de transformación sin desilusiones por el camino”. No es una frase de uno de los hijos de Saturno que él mismo fue devorando por miedo a ser destronado por uno de ellos. Había llegado a un pacto con Titán, su hermano, para mantener la estabilidad de su reino: dio orden a su mujer Rea de criar hijas. A los varones se los comería él mismo. Y Rubens decidió recrear la escena más amarillista y pintar en 1636, por encargo de Felipe IV para la decoración de la Torre de la Parada, uno de sus cuadros más desgarradores y efectistas. Sólo le faltó incluir el dramatismo de la frase dicha por <strong>Íñigo Errejón</strong> en Vistalegre1 y recogida por <strong>Fernando León de Aranoa </strong>en su película: “No hay transformación sin desilusión”, que anticipó su propia muerte a manos de su padre, <strong>Pablo Iglesias</strong> (y de Titán, interpretado por <strong>Monedero</strong>), ante la amenaza de derrocamiento del partido.